La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Lenguaje colateral. Claves para justificar una guerra
Páginas de Espuma,
Madrid,
314 págs.
Daniel Jiménez
La normalización coyuntural y su conveniencia de un uso determinado del lenguaje por parte del poder político es posiblemente un medio eficaz para la fabricación de consentimiento de los gobernados hacia sus decisiones heterónomas. A través de ese uso normalizado el sentido de las palabras escogidas se «naturaliza», se convierte en indiscutible, y se concreta en una facticidad coherente con las políticas del gobierno. El efecto tiránico de este secuestro del sentido de las palabras, patrimonio humano, tales como «libertad», «justicia», «maldad», o las más recientes apropiadas para la fraseología técnico-militar de «terrorismo» o «daños colaterales», consiste en generar una vocación irracional en el imaginario colectivo que pasa a asociar «naturalmente» el nuevo sentido de las palabras a una determinada percepción del mundo, en la que se asientan las certezas, el repudio a la duda, la seguridad intelectualmente perezosa acerca del discurso de la verdad fabricado por el poder. Lenguaje colateral pone de manifiesto el funcionamiento de este mecanismo a través del análisis histórico del uso de la terminología empleada en esta época del «Imperio contraataca» que vivimos tras el 11-S. Se trata por ello de un trabajo imprescindible para sensibilidades críticas y, en general, para enjuiciar nuestra habitual ofuscación relativa al convencimiento propio de no estar manipulados.
10 /
2003