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Apunts sobre la clandestinitat. Diari 1975-1992

El Viejo Topo,

Mataró,

173 págs.

El perro Gogol (de la Oficina Soviética para el Cine)

Hay libros que se editan para venderlos; y hay otros que se publican por piedad hacía el autor, que no es mala persona (pero un poquito pesado). Los que se esperan vender son objeto de una campaña de publicidad que te hace pensar si no deberías comprártelo (leértelo ya es otra cuestión). Los otros, los que se sabe ya que no serán preciosamente un éxito de ventas, pasan por algunas selectas librerías —no todas: no interesa— como llevados por el fuerte viento, que hoy los deja para mañana llevárselos. Cuando cesa el viento, los libros descansan eternamente en una estantería, acumulando polvo (o peor: la guillotina acecha detrás de cada montón de invendidos).

Si esto ocurre, el autor empieza a perder los nervios y fatiga a los amigos para le echen una reseña. Claro, que el autor de este libro, Octavi Pellissa, lleva anualidades criando malvas; aunque siempre hay algún neuras que le suplanta, en este caso, el orondo crítico que firma la cronología del volumen. Pero, como nadie ha leído el libro, lo tiene una miaja difícil (y a destiempo). En fin, le he dicho que, si no le hace nada que sea un perro (un tanto callejero, la verdad), le hago yo la reseña… siempre y cuando se acuerde de mí cuando llegue el calor (y los helados). [De todas formas, la Puri me ha advertido que no me confíe demasiado, que hay crisis, y no es tiempo de invitar a perros reseñeros. Bueno, veremos.]

O sea que voy a hablar de un libro condenado. Condenado a no ser. Y condenado por todos vosotros, que ni lo habéis ojeado. Un libro del que no se habla, no se vende y, por consiguiente, no se lee es un libro que no existe. La verdad sea dicha, no sé qué os ha hecho este libro. Por cierto, ¿qué os ha hecho? A mí podéis decírmelo: soy un perro. A un homínido, no, claro: se acordaría.

¿No se la tendréis jurada a Octavi Pellissa, verdad? Plausible, pero improbable. Más que nada, porque no tenéis edad para haberle conocido. Y, además, mientras tanto está emparentada por todas partes con el quehacer de Pellissa. Por lo tanto, no veo por qué tendríais que mirar mal su recuerdo. Todos los miembros fundadores de esta revista —o sea, mientras tanto— eran compañeros suyos en el Centre de Treball i Documentació y, de hecho, mientras tanto nació y creció en el centro durante una buena pila de años. Más aún, mientras tanto tenía algunas cajas de resonancia: una era el CTD. Dicen que el CTD era un trabajo colectivo, pero no hagas caso: el CTD era Octavi Pellissa (y Ramón Garrabou, y toda la pesca: también Josep Mª Fradera, autor del prólogo). De lo que hacían y decían se puede aprender. Mucho. Pero aprender oralmente, porque no se ha escrito ningún libro. Bueno, sí. Éste, claro.

Así, pues, deduzco que no os gusta el libro (por ciencia infusa, pues ni lo habéis visto). El libro son memorias, pero no son exactamente memorias. Habla de la clandestinidad, pero no va de ello (o, para entendernos, no va solamente de ello). Son pecios, pero tampoco lo son en demasía. Con lo que llevo dicho sobre lo que es pero que no es, uno más diligente que vosotros habría corrido a la librería a reservar un ejemplar. Seguro. Pero vosotros, no.

No te creas: no es tan fácil sacarle punta a la cosa, porque se las trae. Los apuntes de Pellissa empiezan cuando todo ha acabado. La clandestinidad, por supuesto; pero también el día de mañana, que se fiaba glorioso. (Escribo Pellissa, pero podéis poner Sacristán: se enfrentaron a lo mismo.) Eso sí, en el caso de Pellissa, con bastante mofa y mucho sarcasmo. Pero, claro, en el libro esto no está dicho así, claro y rotundo. Son unos diarios póstumos, no dispuestos para su publicación. Es como la extracción de oro: sale con ganga. Pero, ¿acaso no sois mineros de los libros?

Pues hacéis mal. Porque el librito es también los recuerdos de un hombre que renunció a los relumbrones y, con otros de su mismo pelaje, intentó poner en pie un curioso centro para el trabajo cultural de izquierdas (cuando empezaban a llover chuzos de punta). En fin, haced lo que queráis: a mí, la historia me absolverá (pues no sé de ningún perro condenado). A vosotros, está por ver. 

 

5 /

2009

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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