La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Integral Alexander Kluge
Sherlock Films,
Carles Mercadal
¿Una película sobre El capital? ¿La obra magna de Karl Marx transmutada en un filme de casi diez horas? Pues sí, eso, el proyecto que Serguei Eisenstein concibió allá por los años veinte y dejó en estado embrionario por falta de presupuesto es lo que el director alemán Alexander Kluge ha retomado en fechas más recientes y acaba de ser editado en dvd por la editorial Suhrkamp, bajo el título Nachrichten aus der ideologische Antiken. Marx, Eisenstein, Das Kapital (Noticias de antigüedades ideológicas. Marx, Eisenstein, El capital). Pero no os dejéis embargar todavía por la emoción porque, para vuestro infortunio, no es ésta la película que voy a reseñar aquí: por el momento sólo está disponible la versión en alemán, y un humilde servidor no sólo no la ha visto sino que difícilmente la entendería. Sólo os diré que, desde su lanzamiento el pasado mes de noviembre, está siendo todo un éxito de ventas en Alemania, en consonancia con el aumento registrado últimamente por doquier de las obras del renano barbudo.
¿Que qué voy a reseñar si no aquí? Pues ni más ni menos que la integral, aparecida por estos pagos hace poco más de un mes, del autor de las antedichas Noticias de antigüedades ideológicas. ¿Y que quién es ese tal señor Kluge? Pues ni más ni menos que la figura clave del Nuevo Cine Alemán, el principal inspirador del “manifiesto de Oberhausen” que a principios de los años sesenta se propuso hacer borrón y cuenta nueva con el cine realizado hasta entonces en Alemania y sentar las bases de la modernidad cinematográfica en ese país, entre cuyos exponentes destacan también Volker Schlöndorff, Rainer W. Fassbinder o Werner Herzog. Pero Alexander Kluge fue, sigue siendo, mucho más que eso: estudió música e historia y se doctoró en derecho, trabajó como asesor jurídico de la Escuela de Frankfurt, se formó y colaboró con Theodor Adorno y, a través de este último, entró en contacto con el cineasta Fritz Lang y acabó trabajando para él como asistente. Ahí es nada, a lo que cabe sumar, por si algo faltara, que en Alemania también es un reconocido escritor, de cuya actividad contamos aquí con El hueco que deja el diablo, obra publicada por Anagrama hace un par de años.
Advirtamos de antemano que la integral de Alexander Kluge es un voluminoso mazacote en el que se han incluido absolutamente todas sus realizaciones. Resultado: más de dos mil minutos, indicados médicamente para sobrellevar estas largas y frías noches de invierno, entre los que podemos encontrar desde los largometrajes que le valieron un reconocimiento inicial —Una muchacha sin historia. Anita G. (1966), Artistas en el circo: perplejos (1968) y Trabajo ocasional de una esclava (1973), todas ellas obras dedicadas a diseccionar las contradicciones del “milagro alemán” a través de los padecimientos y desventuras de diversas antiheroínas— hasta aquellos, los reseñados a continuación, que nos proporcionan una incisiva panorámica de Alemania entre mediados de los años setenta y mediados de los ochenta.
Ferdinand el radical (1976): O, con mayor propiedad, Ferdinand el duro. El protagonista de la obra —la más convencional de Kluge desde el punto de vista narrativo— es Ferdinand Rieche, un ex comisario que, tras ser expulsado de la policía a raíz de su escaso entusiasmo por las limitaciones impuestas por el estado de derecho, encuentra trabajo como responsable de la seguridad de una planta química. Después de haber demostrado con creces su disparatado celo profesional y su mezquindad personal, Rieche vuelve a ser despedido y se propone poner al descubierto por cuenta propia las lagunas existentes en la protección que reciben los cargos políticos del país. En Ferdinand el radical tenemos, pues, una divertida sátira sobre uno de los personajes prototípicos de la Alemania de la época —y del mundo occidental de la nuestra, digo yo—, el del pequeño-burgués fanáticamente obsesionado con la seguridad.
Alemania en otoño (1978): Sin duda la obra más conocida de Kluge y del nutrido grupo de directores que colaboraron con él en su realización, Alemania en otoño es una película coral, mitad documental mitad ficción, en la que cada uno aporta su visión personal sobre la crisis en la que Alemania se debatía por entonces a causa de las actividades terroristas del la RAF (o “grupo Baader-Meinhof”). El filme da comienzo con el entierro de Hans-Martin Schleyer —líder de la patronal alemana al que la RAF había secuestrado con el propósito de canjearlo por algunos de sus dirigentes encarcelados— y se cierra con el de tres de los miembros de la propia RAF, tras haberse “suicidado” en la cárcel de máxima seguridad donde permanecían recluidos. Entre uno y otro funerales, una sugerente reflexión sobre el trasfondo histórico y sociocultural que había dado pie al surgimiento del sangriento fenómeno de la RAF —cabe destacar la argumentación ofrecida desde su celda por Horst Mahler, uno de los fundadores del grupo— y en torno a los sombríos “efectos colaterales” que tuvo la política antiterrorista del Estado: psicosis colectiva, un brusco recorte de las libertades —aceptado por el grueso de la población—, censura en los medios de comunicación , etc. ¿La aportación de Kluge? Recordarnos que el asesinato no es patrimonio exclusivo de las organizaciones terroristas y citar la disyuntiva entre “socialismo o barbarie” que Rosa Luxemburgo auguró para Alemania.
El candidato (1980): Realizada también en colaboración con otros exponentes destacados del Nuevo Cine Alemán, con Volker Schlöndorff en este caso, El candidato versa sobre la figura de Franz-Josef Strauss, que en 1980 se postuló al cargo de canciller de la República Federal Alemana en representación de la CDU-CSU, elecciones que acabaría perdiendo frente al socialdemócrata Helmut Schmidt. Poco a poco, y tras mostrarnos el arraigo popular del político bávaro entre los sectores más conservadores del país, El candidato va poniendo al descubierto los numerosos puntos oscuros de Strauss, desde sus corruptelas cuando ostentaba el cargo de ministro de Defensa hasta su relación de amistad y afinidad ideológica con personajes como Augusto Pinochet. Atención al contrapunto que constituyen las imágenes sobre el congreso fundacional de Die Grünen, celebrado ese mismo año en Karlsruhe.
La guerra y la paz (1982): Destaquemos por último este largometraje, de nuevo un original collage cinematográfico en el que se mezclan realidad y ficción —el guión de los episodios ficticios es obra del escritor Heinrich Böll— y de nuevo fruto de la colaboración de Kluge con Schlöndorff y con el periodista Stefan Aust. La parte más documental de La guerra y la paz plantea las sombrías perspectivas que se le estaban abriendo a la Alemania de entonces con la decisión por parte de Estados Unidos de desplegar los misiles balísticos Pershing II, capaces de alcanzar Moscú. Tras dejar claro que dicha decisión conculca la soberanía alemana, el filme acomete un espeluznante análisis sobre la capacidad destructiva a la que se ha llegado con los arsenales nucleares —“a cada habitante de la Tierra le corresponden cinco toneladas de TNT”—, traza un paralelismo con la crisis de los misiles de 1962 y aborda las manifestaciones pacifistas celebradas por entonces en Alemania, todo ello aderezado con citas de Adorno y con reflexiones sobre diversos aspectos de la guerra, como la proximidad y lejanía en las diferentes formas de matar. En el collage que es La guerra y la paz no faltan tampoco episodios aterradores, como una entrevista con Sam Cohen, el “padre de la bomba de neutrones” —un auténtico demente convencido de la inevitabilidad de la guerra atómica y de la excelencia de su invento por su capacidad para respetar la propiedad al tiempo que permite aniquilar a la población civil, a la que considera “soldados enemigos”—, o la reproducción de un documental de la CBS norteamericana, en que la voz en off nos describe alegremente el escenario donde estaba previsto que diera comienzo la confrontación nuclear en Europa, el pueblo de Hattenbach, que “sobrevivió a dos guerras mundiales pero no lo hará a la próxima”. Un título clave, en definitiva, para entender el ambiente que rodeó a la escalada armamentista registrada en Europa a principios de la década de los ochenta.
¿Y entre esta última y la de El capital tumbado a la bartola?, os preguntaréis muy razonablemente. Pues no: concluyó tres largometrajes más —El poder de los sentimientos (1983), El ataque del presente al resto de los tiempos (1985) y Miscelánea de noticias (1986)—, y a partir de 1988 se refugió en su estudio de Munich, desde donde se ha dedicado a producir y rodar subversivos programas culturales de índole experimental para la televisión alemana, entre los que la integral incluye Hay que dirigir los grandes imperios como quien fríe pescaditos o Yo fui guardaespaldas de Hitler. No negaréis que original con los títulos el hombre también lo es.
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Aviso para navegantes: Para haceros con la Integral de Alexander Kluge os libráis esta vez de deambular por alguna de las grandes encefaloplanicies dedicadas a la venta de dvd, porque sólo la vais a encontrar en los cines Verdi o en el apartado “Shop Verdi” de www.cines-verdi.com.
Carles Mercadal
La crítica opina (sobre la Integral Alexander Kluge)
«««««: “Epítome sin resumen”
Lo dice Kluge en una de sus majaradas televisivas: “La substancia humana no se destruye, sólo se hace más espesa”. La estupidez o la ignominia, sin ir más lejos. Aunque –el que ladra no es traidor– si hay algo que estimule, incite y provoque la espesura de la inteligencia, es ver esta delicia de películas de Kluge haciendo de las suyas.
El perro Gógol (Oficina Soviética para el Cine)
«««««: “Sin posible escurribanda”
¡Que te lo compres, joder!
Fray Metralla (secretario de la Oficina Soviética para el Cine)
«««««: “Interesante, ¿no?”
Es muy sencillo. Verás. La versión musical de Aladdin de Disney vale 30’43 euros por una duración total de 90 minutos, lo que da un coste de 33 céntimos minuto. En cambio, la integral de Alexander Kluge vale 69 euros por una duración de 2.032 minutos, lo que da un coste de 3 céntimos minuto. Está claro: si fuese la factura del teléfono no te lo pensabas ni un cuarto de segundo.
Vladímir Kalashnikov (Oficina Soviética para el Cine)
«««««: “¡Voto a bríos! ¡La obra completa!”
¡Oh, qué cofre más hermoso! Que mal rayo me parta, si en concluyendo esta carta no voy corriendo a adquirirlo!
Hernán Cortés, bibliotecario (Oficina Soviética para el Cine)
«««««: “¡Da buten!”
¿Qué queréis que os diga? Empezó haciendo Brutalidad en piedra y ha acabado provocando taquicardias a los telespectadores no prevenidos denunciando otras brutalidades más actuales. Eso sí, ¡qué no se diga!: con humor, sagacidad e ingenio, para que hagan más daño.
La Puri (Oficina Soviética para el Cine)
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2009