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Josep Torrell

Los eslabones del mal

he entrado en el imperio corrosivo
y sin límites de la injusticia
León Felipe

La cuestión humana (La question humaine, 2007) de Nicolas Klotz quizás diste de ser una película memorable —puesto que tiene algunas secuencias vanas e inútiles, que recuerdan trabajos fallidos del realizador—, pero tiene el valor incuestionable de plantear con claridad algunas cuestiones éticas absolutamente centrales (y molestas) de nuestro tiempo. El encargo de un alto cargo de una empresa petroquímica transnacional de ver el estado de salud mental de su presidente en Francia, lleva a Simon, el psicólogo de la empresa adscrito al departamento de recursos humanos, a enfrentarse al pasado y al presente del ejercicio del poder. Y no, por cierto, al ejercicio abstracto de este poder, sino a sus materializaciones más concretas y actuales.

Para alguien que no haya leído nada sobre esta película, a medida que avanza el metraje va abriéndose paso una sospecha inquietante: que por detrás de ese encargo anida algo más (y, sobre todo, algo más terrible que la lucha por el poder en el seno de una multinacional). Esta sospecha va prendiendo poco a poco: las delaciones extraoficiales que acompañan los expedientes oficiales, la canción que asume que “los buenos aceptan la maldad” (como la pesada carga que hay que llevar), etcétera. Son sólo indicios, pero estamos entrando en el centro del discurso, que cubre la segunda parte de la película.

Siendo una empresa alemana, los tres personajes a que se enfrenta Simon en su indagación tienen en su pasado remoto, cuando eran niños todavía, el pasado nazi. Pero es un pasado que funciona más bien como un espejo del presente: condenado por una parte, pero absolutamente vigente por la otra. Como cualquier película en la que lo que importa consiste sobre todo en lo que se dice (lo que se dice en términos cinematográficos), La cuestión humana se desentiende finalmente de la historia. En parte, porque es la nuestra, y la del protagonista.

El viaje de celuloide conduce hasta Ariel Neuman (Lou Castel, con su cara inocente de niño, a pesar de su edad) y sobre todo hacia lo que dice. Es en sus palabras (y en el final en negro y su siniestra evocación) donde se abre la clave de la película, donde todo adquiere sentido. Porque lo único que ésta pretende someter a discusión es mostrar que lo horroroso que acomuna el nazismo con el liberalismo económico es, en realidad, el dolor atroz que causa en sus víctimas: son los eslabones del mal, que a veces terminan con la muerte. También, por supuesto, los que causan el aséptico departamento de derechos humanos de las empresas.

12 /

2008

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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