La principal conversión que los condicionamientos ecológicos proponen al pensamiento revolucionario consiste en abandonar la espera del Juicio Final, el utopismo, la escatología, deshacerse del milenarismo. Milenarismo es creer que la Revolución Social es la plenitud de los tiempos, un evento a partir del cual quedarán resueltas todas las tensiones entre las personas y entre éstas y la naturaleza, porque podrán obrar entonces sin obstáculo las leyes objetivas del ser, buenas en sí mismas, pero hasta ahora deformadas por la pecaminosidad de la sociedad injusta.
Juan-Ramón Capella
El Gramsci del Arzobispo
Sabido es que Ratzinger ha puesto en pie de guerra a las iglesias de la Unión Europea para que se contrapongan al laicismo. Conocemos las tomas de posición de sujetos como Rouco o Cañizares en este sentido. Pero ahora nos encontramos con una insidia singular lanzada por el arzobispo Luigi de Magistris, un jubilado de la curia vaticana, según el cual Antonio Gramsci murió cristianamente con todos los sacramentos. De Magistris es sardo, o sea, paisano de Gramsci, y al parecer se le ha ocurrido una buena idea para atacar la raíz del pensamiento socialista italiano.
Según él, las monjitas de la clínica donde murió Gramsci, en la clínica Quisisana de Roma le llevaban a petición del preso enfermo una imagen del Niño Jesús. Dice también que Antonio Gramsci conservó siempre una estampita de Santa Teresita del Niño Jesús procedente de casa de sus padres.
Esto último incluso me lo podría creer: yo conservo recordatorios de mi primera comunión, pero eso no significa que siga comulgando con el “Pan de los Ángeles”. Lo del Niño Jesús también se podría entender en un preso gravemente enfermo que precisaba cuidados de las monjas-enfermeras, seguramente mejores que las que en España, casi al mismo tiempo, arrebataban sus hijos a las presas diciéndoles —piadosamente, se entiende— que habían nacido muertos. Y no cabe duda de que seguramente considerarían una buena obra extremaunciar a un moribundo atormentándolo o no con la exigencia de su consentimiento.
Con todo, no hay documento alguno de Antonio Gramsci ni de su entorno que dé signo o indicio de un regreso “a la fe de su infancia”. Todo lo contrario: su pensamiento sigue vivo hoy, y nos ayuda. Lo que tenemos, más bien, son todos los signos, indicios y demás muestras claras de que para el episcopado católico todo vale. Si se puede oponer al aborto, recomendar la abstinencia sexual como medio para combatir el sida, condenar el uso de preservativos o las relaciones no heterosexuales, ¿qué mal puede ver en una mentirijilla que, como la existencia de los ángeles, no se puede desmentir de modo irrefutable?
Siembra cizaña —debe pensar el Arzobispo—, que algo queda.
12 /
2008