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Albert Recio Andreu

Calor y política

La ola de calor que este verano ha afectado a gran parte de Europa, especialmente al sudoeste del continente, ha afectado de forma directa la vida cotidiana de millones de personas y ha provocado múltiples efectos dramáticos: aumento de la mortalidad, reaparición de los grandes incendios forestales, problemas para la ganadería y la pesca tradicionales, etc. Las inclemencias meteorológicas siempre han sido causa de graves dificultades. Pero tradicionalmente se han achacado a los caprichos de las divinidades o a la simple mala suerte. Lo nuevo es que ahora sabemos que nos enfrentamos a problemas generados por la propia humanidad a lo largo de, al menos, los dos últimos siglos.

Durante años, numerosos científicos han alertado de los graves efectos que iba a generar el calentamiento del planeta relacionado con el efecto invernadero. No sólo el crecimiento tendencial de la temperatura media del planeta, sino también la sucesión de episodios de sequía y altas temperaturas, así como de otros de lluvias torrenciales y vientos devastadores. Evidentemente los fenómenos meteorológicos están sujetos a cambios irregulares, difíciles de predecir, pero no parece descabellado pensar que esta inusitada ola de calor no es más que la primera de una serie de situaciones que van a repetirse periódicamente si se cumplen las previsiones del cambio climático. Y que por su propio carácter de experiencia colectiva ofrece la posibilidad de desarrollar un debate social más amplio. Un debate que hasta el momento ha estado ausente, más allá de las denuncias puntuales por la política forestal en algunos estados o comunidades autónomas.

Las demandas sociales que más se han manifestado en estos meses más bien apuntan hacia acciones que alimentan el cambio climático. La respuesta más inmediata, lógica desde la perspectiva de individuos socializados en una cultura de consumo tecnológico, ha sido la de agotar las existencias de equipos de ventilación y aire acondicionado, con el consiguiente aumento de la demanda eléctrica, que en algunos casos ha puesto al sistema al borde del colapso. El paso siguiente es demandar un abastecimiento eléctrico «suficiente» para garantizar el consumo venidero de «frío» en sucesivos episodios de calor. Habría que ver si también se ha producido un mayor uso del coche privado (ahora confortablemente climatizado) respecto al transporte público. Y es que estamos en un sistema económico que siempre ofrece alternativas inmediatas para mucha gente a condición que no tengamos en cuenta ni los efectos a largo plazo ni la posibilidad de universalizar las soluciones. Y que siempre promete un cambio técnico capaz de superar las limitaciones que impone la naturaleza a nuestros deseos y comportamientos.

Una respuesta que resulta coherente con la historia reciente de nuestro país, donde el despilfarro ecológico ha constituido uno de los ejes sobre los que se sustenta el modelo «económico español» y que explica que en 2002 las emisiones de gases de «efecto invernadero» superen en un 38% a las del año base de 1990 y sean más de 2,5 veces superiores al objetivo planteado en Kioto para el año 2010 (que concedían a España un aumento de emisiones del 15% respecto al año base). O una sociedad que en plena sequía reúne 173.000 alegaciones en favor de un plan hidrológico totalmente sin sentido. O que llena el territorio de viviendas que sólo se utilizan unos pocos días al año. Unas lógicas productivas que han sido alentadas al máximo por los actuales dirigentes del Partido Popular, pero que no han tenido, salvo en el caso del Plan Hidrológico (y en este caso circunscrito a las áreas afectadas directamente por la catástrofe que se avecina), una respuesta social y política contundente.

La dureza de este verano es una muestra de los costes y problemas que el cambio climático puede generar. Y de la incapacidad del actual sistema tecnológico para hacerle frente (la noticia de la paralización de algunas centrales nucleares francesas por falta de agua es una buena muestra de la diversidad de rebotes que estos fenómenos generan y de la incapacidad de los tecnólogos para preverlos). Es por tanto un buen momento para iniciar una crítica renovada al modelo actual y exigir cambios. Pero estos no van a ser fáciles. No sólo porque la memoria es corta, sino también por la naturaleza del problema. Ni se presenta como una situación definitiva, ni existen soluciones a corto plazo. Deberemos vivir muchos años con los efectos del cambio climático actual, y las alternativas tardarán en madurar. Por esto es difícil que las demandas entren, más allá de la retórica, en las agendas políticas a menos que se genere un movimiento y una crítica tan bien dirigidas que les obligue a ello.

Y está fuerza de reflexión no existe ni en el espacio de la izquierda organizada ni en el propio movimiento ecologista. Un movimiento meritorio como pocos, pero tan fraccionado organizativamente y atascado en una y mil luchas locales (tan necesarias), que no es capaz de generar una voz con fuerza suficiente para dar a la vez un marco referente crítico a la sociedad y plantear un programa de transición hacia un modelo social realmente sostenible con propuestas a corto, medio y largo plazo.

Se trata de una necesidad imperiosa de política alternativa. En primer lugar, porque afecta de forma directa a las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población. En segundo lugar, porque su análisis permite confrontar la lógica de hegemonía de las clases dominantes, especialmente el modelo español donde el despilfarro ecológico y social van de la mano (curiosamente son las zonas del Levante y Sur de España donde mayor éxito alcanza un turismo y una agricultura insostenibles, donde el medio es salvajemente depredado y las relaciones laborales retrotraen al siglo XIX, donde el PP alcanza una de sus mejores éxitos electorales). En tercer lugar, porque se trata de una cuestión que alcanza de lleno a los mecanismos de legitimación ideológica del capitalismo actual, donde la promesa de un consumo creciente atempera las resistencias y somete a muchos. En cuarto lugar, porque si bien se trata de una lucha claramente global, tiene su traducción local y permite una acción en cada espacio del territorio. Por esto y mucho más, sugerimos la necesidad de realizar una convocatoria social amplia que sirva de marco de reflexión y propuesta social de lo que nos estamos jugando con el cambio climático y la perpetuación de un modelo que conduce al desastre sin impedir la injusticia, y que permita generar un espacio de crítica y propuesta que sirva para marcar la agenda política en la búsqueda de alternativas reales al actual modelo de producción y consumo.

9 /

2003

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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