La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.
La ética ante las víctimas
Anthropos,
Barcelona,
Antonio Madrid
El libro y la película apuntados [Ararat, de Atom Egoyan] comparten el empeño en hablar del y desde el sufrimiento de seres humanos. Atom Egoyan muestra el genocidio del pueblo armenio. Intercala para ello las experiencias actuales de sus personajes con la reconstrucción del horror armenio. La presencia de lo pasado en lo presente reclama la importancia de tomar conciencia histórica, una conciencia viva, de lo ocurrido. Conciencia que está vinculada a la verdad y la pugna contra la mentira, el silencio y el olvido. Por su parte, el libro coordinado por Mardones y Mate reúne once artículos en los que se reflexiona acerca de la no-violencia, la justicia, la memoria histórica, la compasión, las víctimas… desde el interrogante del sufrimiento. Algunos de estos textos son el resultado de un trabajo colectivo y de lecturas compartidas que han dado resultados desiguales. Una misma preocupación recorre el libro: «si retiramos la mirada del dolor de las víctimas dejamos de alimentar el pensamiento que nutre la verdadera ética».
9 /
2003