La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
Para una refundición
1. “Quemar las naves”: eso hizo un paisano nuestro hace muchos años. Con ello significaba que no había vuelta atrás. Que sólo había camino hacia delante.
Si la refundación de las instituciones de eso que llamamos la izquierda va en serio, hay que quemar las naves. No se pueden dejar en pie para que vivaqueen en ellas los que ya no creen en ningún proyecto colectivo.
Las naves son las instituciones con que se ha llegado hasta aquí.
2. Hemos de eliminar radicalmente la pretensión de que tenemos soluciones para todo. Y echarnos a reir cuando se nos hable de “sistemas totales”, de cambios “totales”.
Pero no tenemos puerto de llegada.
Simplemente, hemos de atenernos a un proyecto estratégico compartido, revisar a cada vuelta del camino los objetivos inmediatos, los eventuales cambios tácticos, y proceder disciplinadamente como un conjunto de personas estructurado y organizado.
Eso exige democracia interna de la institución de que nos dotemos, ser implacables con los tramposos, y mucha contención personal: pensar lo que se dice y lo que se hace. El debate informado y la decisión sensata, a la que no se llega por mera formación de mayorías, sino por convencimiento general que conserva como un tesoro las opiniones discrepantes: tener la mayoría no siempre es lo mismo que llevar razón. Hay que dar tiempo al tiempo.
Y significa también organizarnos modestamente bien.
3. La cuestión del nombre no es trivial. He aquí algunas consideraciones.
Izquierda Unida ya no puede ser: porque si una institución política ha dado muestras de desunión es ésta. ‘Unida’ ha de quedar fuera por veracidad. Cuestión distinta es aspirar a unificar en una sola institución muy flexible a todos los grupos “de izquierda”, por decirlo así, no meros reformistas, y conseguir que se sientan cómodos en ella, quemando también sus naves.
¿‘Izquierda’? Eso, aunque menos, también es dudoso. Las denominaciones ‘izquierda’ y ‘derecha’ proceden de posiciones relativas en las instituciones parlamentarias, en las instituciones del estado. Y nosotros no debemos estar sometidos a la lógica de esas instituciones. ¿Por qué no elegir otro criterio para definirnos? Más abajo, al hablar de quiénes somos, encontraremos razones para dejar a otros la palabra izquierda, y definirnos nosotros con una palabra nueva. La vanguardia ha de adelantarse a los tiempos.
Un criterio definitorio ha de tener que ver con el proyecto: ser una alternativa social; o con nuestra posición de rebeldes o insumisos.
4. ¿Contra qué nos rebelamos?
Contra un mundo de desigualdades e injusticias mantenidas y reproducidas por la estructura empresarial de poder, apoyada por los estados y los centros de poder supraestatales.
Contra la militarización del mundo; contra el apoyo de las armas a los “libremercados”: principalmente por el petróleo, pero también para mantener en el mundo sistemas de opresión favorables a los intereses del capital.
Contra la destrucción del ecosistema: poned aquí todas las cuestiones que sabéis que afectan a la destrucción o a la degradación del nicho de la vida; y aprendamos a ver otras —no sea que la agenda mental nos la construyan otros—: la hiperurbanización, las comunicaciones —todo concebido para el negocio y no para la vida—.
Contra la degradación de la democracia en las instituciones. Barreremos con eso y con esos.
Contra las desigualdades que o permanecían invisibles o no encontraban voz para expresarse: las desigualdades sexistas. Y la de las personas dependientes. La de las personas que no siguen las normas corrientes. La desigualdad cultural de las gentes que han tenido que emigrar y que necesitan especial protección.
5. ¿Somos progresistas? ¿Qué significa la corriente creencia en el progreso?
El progreso que vemos es tecnológico: aumento de la capacidad de producir, aunque una parte de la producción sea de objetos inútiles; y aumento de la capacidad de destruir.
El progreso técnico obnubila percibir la regresión social, el incremento de la barbarie, la marcha atrás de las relaciones sociales y su brutalización. Pues las tecnologías que nos proporcionan más comodidades están en manos de los amos de la tierra, que han refinado enormemente su dominio. También para hacer mayores las desigualdades, para hacer más intenso el dominio sirve el progreso técnico.
El progresismo es más de lo mismo.
Sostendré que hemos de ser más bien “reaccionarios”: gente que reacciona porque no se somete a los dictados de los poderes económicos, políticos y simbólicos del mundo.
Reaccionamos contra la guerra; reaccionamos contra la destrucción del medio ambiente; reaccionamos —cuando podemos— contra la tiranía del poder.
Somos reaccionarios. Reaccionarios insumisos y alternativos. Si somos eso, ¿por qué no decimos la verdad? ¿Por qué esa vaciedad del progresismo, que legitima a los reformistas neoliberales del Psoe?
6. ¿Cómo hemos de vernos?
La pregunta tiene que ver con que —tras la derrota de las clases trabajadoras de todo el mundo frente al empresariado y los estados de las políticas neoliberales— muchos trabajadores, que en el viejo proyecto aparecían como protagonistas, se han pasado al otro lado, han aceptado el sistema de buen grado o a la fuerza.
Quienes han conseguido mantener un trabajo estable, aunque sea como autopatronos autónomos, pueden estar entre quienes viven mejor con el neoliberalismo. Lo mismo quienes cobran en negro. O los contaminados por la enfermedad del modo burgués de vivir.
Además es cierto que para el 10% de la población mundial, entre el que nos encontramos los españoles, el capitalismo, mediando la revolución de la informática, consigue producir mucho más con menos trabajadores, y por tanto puede distribuir también más entre la gente. Por eso se le someten muchos.
Probablemente hay en nuestra tradición una creencia taumatúrgica en las virtudes del trabajo. En nuestra tradición el trabajo de fábrica ha sido visto como una virtud. Sin parar mientes en que la división del trabajo en intelectual y manual, o en ordenante y subalterno, expolia al trabajador subalterno o manual de una parte de su creación y la traslada a las clases poseedoras. Limita la percepción del mundo de los trabajadores. Con razón decía Lenin que por sí mismos no irían más allá del sindicalismo. Y hoy ni siquiera eso: dada la burocratización sindical, ni sindicalistas.
No olvidéis que la divisa “El trabajo os hará libres” estaba a la entrada de Auschwitz.
La oficialización de la cultura americana de los ganadores y los perdedores, la difusión de los valores neoliberales, la acción educativa en el sistema de los medios de masas, el abandono político y la degradación intencionada de las instituciones educativas públicas, son todos ellos elementos que conducen a muchas personas de las clases trabajadoras a percepciones y acciones clasistas, racistas y antiigualitarias.
Por eso resulta dudoso que sea como trabajadores que haya que convocar a las personas para tratar de asociarlas a un proyecto político alternativo. Eso no se debe excluir, pero hay que buscar modos de vernos más amplios, sin perder de vista la divisoria entre quienes están con las grandes empresas y el ganar sin trabajar, y la gente que vive de su trabajo.
Tal vez resulte más fértil hoy vernos a nosotros mismos como ciudadanos, o quizá como ciudadanos-encadenados, esto es, en la contradictoriedad del sistema: de un lado ciudadanía democrática y de otro amordazamiento de esa misma ciudadanía democrática, que queda atada de pies y manos para la intervención política. O vernos como ciudadanos-insumisos Lo que interesa es la ciudadanía cabreada y con capacidad de iniciativas decentes. Lo que interesa es dar fuerza y visibilidad al espíritu de rebelión.
7. ¿Quiénes somos?
Somos los que nos preocupamos por el mundo que han de vivir las generaciones futuras.
Los que no estamos dispuestos a vendernos, sino que conservamos nuestra autonomía y nos asociamos libremente por un proyecto.
Somos los que nos ganamos la vida con nuestro trabajo y jamás explotaremos a nadie.
Somos los que no necesitamos mentir, no necesitamos el cinismo, los que podemos explicar por qué queremos contar en la institucionalización política y para qué.
Somos gente que necesita aprender. Sólo si aprendemos algo resultaremos atractivos para los demás. Un grupo político ha de ser ejemplar para no tener que parecerlo.
Somos —hemos de ser— la vanguardia de la sociedad; quienes atraemos a los nuevos rebeldes hacia nosotros porque aunque diversos son como nosotros.
Somos los que no pretendemos cambiar el mundo por decreto, o burocráticamente, sino resistir con la inmensa mayoría, democráticamente. Buscamos soluciones con la gente y no con “tecnócratas”.
Somos gentes pacíficas. Capaces de reírnos de nosotros mismos. Y también gentes modestas, que saben que nuestro nuevo proyecto está en mantillas; que nuestra fuerza es débil.
Somos, de todos modos, necesarios.
19 /
5 /
2008