¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Joaquim Sempere
¿Más centrales nucleares? Una amenaza que debe tomarse en serio
La moratoria nuclear de facto que después del accidente de Chernóbyl en 1986 se había hecho efectiva en los países industrializados está empezando a tambalearse. El gobierno británico inició no hace mucho negociaciones con el gobierno Sarkozy en Francia para estudiar un relanzamiento de su programa nuclear con tecnología francesa. En los Estados Unidos y otros varios países, entre ellos España, está en marcha una campaña para resucitar la esperanza en la energía nuclear. Se está preparando el Foro Internacional de la IV Generación (por alusión a una nueva generación de reactores que seguiría a la tercera, del EPR). En Italia el ministro de Desarrollo Económico del gobierno Berlusconi anuncia la última semana su proyecto de construir “un grupo de centrales nucleares de nueva generación” en un acto ante una asamblea de la Confindustria. Recordemos que en 1987 el pueblo italiano rechazó con el 80% de los votos la industria nuclear en un referéndum, que el gobierno alemán decidió renunciar también a las nucleares, y el español declaró una moratoria que sigue en vigor.
Esta nueva ofensiva nuclearista no se reduce a palabras y promesas: Finlandia y Francia están embarcados ya en proyectos de nuevas centrales, Olkiluoto 3 y Flamanville respectivamente, con reactores del tipo EPR en ambos casos.
¿Qué ocurre para que esté resucitando el discurso pronuclear y para que se reemprenda la construcción de dos centrales después de 20 años de paralización? A mi juicio, la creciente certidumbre de que se acaba la era del petróleo barato y de que el cambio climático es un hecho ha desencadenado todas las alarmas. La imagen de fábricas cerradas por falta de electricidad y de un transporte paralizado por falta de carburante quita el sueño a industriales, gobernantes y sindicalistas (recordemos que José M.ª Fidalgo, de CCOO, se declaraba hace unos meses partidario de la energía atómica). Por eso se busca con ansiedad una alternativa energética capaz de mantener en funcionamiento todo el sistema de producción y transporte tal como está hoy organizado. Exponerse a los peligros de una reducción substancial y creciente del suministro de energía es demasiado arriesgado.
El movimiento antinuclear que hoy vuelve a tomar fuerza, como respuesta al renacimiento pronuclear, subraya los peligros de las centrales para la salud, los riesgos de accidentes por azar o provocados por el terrorismo, el vínculo de la industria nuclear con la industria militar —no sólo de cara a la producción de combustible con el que fabricar bombas, sino también en cuanto al uso de uranio empobrecido para reforzar proyectiles convencionales (cuyos terribles efectos radioactivos se han hecho evidentes en Iraq y la ex Yugoeslavia)— y, por supuesto, el problema no resuelto del depósito de los residuos, cuyas emisiones radioactivas pueden durar siglos o milenios. También se invoca el hecho de que el uranio es muy escaso y resolvería la escasez de energía para un periodo ridículo, sin ninguna proporcionalidad razonable con los enormes inconvenientes de esta fuente de energía. Michael Meacher, que fue ministro laborista del Medio Ambiente del Reino Unido entre 1997 y 2003, sostiene en un reciente artículo de The Guardian (7/05/2008), que las reservas mundiales de uranio son de 4,7 miles de toneladas y que estarían agotadas hacia 2030, según fuentes de la Agencia de la Energía Atómica y de la OCDE. (Usualmente se maneja el periodo de unos 40 años antes del agotamiento del uranio: convendría verificar la fiabilidad de las fuentes, pero el razonamiento anterior vale para ambas cantidades de reservas.)
Un argumento que también se esgrime mucho es el económico: la electricidad nuclear es cara y requiere subvenciones. Este es un argumento importante de cara a la viabilidad de la “solución” nuclear. Un episodio reciente vuelve a poner sobre la mesa este fenómeno. La central finlandesa Olkiluoto 3, que está siendo construida por la empresa pública francesa Areva, fue presupuestada en 3000 millones de euros el año 2003. Tenía que estar terminada en 2009. Pero el presupuesto real se ha disparado en unos 2000 millones más y el plazo de momento ya se ha retrasado hasta 2011. Esto amenaza, además, el proyecto de privatizar Areva. En Francia las obras de construcción del reactor EPR de Flamanville, destinado a ser el mayor del mundo, empezaron en diciembre de 2007, pero han sido paralizadas por la Autoridad de Seguridad Nuclear francesa al detectarse fisuras en el cemento, defectos en las sujeciones de acero y falta de controles adecuados. El resultado será también un encarecimiento de la central.
No obstante, el argumento económico puede resultar insuficiente ante la magnitud de la crisis energética. Las centrales nucleares son atractivas para la patronal. Constituyen una tecnología conocida, con sus ingenieros, con sus proveedores y con una experiencia de más de medio siglo. En espacios muy concentrados proporcionan grandes cantidades de electricidad. Ante la angustia de la escasez, no sería de extrañar que una coalición de gobernantes, empresarios y otros agentes sociales (incluidos sindicalistas) decidiera emprender una nueva oleada de inversiones en este campo, empujando a los estados a subvencionar la operación, con la finalidad sagrada de salvar el sistema (en realidad, prolongar su agonía).
A la vuelta de pocos años podemos tener que enfrentarnos a una operación de este tipo. Sería un auténtico disparate que desviaría miles de millones de la oportunidad de invertir masivamente en energías limpias y renovables. Habría que cuantificar cuántos recursos financieros harían falta para llevar a la práctica determinados programas de inversiones masivas en energía eólica, fotovoltaica, solar térmica y solar termoeléctrica. Entre otras ventajas, un programa de esta índole representaría una oleada inversionista importante y la creación de muchos puestos de trabajo. Las energías renovables requieren muchos más puestos de trabajo que la nuclear para la misma potencia instalada. Un programa de energías renovables permitiría orientar la economía hacia un modelo energético alternativo inagotable y limpio. Podría apelar al ahorro de la ciudadanía para que muchas personas contribuyeran a financiar sus propias instalaciones eléctricas, lo cual es congruente con una economía menos centralizada y concentrada, y más democrática. Las energías de origen solar son, además, totalmente seguras.
Dedicar inversiones multimillonarias a nucleares debido a la paranoia de la patronal y de políticos sin imaginación (o con demasiada…) ante la próxima crisis de provisión energética sería un despilfarro disparatado que es menester impedir a toda costa. Hay que ponerse a imaginar un nuevo modelo energético, limpio, renovable y solar, y empezar a trabajar para promoverlo.
6 /
2008