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Albert Recio

Seguimos en crisis

Hace seis años asistí a un curso de verano del Escorial organizado por Izquierda Unida. La sesión estelar consistía en un debate en el que participaban Bertinotti y Llamazares. El primero tenía a gran parte del público a su favor y, quizás animado por ello, realizó una intervención en la que se refería a la crisis del capitalismo y a las nuevas ofensivas anticapitalistas. Llamazares le replicó indicando que en su opinión la izquierda estaba en una situación bastante más a la defensiva. Por desgracia el tiempo ha indicado quien estaba más acertado en su apreciación de la situación, aunque me temo que tener razón en este caso no consuele a ninguno de los dos, ni a sus seguidores, simpatizantes y amigos. Si en algún lugar está la izquierda es más cerca de las alcantarillas, en las que antaño dibujaba Peridis a Santiago Carrillo, que en cualquier otro lugar. Y no sólo en Francia e Italia, sino prácticamente en toda Europa (América es hoy otra cosa, pero llevamos ya mucha historia a cuestas como para optar por tener más información y perspectiva antes de juzgar lo que van a dar de sí estas experiencias latinoamericanas). El retroceso no es sólo electoral sino sobre todo de presencia social. Por esto me parece absurdo que el debate sobre la crisis de Izquierda Unida se plantee como una pelea entre líneas. O que se pida, como hoy mismo he leído en la página del PSUC-Viu, que hay que ir a un debate largo y extenso, pero donde los comunistas deben participar bien cohesionados. Me temo que hay tipos de cohesión que limitan, más que favorecen, el debate. Esta necesidad de análisis y debate existe, pero se trata de una cuestión tan estratégica y compleja que supera con mucho lo que puede dar de sí una organización como Izquierda Unida. Me resulta insensato pensar en un debate real partiendo de la confrontación en bloques, o de grupos organizados en torno a identidades cerradas. Si de lo que se trata es de evitar el desastre total y apoyarse en lo que existe para consolidar el mayor espacio posible de disidencia y acción crítica, lo más urgente es ver qué y cómo se puede salvar del desastre. Y cómo una organización con representación institucional favorece un proceso social abierto que permita alguna reconstrucción de un espacio de izquierdas, necesariamente contradictorio. Un espacio necesitado de un análisis con la mente abierta a la comprensión de un mundo que ha cambiado de base a partir de un guión distinto del que habíamos ensayado. Un espacio que posibilite respuestas sociales a los desastres nuevos y viejos que generan el capitalismo y el patriarcado, que provoca una cultura del crecimiento y el desarrollo tecnológico que promete nuevas modalidades de las viejas plagas que han azotado la humanidad. Y que exige como condición para ser factible una actitud de respeto entre todos y todas que casi siempre ha faltado en unas izquierdas más preocupadas de pelear por el control de “su” territorio, más dedicadas a recitar sus “mantras”, que de aplicar la vieja idea de combinar el análisis certero con el ejercicio activo del trabajo de topo para la transformación social. Para que quede claro, creo que si Izquierda Unida aún quiere ser útil tiene que combinar la búsqueda de respuestas que permitan su supervivencia organizada a corto plazo, con el desarrollo de un proceso a largo plazo (pero sin tregua) que favorezca la creación de instituciones y mecanismos adecuados para la producción de alternativas sociales en el plano de las ideas y la acción social.

5 /

2008

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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