Skip to content

Albert Recio Andreu

¿Por qué voy a votar?

Cada vez que hay elecciones a buena parte de la gente de izquierdas, sobre todo a la más activa en los movimientos sociales, se le plantean las mismas dudas sobre la oportunidad de votar o no. Y en caso afirmativo, ¿a quién?

Las opiniones abstencionistas suelen plantearse en dos planos: o las elecciones no sirven de nada, puesto que los partidos son meros instrumentos del capital o del “poder”, y la de que no existe ninguna opción que recoja las aspiraciones de los movimientos sociales. O no vale la pena votar, o aunque valga no encuentro ningún candidato aceptable.

Puedo estar de acuerdo con que lo que se juega en las actuales elecciones no es ningún cambio sustancial de la estructura política, económica y social. Y que los partidos de izquierdas son meras máquinas institucionales con escaso atractivo. Pero es exagerado considerar que todo es lo mismo y que una victoria de la derecha no cambia nada (me temo que algunos adictos a las “movidas” confían que con una derecha en el poder nos vamos a divertir más pues tendremos más razones para organizar manifestaciones). En primer lugar porque en diversas cuestiones sensibles los gobiernos de derechas que hemos conocido han sido brutales: como por ejemplo la mayor caída de gasto social experimentada en los ocho años de gobierno del Partido Popular. Y en segundo, porque en la dinámica de los últimos tiempos, marcada por el predominio ideológico del neoliberalismo, es la derecha la que toma decisiones drásticas que la izquierda es incapaz de revertir cuando llega al poder, luego la única forma de no empeorar las cosas es evitando que el PP llegue al poder. Aunque su programa extremista seguramente no se aplicará, podemos esperar el bloqueo de las tímidas reformas sociales recientes, o la creación de un clima permanente de xenofobia y recorte de libertades si llegan al poder. Apuntarse a “cuanto mejor, peor” es siempre una estrategia de alto riesgo, que casi siempre acaba mal. Y aún menos apreciable me parece la postura de algunos de reconocer que es mejor que no gane el PP pero negarse a ir a votar. Lisa y llanamente me parece puro elitismo del que se considera en posesión de una posición de superioridad que le permite evitar mancharse las manos y dejar que lo hagan otros por él. Nada que ver con un ideal de sociedad igualitaria por el que pretenden luchar.

Hay, a mi entender, una confusión entre la participación electoral y la lucha por un proyecto social alternativo. Puedo respetar a una persona que tenga profundas convicciones anarquistas y esté convencido de que no hace falta ninguna institucionalización de las relaciones sociales. Aunque me parece una posición ingenua y difícil de sostener dada la complejidad de nuestras sociedades. Fuera de esta perspectiva, el mundo deja de ser en blanco y negro y las diferentes esferas sociales deben ser consideradas de forma diferente. Es evidente que el actual marco institucional es limitado. Y cambiarlo debe hacerse desde fuera, en muchos ámbitos. En la organización y acción de movimientos sociales, en la producción de conocimientos y experiencias que contradigan la ideología dominante. Dedicarse a estas actividades no implica sin embargo dejar de influir en el espacio político, el que en parte condiciona las posibilidades de estas experiencias alternativas. Además el esfuerzo que pide la participación electoral es muy pequeño y compatible con cualquier otra tarea social (como se pudo ver en ocasión del referéndum de la deuda externa que aprovechó la convocatoria electoral para hacer propagan del 0,7). Cambiar el mundo exige esfuerzo y perseverancia. Y mucho realismo. Un realismo que no debe perder ninguna oportunidad de mejorar la situación. Y a mi modo de ver las victorias de la izquierda han permitido estas pequeñas mejoras y evitado algún, no todos, los retrocesos. Mis preocupaciones utópicas, mi implicación en movimientos sociales no creo que queden mancilladas por poner la papeleta en la urna. Y en cambio algunas de las conquistas del pasado están amenazadas si mis vecinos y vecinas son tan insensatos como yo y prefieren abstenerse.

II

La otra cuestión es la de a quién votar. Es evidente que, al menos en el plano del discurso, Izquierda Unida y sus aliados han constituido la opción electoral más cercana a las aspiraciones de transformación. Votar a Izquierda Unida, Iniciativa Verds-EUiA. ha constituido una forma de mantener una visibilidad social de esa izquierda alternativa. Creo que además ha tenido la ventaja de impedir la completa invisibilidad social de ese amplio espectro social. Un espectro a todas luces castigado por un diseño institucional que promueve el bipartidismo y regala a la derecha un suelo de representación inaceptable.

Ese proyecto está hoy en peligro. En gran parte por méritos propios. Algunos, en mi opinión, de nacimiento: su fundación fue menos una apuesta por crear una organización amplia de toda la gente que había participado en la movilización contra la OTAN y más la formación de una coalición en torno a un PCE en crisis (al proyecto se sumaron los disidentes del PCPE-PCC, y pequeñas formaciones socialistas con escasa representatividad, no se invitó a la izquierda radical que había tenido un papel importante en las movilizaciones —LCR-MC— ni se dio espacio a la Pléyada de independientes en el proceso). Otros de dinámica, una dinámica interna fratricida y marcada por una crisis interna entre un PCE que ha sido incapaz de entender la crisis de la tradición comunista generada por el fracaso de la experiencia soviética y un sector de políticos mas pragmáticos que han tendido a buscar en el ecologismo la marca que podía permitirles mantener un espacio alternativo. (Sin contar con experiencias como la sectaria estrategia de las “dos orillas” que lejos de promover la consolidación de procesos sociales alternativos lo único que produjo fue la pérdida de una parte de la base electoral). Una organización crecientemente reducida a un espacio institucional con escasa base en los movimientos sociales. Y con una clara pérdida de base en la clase obrera manual (no sólo la industrial, también entre el nuevo proletariado de servicios). Las últimas peleas internas, especialmente en el País Valencià (como mi única referencia es la de la prensa escrita, la impresión que uno saca es que ninguno de los implicados puede estar muy orgulloso de su actuación), ponen la coalición en peligro de perder incluso su grupo parlamentario, su principal espacio institucional.

Puestas así las cosas es comprensible que se defienda que lo mejor es echar el cierre. Efectivamente si uno piensa en IU como un modelo de partido-movimiento-productor cultural de izquierdas el modelo ha fracasado. Si uno piensa que es posible crear algún tipo de organización que cumpla con estos cometidos, lo mejor es dedicar los esfuerzos a crearla y esperar que la desaparición de IU le cediera el paso. El problema es que esta última posibilidad parece hoy por hoy sólo un buen deseo, no sólo por la debilidad, incluso numérica, de la gente que se mueve en movimientos alternativos, sino especialmente por el enorme abismo, y a menudo sectarismo, que existe entre ellos Y que impide generar un ambiente de suficiente confianza y camaradería para trabajar en un proyecto común, aunque no para converger en momentos concretos. Lo verde, lo rojo, lo violeta siguen carentes de un mestizaje necesario, Por no señalar la inmadurez en cuestiones organizativas, en la forma de participar, de cooperar, de reflexionar, que a menudo nos impide el trabajo en común. Y que obliga a pensar en otra forma, distinta, de organizar lo alternativo, en un modelo más reticular, menos compacto que en el pasado, que posibilite, al mismo tiempo, autonomía y cooperación, trabajo continuado y debate. Cuando las cosas se plantean de esta forma, me parece que la cuestión de la representación institucional toma otro cariz. La fuerza institucional es sólo una parte del proceso. Que, como todo el mundo, va a ser lo que pueda o sepa (con su capacidad y sus limitaciones). Y a la que le podremos pedir sólo un mínimo de exigencias: que no transija en cuestiones esenciales, que trate de introducir las reformas posibles, que dialogue con el resto de movimientos, que le sirva de altavoz.

Si adoptamos este último punto de vista, creo que la actuación de IU-IV-EUiA no ha sido globalmente negativa. Y en muchos casos ha defendido dignamente muchas causas. Causas que dejarán de plantearse si finalmente triunfa el bipartidismo. También a mí me gustaría que está coalición fuera algo más. Pero en la disyuntiva actual creo que seguir votándola es la única oportunidad de mantener una ventana institucional que nos permita respirar. Y que su desaparición, lejos de dar nacimiento a nada, sería una nueva marcha atrás de una izquierda transformadora debilitada y desorientada. Por eso les seguiré votando, y dedicaré el resto de mis esfuerzos a apoyar lo que crea que pueda ser útil para consolidar un proceso social más esperanzador.

3 /

2008

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

+