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Juan-Ramón Capella

Izquierda Unida en invierno

Un amigo me invita a dar mi opinión sobre el futuro de Izquierda Unida. Este amigo expresa la angustia de mucha gente: que la enanización de este referente institucional de la izquierda de este país puede ser una desgracia y abrir paso a una situación empeorada.

Pero empeorada, quede claro, sobre todo para los movimientos que necesitan el apoyo de referentes institucionales para que sus actividades puedan tirar adelante, asomarse a la prensa o a la radio, evitar la etiqueta de “antisistema” que abre paso a ignorancias institucionales, a tratos policiales duros, e incluso puede llegar a la aplicación a pacifistas de la legislación antiterrorista.

¿Qué puedo decir sobre IU? En las elecciones generales de 2004 obtuvo un resultado que a duras penas permitió mantener un grupo parlamentario. Dicho de otro modo: IU quedó ingresada en la UVI. Pero tenía cuatro años por delante para salir de ella.

Hoy creo que no ha salido de la UVI, que su estado se ha agravado. Ha vivido una etapa de conmoción y división interna, auspiciada tanto por la mayoría de su dirección como por su minoría, y también desde cargos del PCE. Nadie ha sabido encontrar una política unificadora ni los modos de un debate satisfactorio, o sea, fecundo. Hay problemas que no se arreglan formando mayorías y minorías. Que exigen otras lógicas, y desde luego preservar la unidad, los entendimientos mínimos.

Parece que esta división general de IU se saldará, como se han saldado los aspectos locales de esta pugna (en Asturias, p.ej.), con una especie de purga interna. Con exclusiones, con abandonos. A los minorizados se les achacarán los previsibles malos resultados electorales de IU (y eso sería así fueran quienes fuesen los minorizados).

La pregunta es entonces: ¿estamos al principio de algo o asistimos al final de algo?

¿Podrá el grupo vencedor en la batalla interna constituirse en un referente creíble de la izquierda, autónomo respecto del Psoe? ¿O estamos al final de un proceso que ya ha dado de sí todo lo que podía dar?

Mi opinión sincera es que asistimos al final de algo.

El PCE, que constituyó la columna vertebral de Izquierda Unida, a la que entregó además la casi totalidad de su patrimonio, debería ser capaz de metamorfosearse en otra cosa con dignidad.

Metamorfosearse con dignidad significaría, a mi juicio, no tratar de prolongar su vida como partido, sino proyectar a su militancia sobre iniciativas sociales con contenido emancipatorio, para aprender de ellas y, al mismo tiempo, al insertarse ante todo en ellas, potenciarlas y activarlas.

Por supuesto, los que hemos votado a IU hemos pagado muy cara su presencia parlamentaria. El “peso del voto” de quien vota por IU es la cuarta parte del “peso del voto” de quienes lo hacen por los partidos mayoritarios, gracias a la ley electoral preconstitucional vigente.

Hay que preguntarse si a ese precio tan caro IU redunda aún efectivamente en beneficio de quienes pretenden hacer posible un mundo social distinto y alternativo, que es lo que en definitiva cuenta.

En mi opinión, en este sentido IU ha sido crecientemente inoperante en los últimos tiempos. En vez de mediar políticamente para estimular y unificar, lo que ha hecho ha sido sobre todo desunir y crear confusión.

Por eso Izquierda Unida es también, en mi opinión, insostenible políticamente. Incluso en sus siglas: por falta de veracidad, ya que lo que la ha caracterizado ha sido la desunión y no la unidad: antes, desunión por minorías que acababan yéndose al Psoe; ahora, por pura incapacidad para pensar y realizar la política más allá de lo instrumental, del politicismo, de las listas y los cargos, de los acuerdos por arriba con otras fuerzas, lo que convierte en inútil y sobrante a lo mejor de IU —y del PCE—: su base militante y su apoyo electoral.

Es la base militante de IU, y su entorno —no lo olvidemos—, en tantos pueblos, asociaciones o ayuntamientos, lo que debe sobrevivir.

Se engaña a sí mismo quien piense que IU puede enderezar su trayectoria con meros arreglos de fachada —p.ej., sustituir ‘unida’ por ‘verde’—. No se puede cambiar sin poseer la sustancia de algo. Y es la cultura política de Izquierda Unida lo que es hoy crecientemente insubstancial.

A mi modo de ver, se precisa el nacimiento de algo nuevo, que no sé qué será. Tal vez comisiones cívicas, dobladas de listas de ciudadanos; tal vez un partido distinto, con reglas de estricta democracia interna.

No, desde luego, un partido que lo supedite todo a la actividad parlamentaria o institucional.

En cualquier caso se precisa una fuerza con un imaginario colectivo diferente del que ha presidido la actividad de los comunistas y demás afiliados de Izquierda Unida, conservando tan solo la voluntad de la praxis, de prácticas activas de intervención social.

Un imaginario colectivo enteramente pacífico y no violento; de democracia radical, que se manifieste transparentemente en los procesos de toma de decisiones de las instituciones que engendre, y en el rechazo de los generadores sociales de desigualdad.

Un imaginario programático decidido a reimponer obligaciones y deberes sociales al empresariado y a las instituciones públicas; que se haga cargo de los problemas: la militarización del mundo, la crisis laboral de la tercera revolución industrial; las crisis energética, ambiental y demográfica; la sobreurbanización y el hiperconsumismo; las migraciones. Un imaginario sensible a las exclusiones, a las discriminaciones, al desarraigo.

El imaginario de la vanguardia social que sostiene la voluntad de construir otro mundo, alternativo a éste, que es tanto internacional como local, debe pasar al plano de lo políticamente visible y sustituir a lo que ahora pasa por políticamente correcto.

Un imaginario así sólo puede proceder de la voluntad de intervenir políticamente de lo que socialmente se mueve. Los grupos de activistas de asociaciones y oenegés independientes de las instituciones públicas. Los “colectivos” sociales. Las gentes que animaron las plataformas contra la guerra de Iraq; muchas gentes que preguntaron ¿Quién ha sido? tras el 11M y que no eran sólo gente del Psoe; la gente que se opuso a la “constitución” europea. Orientar y generalizar su politización, y estabilizarla, es lo que hubiera debido hacer IU en los últimos años.

Cierto: lo que socialmente se mueve no es mucha gente. Eso es corriente en los países opulentos. Pero vale la pena preguntarse si lo que se mueve va a crecer o a disminuir. Si a la vuelta de la esquina los jóvenes reaccionarán como en las banlieux parisinas, o como submileuristas y okupas, o como belgas. Y, más importante que eso: preguntarse si los diagnósticos de lo que socialmente se mueve son más certeros y anticipatorios que los de la clase política y massmediática del sistema.

Tarde o temprano llegará a su fin la etapa de desconcierto y apatía política de tantas gentes que hoy se limitan a dar por bueno lo menos malo de lo que hay.

Lo mejor que puede hacer IU es tratar de salvar locales, centros de reunión, etc., si no lo ha dilapidado todo, para ponerlos a disposición de lo que se mueve, y ayudar así, al menos, al nacimiento de lo nuevo. Eso es lo que debe hacer también localmente la gente de IU que conserve cargos municipales: abrirse a la formación de comisiones cívicas, con demócratas radicales decentes, para tejer una malla en la que pueda anidar lo nuevo.

Esto es lo que se me ocurre para que IU sirva de algo. (Para lo electoral, francamente, la suerte ya está echada, y lo que aún se pueda hacer o no hacer en este orden de cosas no importa demasiado.)

Lo mejor es trazar raya y empezar proyecto nuevo.

2 /

2008

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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