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Albert Recio Andreu

Deseos para un año incierto

Aunque el calendario es sólo una, útil, convención. Y los procesos reales nunca se ajustan a los períodos institucionalizados (aunque estos se utilizan para generar estadísticas con las que comparar el paso del tiempo). Pero es bien cierto que la situación actual está abierta a tantas incertidumbres que podemos aventurar que quizás estemos en un período en el que se abren muchas incertidumbres.

La incertidumbre más inmediata es la que generan las elecciones de marzo. Aunque es impensable un cambio drástico del comportamiento electoral, pequeños movimientos de votos (particularmente un aumento de la abstención), podrían generar una pírrica victoria del Partido Popular. Esto sería sin duda un desastre: basta con recordar lo que fueron los últimos cuatro años del aznarismo y proyectar las demandas expresadas por el bloque social conservador en el mandato de Zapatero. Al menos los últimos cuatro años han representado un cierto aire fresco en materia de libertades públicas y de tímido desarrollo de nuevos derechos sociales. Aunque en el primer aspecto la situación se ha ido deteriorando a medida que los sectores más conservadores del PSOE han ganado peso, con la inestimable colaboración de una ETA y unas fuerzas abertzales incapaces de salirse del laberinto militarista en el que se metieron hace varias décadas, a medida que el vértigo de la competencia electoral hacía estragos. El plano de los derechos sociales queda asimismo limitado por la muy conservadora política económica, una orientación que ni ha experimentado cambios ni los va a generar: sólo había que oír los vivas a Solbes de insignes dirigentes patronales (como el flamante nuevo presidente de la CEOE, el día que se anunció que volvería a presentarse). Por tanto el dilema electoral básico sigue estando entre un PSOE socioliberal y un PP neofranquista. No es para tirar cohetes, a lo más que podemos aspirar es a que las cosas no empeoren y Rajoy y sus adláteres pasen definitivamente a la jubilación política.

Aunque la derrota del Partido Popular alejaría algunos nubarrones, las mayores incertidumbres provienen de otros campos. De la economía y de la ecología, o sea de los elementos que configuran nuestra base material. Aún hoy se sigue considerando la pasada década como un período glorioso de la economía española, basándose en los datos de producción monetaria y empleo. Pero la actividad económica es mucho más compleja que esto. Para empezar hay evidencia que este crecimiento se ha conseguido a costa de aumentar las desigualdades sociales, de no resolver los problemas de seguridad económica de la mayoría de la población (empleo estable, ingresos adecuados), de no reducir un ápice los niveles de pobreza. Siendo los mayores constructores de viviendas de Europa hemos elevado la vivienda a problema social número uno (en esto nos igualamos a Argentina, gran exportadora de alimentos al resto del mundo y con bolsas de hambruna en su propio país), Y situándonos como los más ineficientes en materia de emisiones de efecto invernadero. Si los balances económicos tuvieran en cuenta el bienestar del conjunto y el medio ambiente los oropeles aparecerían oxidados. No está tampoco garantizada la continuidad de este modelo de derroche social puesto que, al igual que nuestro referente mundial, no está claro que en el resto del mundo estén dispuestos a seguir prestando dinero para favorecer un crecimiento basado en el endeudamiento exterior. Las primeras crisis inmobiliarias y las tensiones que afectan a algunas instituciones financieras hacen pensar que el peligro de terremoto no ha sido cuanto menos conjurado. Y no está nada claro que puedan funcionar los conjuros del tipo “ahora pasaremos a un crecimiento basado en el desarrollo tecnológico”.

El peligro de una nueva crisis es palpable. Y no está claro que las instituciones económicas dominantes a escala internacional, europea y estatal vayan a ser capaces de encontrar salidas básicas El dogmatismo intelectual dominante, la inercia de las instituciones diseñadas en la época neoliberal, los bloqueos que puedan ejercer los grandes grupos de interés (especialmente el financiero) son factores limitantes. Por ello de momento lo que impera es una política de bombeo financiero, especialmente por parte del Banco Central Europeo, esperando que la tormenta arrecie y que el fantasma de una nueva crisis global se disuelva como ocurrió en los anteriores “incidentes” globales (uso el término en el mismo sentido de camuflaje que se utiliza para disolver la sensación de peligro ante los accidentes de las centrales nucleares). La diferencia es que éstos tuvieron una incidencia directa en la “periferia”: México, Asia. Rusia, y ahora los truenos y relámpagos pueden caer en el “centro”. Por poco que las cosas vayan mal aumentará el desempleo y la demanda de ayudas sociales y a menos que existan respuestas sociales adecuadas la situación puede generar otros males asociados, especialmente el rebrote del racismo y la xenofobia que caerá sobre los trabajadores extranjeros residentes en los países ricos (y especialmente en España con inmigrantes recién llegados y claramente expuestos a padecer en primer lugar los embates del ajuste.

La crisis convencional es sin embargo una parte de un problema más grave que ya se empieza a percibir: el de una crisis ecológica multidimensional que pone en cuestión las bases del desarrollo económico: agotamiento de recursos no renovables como el petróleo, cambio climático, desertización, etc. Un desastre que pone de manifiesto la pésima gestión ambiental del capitalismo (y de las pretendidas alternativas que compilieron a crecer más). Habrá que ver si el encarecimiento de los alimentos no es más que un reflejo de este mismo problema, como hace años ha indicado el World Watch Institute. No sólo el desvío de parte de la producción alimentaria para biocombustible, sino el efecto de políticas económicas y territoriales que han afectado a espacios agrarios de gran productividad y han reducido la producción de alimentos. Como todo el mundo sabe también los impactos de esta crisis ambiental afectarán de forma desigual (y añadirán nuevas dimensiones a la desigualdad global), pero difícilmente dejarán incólumes unas estructuras de vida sustentadas sobre el despilfarro ambiental. También ahí las respuestas pueden ser irracionales, desde la ignorancia del problema a la búsqueda de soluciones particulares que darán buenas oportunidades al autoritarismo y la barbarie social. Y, al igual que ocurre con el manejo de la economía convencional, tampoco parece que nuestros gobernantes tengan una mínima conciencia de la cuestión. O esto es al menos lo que se colige del apoyo entusiasta de Zapatero a la Ministra “que va a construir más kilómetros de AVE y de autovía que ningún otro” (por esto se la debería cesar, por incompetencia ambiental), o el del Gobierno aragonés (aupado por la lucha antitrasvase) a un proyecto de ocio en los Monegros que parece un insulto a la inteligencia cultural y ambiental del país.

No trato de pintar un cuadro apocalíptico. Los procesos sociales casi nunca toman la forma de cambios súbitos, y especialmente en sociedades tan complejas institucionalmente (y por ello tan difíciles de cambiar sustancialmente a corto plazo). Pero podemos entrar en un cuadro de problemas crecientes que requiere de respuestas sociales adecuadas. Y aquí es donde entran los buenos deseos.

Parece evidente que estos nuevos, y viejos, problemas, son difícilmente abordables en las claves dominantes en los últimos treinta años. Y también es evidente que la relación entre las cuestiones de la vieja y la nueva izquierda se perciben claramente como parte de una misma problemática social: la de construir un mundo habitable y deseable para todos y todas. Un nuevo empuje social que es más necesario que nunca, pero que percibimos más difícil de poner en marcha. El lamento sobre el relevo organizativo es hoy común en una gran cantidad de asociaciones, organismos y movimientos. Precisamente en el momento en que sólo una voz y una acción enérgica puede ayudar a plantear otras vías. Quizás el único punto en el que podemos hacer algo para avanzar es en el de cambiar esta situación de desconcierto. Cuanto menos tratando de generar un mínimo de entramado social consolidado. Un deseo que se traduce en diversas lecturas: electoral —el mantenimiento de una fuerza política que al menos permita dar alguna voz a este entramado (y ahí sin duda creo que lo único viable, con todas sus contradicciones, es el espacio Izquierda Unida- Iniciativa Verds-EUiA) —, un trabajo por avanzar en la interrelación de problemáticas en los distintos sectores implicados —especialmente enrojecer lo verde y lo violeta, y verdear el discurso social—, la consolidación de las organizaciones sociales existentes y de los canales de mediación-colaboración entre ellas, y el desarrollo de iniciativas culturales capaces de dotar de discurso a estos proyectos. Hay una precondición para que algo de esto sea posible, el abandono del sectarismo (cuando no el sentido de superioridad) que caracteriza a muchas de las “familias” que residen en este magma social. Quizás una buena cosa sería empezar practicando experiencias de resolución no violenta, discursiva, de conflictos entre muchos espacios del arco alternativo.

Soy consciente que la parte final de la nota suena a carta a los Reyes Magos. Y que es posible que al final sólo nos traigan carbón. Pero los de mi generación, quizás ingenuamente, aprendimos que la única forma de no recibirlo era haciendo bien los deberes. Y ahí cada uno debe ser consciente de la parte de responsabilidad que le toca.

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2008

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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