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Joan Lara Amat y León

A vueltas con el neoconservadurismo

En la actual época de hegemonía neoliberal, la diferencia entre el discurso “progresista” y el “conservador” (me refiero fundamentalmente a las ideologías que confluyen en los partidos mayoritarios) ha quedado reducida a una política de tipo cultural (postmaterialista según la cacareada versión de Ronald Inglehart), que no afecta en absoluto al despliegue de una economía y una política según la teoría y práctica neoliberal. Adaptaciones a esta nueva forma de hacer política han sido la Tercera Vía y el Neoconservadurismo. Así como para el “progresismo” la Tercera Vía ha supuesto el abandono del keynesianismo en la política económica y su sustitución por la doctrina neoliberal, el Neoconservadurismo ha consistido en la adaptación de los postulados del viejo conservadurismo a la hegemonía neoliberal: prueba de ello es que no dispone de una política económica propia original y este aspecto queda delegado a la teoría económica neoliberal.

Y es por ello que sería un gran error pensar que el neoconservadurismo existe sólo desde el 11 de septiembre de 2001, como así parece para la prensa que lo presenta como un fenómeno coyuntural propio de George W. Bush y sus halcones, y que fuese a desaparecer en las próximas elecciones, como una marca de ropa que pronto pasará de moda. En realidad estos neocons sólo serían la última expresión de un fenómeno político de larga duración que tiene sus raíces al acabar la Segunda Guerra Mundial y su desarrollo a partir de la década de los setenta. Y es que el conservadurismo, aquella vieja ideología que había surgido como la reacción de la clase aristocrática al proyecto ilustrado, antes de la Segunda Guerra Mundial había coqueteado con el fascismo: sobre ello bastaría con recordar la Revolución Conservadora en la Alemania de Weimar o si se prefiere a Inglaterra la conocida admiración que Winston Churchill profesaba por el Duce Benito Mussolini. Es por este tipo de razones que el conservadurismo, para continuar existiendo como opción política válida, estaba necesitado de actualizar sus postulados y adaptarlos al triunfo liberal de la Segunda Guerra Mundial en el bando “Occidental”.

Dicha actualización consistió en los tres pilares del discurso neoconservador: la asunción del Neoliberalismo como la base político-económica, con su metafísica del mercado (bueno, verdadero y bello) que sirvió para la gran reestructuración del sistema capitalista que consistió en desmontar el Estado Social y cuyos artífices fueron premiados con el Nobel (recordemos a autores como Friedrich Hayek o Milton Friedman). El Neotradicionalismo como un tradicionalismo depurado de sus elementos afuncionales al sistema capitalista, que incluye las adaptaciones del conservadurismo cultural de Michael Novack en el catolicismo (en su versión anti Teología de la Liberación), Leo Strauss en la filosofía política a través de su “recuperación” de los clásicos para la “alta filosofía” de la élite dirigente y Allan Bloom con su cierre de la cultura de masas, entre otros. Y por último el Belicismo que responde al “complejo militar-industrial”, al que ya se refirió Eisenhauer, que incorpora desde el neorrealismo de la época de Ronald Reagan al “idealismo” del grupo de los neocons del último Bush, con autores como William Kristol y Robert Kagan, cuyo ideario sobre la guerra preventiva y la extensión de la democracia aportó el discurso legitimador de la Invasión de Irak.

Pero a estas alturas, posiblemente lo más preocupante del neoconservadurismo será su legado, una herencia de degradación de la democracia y las instituciones internacionales, retroceso en los derechos civiles, la confusión de los intereses privados y los públicos, reducción de la laicidad del Estado… que difícilmente un nuevo gobierno dentro de este paradigma postmaterialista removerá, y que en todo caso será su continuador bajo otra marca política. Sólo deseo que en el futuro no nos sorprenda que este legado neoconservador pase a ser asumido por una nueva potencia capitalista como China.

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2008

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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