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Juan-Ramón Capella

Microhistoria de la Barbarie: noviembre 2007

Regia metedura de pata

La intervención del rey de España en la Cumbre latinoamericana se ajusta tan poco a los modales diplomáticos como las interrupciones de Chávez a Zapatero. Ninguno de los dos, ni Chávez ni el Rey, tenía el uso de la palabra. Zapatero, ante las interrupciones, evitó pedir a la presidenta de la reunión, la chilena Bachelet, que llamara al orden al presidente venezolano: trataba de capear un temporal del mejor modo posible. La salida de tono del rey de España merece comentario: lo veremos después.

A nadie puede extrañar que un dirigente populista como Chavez, en plena campaña para aprobar en su país unos cambios constitucionales de marcado cariz personalista, acudiera caliente a la cumbre iberoamericana: en los últimos días Aznar no se había cansado de criticarle en sus conferencias y en la prensa, con el estrepitoso antecedente de haberse aliado activamente con Bush también en el fallido golpe de estado contra Chávez y haber reconocido a su efímero líder. No se puede objetar el derecho a quejarse de Chávez, pero sí la forma prepotente en que lo hizo sin la menor consideración hacia Zapatero, a quien puso en la nada envidiable situación de tener que pedir respeto para Aznar pues de otro modo hubiera sido objeto de la furia del PP por no defender “a España”.

Pero la “España” que cuenta en este contexto tiene nombres propios: Telefónica en Argentina, Repsol en Bolivia y América Central, Unión Fenosa en Nicaragua y otros países. Quienes en la Conferencia Iberoamericana habían denunciado malas prácticas de las empresas españolas no eran pocos: los presidentes de Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Argentina, además de Venezuela. Y sobre la realidad de esas malas prácticas no nos tiene que convencer nadie: nos basta saber cómo se comporta Telefónica con nosotros, qué hacen las compañías de la luz, etc.

El rey de España tenía motivos, tanto públicos como privados, para estar nervioso. La proliferación de voces críticas con la institución de la corona en España, sobre la base de una instauración monárquica hecha por Franco y sólo legitimada mediante la actividad orquestal de los mass media, que en aras de la paz pública le ríe todas las gracias a la familia real y calla sobre sus negocios y sus intervenciones políticas, es la base, bien fundamentada, de la real inquietud. En cuanto a los motivos privados, no pueden entrar en línea de cuenta: nadie toma en consideración, para juzgar los comportamientos de los políticos si en su privacidad tienen dolor de muelas, se están separando de su pareja o cosas por el estilo. De modo que la salida de tono del rey ha de ser juzgada como lo que es: una metedura de pata en el ejercicio de sus funciones, cuando ostentaba la máxima representación simbólica del Estado.

No hay duda de que a este rey no le gusta Chávez como persona: un militarote golpista como el que le encumbró a él —aunque no sanguinario como éste—, de cultura cuartelaria, aspirante a suceder a Castro en el imaginario colectivo de la izquierda latinoamericana y, last but not least, tolerante con la inmensa corrupción de la administración que preside. Ciertamente, Chávez distribuye entre los pobres los réditos del petróleo venezolano en vez de permitir que se los lleven los ricos de su país y las compañías multinacionales. Y por eso obtiene adhesión de mucha gente de la izquierda social. En mi opinión es el candidato perfecto para morir del modo que los norteamericanos suelen reservar a los díscolos de su “patio de atrás”: el accidente aéreo. Lo cual justifica tener cierta indulgencia al menos con sus maneras.

Llama la atención el modo en que los mass media españoles han tratado la metedura de pata regia —que seguro tendrá consecuencias en Iberoamérica—: aparentar que ha sido todo lo contrario de una metedura de pata. Es la consecuencia de la irresponsabilidad legal y política de la institución de la corona. A un presidente de la República española le caerían chuzos de punta de haber actuado como lo hizo el rey, porque un presidente sería responsable. Pero no es éste el caso, y la prensa, la radio y la televisión de este país han preferido maquillar y mentir para salvar una vez más a este Jefe del Estado que tan bien se las apaña para buscarse amigos dudosos (Colón de Carvajal, Conde, De la Rosa, Armada, p.ej.) y crearse enemigos. Los mass media públicos y del empresariado, mediante diluviales cortinas de humo antichavistas, han tratado de disimular lo evidente: que el mal paso regio ha puesto muy difícil para la Jefatura del Estado español asistir sin ser zarandeada a las cumbres latinoamericanas venideras, y que además ha avivado los justificados recelos de los antiguos colonizados en relación con “la madre patria”. No se puede conseguir más con cinco palabras inoportunas e inmeditadas.

El incidente ha aclarado algo, sin embargo: que el Rey de España no es la Reina de Inglaterra.

Fascistas sin vergüenza

Como era de esperar la siembra de crispación del Partido Popular está dando una buena cosecha de fascistas en activo que, a diferencia de muchos dirigentes de ese partido, no se avergüenzan de serlo. Un muchacho antifascista vallecano, Carlos, ha sido asesinado. Carlos era un chico de 16 años; su asesino, un militar neofascista que iba a manifestarse contra los inmigrantes provisto de un machete, con el que además apuñaló seriamente a otro muchacho, Alejandro. Las agresiones de estos nazis se producen en un ambiente de cuasi-impunidad. Por si fuera poco también ha habido estropicios policiales contra manifestantes antifascistas en Madrid.

Al propio tiempo he visto imágenes de una manifestación antifascista en Barcelona en la que algunos manifestantes dieron muestras de gran violencia. Lo mismo ha ocurrido en ocasiones en Madrid. ¿Sólo rabia acumulada, justificada por demás? De pronto, parece como si algunos jóvenes de este país se estuvieran alejando de las maneras civilizadas de ejercer el derecho de manifestación.

No sólo la violencia de jóvenes fascistas merece análisis y crítica, y por supuesto condena ejemplar y aflictiva. También hemos de preguntarnos por qué jóvenes antifascistas adoptan modos de manifestación parafascistas. Y se me ocurren dos tipos de hipótesis explicativas, ninguna de las cuales resulta tranquilizadora.

Una es que los antifascistas “parafascistas” fueran provocadores de extrema derecha o actuaran inducidos por éstos. No se puede excluir en absoluto esta posibilidad, a la vista de que los grupúsculos ultraderechistas han crecido y se mueven como motos en el terreno abonado de la política crispadora y confusionaria del Partido Popular. Con la política de los Rajoy, Acebes, Zaplana y compañía el Partido Popular espera conservar a sus votantes, pero también excita a toda esa españa de la saña que sólo usa la cabeza para embestir. Y ahí están de nuevo los grupos activos de fascistas que tras el 23 F fueron a parar al sumidero de la historia. Esta hipótesis no se puede descartar, sobre todo si se pone en relación con la que sigue.

La otra hipótesis es que los antifascistas violentos estén mimetizando simplemente los modos de hacer de los fascistas que les provocan, tanta es la distancia que se ha creado entre ellos y las instituciones tradicionales de la izquierda social (partidos, sindicatos, asociaciones), incapaces de transmitirles la cultura política que hizo imposible en este país la prolongación del franquismo, o al menos de sus formas “puras y duras”.

Está cada día más claro que la política del régimen actual, insuficientemente democrático, tiene completamente abandonados a los jóvenes. Media un abismo entre el lenguaje neutralizante, políticamente orientado, de la clase política y de los medios de comunicación, y el lenguaje y las necesidades vitales de los jóvenes.

Es cierto que las estéticas de los neofascistas y los antifascistas violentos se parecen muchísimo. El uso de prendas de camuflaje militar, de botas militares, etc., por no hablar de otras modas que el lector puede adivinar fácilmente, es frecuente, normal. Pero si además de la semejanza estética se afianzara una semejanza ética el asunto resultaría infinitamente más grave. Porque significaría la penetración de la barbarización político-moral en la izquierda social.

Las prédicas de la COPE y los obispos, la emotividad de las jaurías del ojo por ojo, la ceguera de ETA y el definitivo y expeditivo cinismo de Acebes, Zaplana, Rajoy y Aznar —por no mencionar a otros— han hecho mucho por calentar a personas marginadas que sin duda ven que no viven en el mejor de los mundos, pero que distan de atribuir su precariedad existencial a las desorbitadas ganancias del empresariado y de sus cuadros, al crecimiento de la desigualdad, culpabilizando en cambio a los que pasan por ahí: a las gentes de la izquierda y a los emigrantes, a los homosexuales o, simplemente, a quienes no son como ellos. Ésas son las fuentes de alimentación de los nuevos fascistas.

Pero que el sistema político sea impermeable para los jóvenes educados en valores democráticos, hasta el punto de que cuando son agredidos —y éste es el caso, no lo olvidemos: los muertos y los apuñalados son antifascistas— tiendan a mimetizarse con los agresores, para acabar emprendiéndola alegremente con la policía, debe obligar a reflexionar.

12 /

2007

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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