La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Gomorra
Debate,
Barcelona,
325 págs.
Giaime Pala
He aquí unos de esos libros que arrastra al lector hasta el borde de un abismo emocional para provocarle un tipo de vértigo a medias entre, que dirían los antiguos romanos, el orror vacui y la cupio dissolvi. Se trata de Gomorra, un libro de un joven escritor sobre el mundo de la Camorra, es decir, la Mafia de Nápoles. En efecto, el libro traza una espeluznante radiografía moral y material del fenómeno “camorrístico” desde dentro, en un relato espléndidamente escrito en el que aparecen, uno a uno, todos los ambientes y protagonistas que componen el rompecabezas de ese mundo: del camello de poca monta al “capo” orquestador de los sofisticados negocios financieros. Y la visión completa de este rompecabezas es, como alude el título del libro, un escenario babilónico donde muerte, corrupción y degeneración son la cara oscura del capitalismo globalizado.
El libro empieza con una descripción impresionista del puerto de Nápoles, la puerta del contrabando mundial hacia Europa y el inicio de una verdadera “cadena de montaje” de producción de mercancías cuyo destino final podemos apreciar en los escaparates de las tiendas caras de Madrid, Nueva York o Hamburgo. La narración se esparce luego en la descripción de los tres mercados dominados por la Camorra: drogas-armas-reciclaje de basura. Un círculo que azota el sur de Italia y que actualiza el endémico problema de la “cuestión meridional” de gramsciana memoria. Todo esto en medio de una población atemorizada y de un proletariado napolitano que, lejos de la autenticidad que todavía veía Pasolini en él en 1975 y víctima del paro, se ve abocado a adoptar códigos de comportamientos y modelos de vida totalmente alienados. Saviano sabe de lo que habla, porque además de ser miembro del Centro de Estudios sobre la Mafia y de conocer perfectamente las fuentes policiales y judiciales sobre el problema, procede de los “Barrios Españoles” de Nápoles, allá donde la Camorra es la única Ley vigente.
Pero sobre todo es la imagen vivida del “camorrista” la que pone los pelos de punta. Una imagen sólo aparentemente biunívoca y contradictoria: por un lado rapaz, despiadado y al borde de la esquizofrenia mental, por el otro, sutil hombre de negocios que no sólo domina los tres mercados mencionados sino que consigue infiltrar sus tentáculos en los mucho más respetables businness inmobiliario y de alta moda. Una figura, pues, coherentemente posmoderna y perfectamente integrada en el tardocapitalismo que poco tiene que ver con en el glamuroso Vito Corleone o el gracioso Tony Soprano. Como afirma Saviano, la única figura que puede dar la idea del “camorrista” es la de Tony Montana, el mafioso cubano interpretado por Al Pacino en la película El precio del poder de Brian De Palma: un personaje sin escrúpulos en emplear cualquier método para obtener lo que quiere pero con una evidente frialdad a la hora de registrar el mundo que le rodea. Hasta la muerte final, claro, porque los mafiosos mueren siempre jóvenes (aunque luego les sucedan otros, deseosos de coger su puesto). El que no parece morir, parece sugerir Saviano, es el sistema que se sirve y se nutre de ellos.
10 /
2007