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Una gramática de la democracia. Contra el gobierno de los peores

Trotta,

Madrid,

2003,

175 págs.

Maria Rosa Borrás

Uno de los procesos destructivos más preocupantes actualmente es de carácter político y tiene que ver con el tema central de esta obra: en qué sentido y por qué estamos ante la real amenaza de una auto-revocación de la democracia mediante la instauración de una democracia invertida, en palabras del autor. Esta denominación resulta justificada, pues Bovero explica cómo una gran concentración y confusión de poderes puede desembocar en que el «elector en vez de elegir, será elegido, creado, plasmado por los elegidos», de modo que las elecciones podrían convertirse en un «mero rito de legitimación». Pero esto, por mi parte, es resumir el libro empezando por el final, por el desenlace, y es necesario antes entender bien todo el proceso. Bovero lo describe (en buena parte de la mano de N. Bobbio) desde la perspectiva de una serie de imaginaciones deformadoras sobre el ideal de democracia (¿el imaginario colectivo?) que han propiciado el despliegue de nociones y argumentos incorrectamente asociados con la democracia y que no siempre son compatibles entre sí. De ahí que el autor organice sus explicaciones, en la primera parte de la obra, en torno a lo que él considera una «gramática», es decir, en torno a un buen uso sintáctico y conceptual que evite las ambigüedades. Esa primera parte (sustantivos, adjetivos y verbos de la democracia) prepara al lector para comprender mejor la crítica de la situación de degeneración de formas políticas a las que antes me refería. Y precisamente la situación italiana es un campo de observación muy adecuado para reflexionar sobre ese «gobierno de los peores» que lleva trazas de generalizarse a muchos otros países occidentales.

7 /

2003

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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