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Albert Recio Andreu

Grand Prix de la inconsciencia

Pocos días antes de las elecciones el Ayuntamiento de Valencia anunció a bombo y platillo un preacuerdo para organizar una prueba del mundial de Fórmula 1 en la ciudad. Con una condición: que Rita Barberà y Camps ganaran las elecciones. Al día siguiente el País y los partidos de izquierda denunciaban lo burdo de la maniobra electoral y lo consideraban un escándalo. Nada que objetar a esta crítica. La maniobra de Ecclestone, el jefe del negocio, su “socio” Agag (el yernísimo) y los populares es tan burda y soez que no merece ningún respeto. Lo triste o escandaloso del asunto es que nadie cuestionó lo que verdaderamente importaba: la inmoralidad e insensatez de proponer una carrera de este tipo en Valencia.

Los motivos para oponerse sobran. España es el único país del mundo donde cada año se celebran dos grandes premios de Fórmula 1 y tres carreras del campeonato del mundo de motocicletas. Un auténtico despilfarro económico, por cuanto estas celebraciones reciben una importante subvención pública. Una muestra de la inconsciencia ecológica que predomina en este país, pues resulta evidente que estos eventos se realizan como promoción de la industria del motor. El despilfarro energético, la apoteosis de ruido y los colapsos de tráfico que se producen en esas competiciones son la mejor muestra de lo que representa el sector. Y, sobre todo, una promoción de la velocidad, en un país con una de las tasas más altas de accidentes del mundo, especialmente entre los jóvenes (la Ministra de Sanidad siempre tan preocupada por los consumos inadecuados podría atreverse a actuar contra estas competiciones). Detrás de muchos accidentes juveniles está la emulación de los Alonso, los Pedrosa, los Lorenzo, pretendidos héroes modernos fabricados a mayor gloria de la promoción industrial. Sólo hay que percatarse de la hornada de nuevos jovencitos que surgen cada año en las carreras de motos (menores de 18 años) para darse cuenta que se trata de una calculada estrategia de marketing del sector del motor. Celebrar además un gran premio en una ciudad es añadir una cota más de irresponsabilidad. Cuando es evidente que en las ciudades hay que restringir el tráfico y la velocidad, celebrar carreras a lo bestia es la mejor forma de promover un comportamiento incívico.

Que el PP apueste por estas cosas a nadie extraña a la vista de la calidad moral de sus líderes, empezando por Aznar, el velocista bebedor. Lo triste es que la izquierda se limite a denunciar el oportunismo del anuncio y no a impugnar la propuesta entera. Con ello están diciendo que la celebración es una buena cosa y por eso Rita lo presenta como un as electoral. No es sorprendente a la vista de la sumisión que tiene la izquierda ante la industria del motor. En parte por la importancia que ésta tiene en la creación de empleo (aunque cada vez más estamos en peligro de un fin de ciclo del sector) y en parte por el miedo a plantear posiciones impopulares en un país adicto al coche (al fin y al cabo la modernidad se asoció al 600). La cosa llega a tales extremos que la televisión pública catalana, que tiene un costoso convenio de retransmisión de la F1, no duda en romper toda la programación, incluida la de informativos, los días de carrera. No extraña que sin un debate cultural de fondo a los del PP les haya resultado tan sencilla la reelección:

Si todos queremos Grand Prix votamos al que nos lo va a traer.

No estaría mal organizar una campaña contra estos eventos, para empezar a cuestionar uno de los totems culturales que atrae y aliena a millones de jóvenes.

6 /

2007

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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