¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
¡Viva el Primero de Mayo!
El Primero de Mayo casi se ha convertido en un mero acto ritual al que sólo acuden los funcionarios sindicales y un reducido puñado de simpatizantes, más románticos o “tradicionalistas” que otra cosa. Nadie percibe en estas manifestaciones una verdadera sensación de lucha, de movimiento, de respuesta social a la injusticia. Ni tampoco las movilizaciones “alternativas” que algunos sectores radicales organizan en las grandes ciudades responden a un proceso real de impugnación de las grandes burocracias sindicales, Parecen más bien, ellas también, la simplista necesidad de “marcar territorio” por parte de unos sectores más preocupados por su autoafirmación que por colaborar al desarrollo de verdaderas alternativas. Una triste representación que no hace sino reflejar la desorganización de las clases trabajadoras y el desconcierto de los que pretenden liderarlas.
Una de las grandes victorias de la contrarrevolución neoliberal ha sido, precisamente, la de oscurecer la estructura clasista de las sociedades, devaluar el papel del trabajo subordinado y ridiculizar los proyectos utópicos sobre los que las grandes masas de explotados asentaban sus demandas más inmediatas de mejora y justicia social. Realmente la maniobra ha sido meritoria, cuando se constata que el empleo asalariado no ha dejado de perder peso, cuando la condición de asalariado ha recuperado el lado de inseguridad económica que siempre tuvo y cuando las desigualdades son, de nuevo, crecientes. No es que el pasado fuera un camino de rosas, pero si alguna vez pudo fraguarse un utopismo reformista, éste ha sido en gran medida sepultado por las políticas de globalización, flexibilización y ajuste que predominan en estos tiempos de hierro. Igual que en los siglos XVI y XVII en algunos países se produjo una “segunda enfeudalización”, retornando formas de control sobre los campesinos que las revueltas de siglos anteriores parecían haber abolido, parece que hoy vivamos una segunda primavera del capital en la que gran parte de los asalariados no encuentran el momento de tocar fondo.
Y es precisamente en este contexto de capitalismo impúdico, con la muestra ostentosa de inmorales ingresos por parte de los grandes directivos (el otro día un amigo realizó un cálculo a ojímetro: el Presidente de “su” banco gana más de 30.000 € diarios, lo que convierte hasta a Rajoy en un paupérrimo proletario) o la proliferación de tiendas y revistas de gran lujo donde la mayoría de los mortales sólo estamos invitados en calidad de mirones a distancia.
El proceso que ha llevado a este descarrilamiento de la humanidad ha sido tortuoso y en él han jugado muchos factores. No sólo los provocados conscientemente por las clases dominantes, sino también por el fracaso y la estulticia de las gentes de izquierda. Incapaces de realizar una lectura crítica y creativa de los fracasos de los proyectos alternativos o de los meros intentos de reforma. Pero también porque cuando las cosas han ido maldadas a menudo sólo hemos sido capaces de mimetizar las propuestas del enemigo o entrar en un proceso de autoculpabilización cainita que no hace sino ahondar en la propia debilidad. Cuando uno percibe tanto progre hablando de cosas como el capital humano, la competitividad, la flexiseguridad, el crecimiento económico o la ley de la oferta y la demanda con un desconocimiento total del contexto intelectual, profundamente reaccionario y antisindical, en el que se han construido, percibe que el tamaño de la derrota es profundo. Cuando uno advierte que en determinadas franjas de la izquierda el enemigo principal, o al menos al que se combate más directamente, son las estructuras de la izquierda reformista (política o sindical), llega a pensar que verdaderamente la subversión de nuestra capacidad de pensar ha sido total.
Y es todo esto lo que uno desearía que el Primero de Mayo volviera a representar. Un momento de acción simbólica en el que oponer ideas de un orden social alternativo a la despiadada dictadura del capital. Como hicieron los antepasados que se dejaron la piel por la jornada de 8 horas y el establecimiento de numerosos recortes al poder del capital. Un momento de agitación y debate que permitiera fraguar el reconocimiento del elevado grado de dependencia social que padece la inmensa mayoría de la sociedad. Un impulso a la reflexión para nuevos proyectos de transformación social que deben necesariamente incorporar todas las cosas aprendidas en el camino (lo indeseable de la gestión de las autocracias burocráticas, la indeseabilidad del crecimiento económico, la necesidad de acabar con el patriarcado, de ampliar nuestra visión de las necesidades sociales…)
Es demasiado pedirles a nuestros temerosos y aquilatados dirigentes sindicales que asuman la fuerza motora de este cambio. Aunque es también excesivo culparles sistemáticamente de traición social, y no reconocer que gracias a esas estructuras sindicales sin duda fosilizadas, se siguen canalizando muchas de las denuncias de los abusos del poder y se sigue acotando el poder capitalista. Quizás sea también demasiado pedir a la gente que ha padecido este exceso de moderación, o que simplemente tiene miras utópicas más exigentes, que sea condescendiente con estas organizaciones. Pero uno no renuncia a la utopía, y uno de los componentes de la misma es la reconstrucción de espacios que permitan cohabitar a las diferentes fuerzas y sensibilidades que en lo fundamental construyen respuestas a la explotación cotidiana.
Y es en este mismo sentido que me atrevo a presentar unos cuantos argumentos a favor de seguir participando en las movilizaciones del Primero de Mayo, aunque uno no vaya a las mismas con las dosis de entusiasmo con el que se puede ir a movilizaciones más activas. A pensar que, a pesar de su devaluación, manifestarse el Primero de Mayo (cada cual con quien prefiera, pero respetuoso con el resto) sigue valiendo el esfuerzo:
- Porque se trata de la única fiesta del calendario que procede de una lucha de los y las que siempre han tenido pocos derechos
- Porque hay que aprender de otros movimientos, como el feminista que no deja de movilizarse cada 8 de marzo
- Porque la propia fecha permite la existencia de una respuesta internacional, que pone de manifiesto que la explotación es planetaria
- Porque la desaparición de la explotación clasista ha sido decretada desde los núcleos de pensamiento reaccionario y no nos queremos conformar con sus imperativos
- Porque para luchar por derechos siempre es mejor una manifestación de gente organizada (aunque pidan poco y se tomen la lucha con calma) que las fiestas solidarias, que recuerdan demasiado la caridad que hace inferior a quien la recibe
- Porque si vamos muchas personas quizás los líderes empiecen a perder el miedo
- Porque es una posibilidad de encontrarte con alguien con el que has compartido luchas, o conocer otras nuevas, o charlar un rato sobre lo que podríamos hacer
- Porque es una actividad que no se transmite en directo por televisión (como sí ocurre con los desfiles militares o las procesiones)
- Porque cambiar el mundo quizás también exija crear ritos alternativos y éste ya funciona (aunque poco)
- Porque siempre hay que aprovechar la posibilidad de denunciar las injusticias y exigir transformaciones, aunque sean con sordina
- Porque los grandes empresarios y los gurús intelectuales sacan pecho con el desprestigio de la lucha obrera
- Porque hay una y mil otras buenas razones que tu también puedes aportar
5 /
2007