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La dimissione

RCS Libri,

Milán,

Juan-Ramón Capella

Sólo excepcionalmente recomendamos lecturas editadas en lenguas no peninsulares, pero en este caso vale la pena, sobre todo porque no se atisba aún una traducción de este libro al castellano. Se trata de un gran relato —seguramente el relato— del desmantelamiento industrial determinado por las políticas neoliberales. El escritor Ermanno Rea se ha basado para trazarlo en muchas horas de conversación con un obrero industrial especializado que, desde abajo, ha llegado a convertirse en jefe de mantenimiento de una gran instalación. El libro esta escrito desde abajo y con la óptica de abajo.

La fábrica es la planta de la colada continua de la Ilva, la inmensa acería de Bagnoli, junto a Nápoles, esto es, la gran fábrica del sur, la joya de su truncada industrialización, que, pese a ser rentable y eficiente, queda condenada desde Bruselas a la inactividad y al cierre, con todas sus consecuencias. Algunas de las instalaciones más modernas se venden, y en particular la planta de colada continua ha de ser desmontada porque la han comprado los chinos. El libro se articula sobre este final de la gran fábrica que ha de ser desmantelada; sobre los habitantes de Bagnoli, sobre las vidas de los últimos trabajadores que, como hicieron sus padres, tíos y abuelos, han trabajado en la acería y han vivido al lado de sus instalaciones; que han participado en sus luchas y en sus desastres. Y el libro, un relato que se adensa e interesa cada vez más a medida que avanza, nos muestra la interioridad del mundo industrial, la conciencia, los sentimientos y las reflexiones de los trabajadores, que ven desaparecer sin motivo razonable sus puestos de trabajo. Una historia obrera en este fin del mundo, más real que cualquier literatura “realista”. Si podéis no os lo perdáis.

4 /

2007

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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