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Obras completas y algo +, vol. I (1935-1972)

Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg,

Barcelona,

Xavier Pedrol

Vale la pena en estos tiempos, en tantos aspectos sombríos y propensos al desánimo para la izquierda social, no dejar que acaben con nuestro sentido del humor. Es virtud revolucionaria indispensable y lamentablemente demasiado a menudo descuidada, ¡ay!, por cosas más importantes. Fuera sólo por ello —aunque podrían alegarse no pocos más buenos motivos— unas páginas de lectura, cada día, antes de acostarse, de la (anti)poesía de Nicanor Parra resultan altamente recomendables. Para todos representa una saludable prevención, y para los amigos —si es el caso— o simplemente conocidos seriosolemnes, siemprecabreados o ceñofruncidoseternos —que seguro alguno hay— una inmejorable medicina. Tomad nota, pues, no dejéis de leerla y aconsejadla.

El desenmascaramiento de hipocresías y falsedades, la irreverencia respecto los idola tribu y la crítica implacable de las “instituciones apolilladas” del estado y de la Iglesia, (actitudes, hoy como ayer, tan necesarias) se unen, siempre con ironía desmitificadora en pos de la fuerza liberadora de la risa, en este primer volumen de sus Obras Completas, que contiene su famoso libro de 1954 Poemas y antipoemas junto con otros menos conocidos y de difícil acceso.

Como aperitivo y muestra de este talante valgan —incluso sin su acompañamiento gráfico— estos artefactos, que apuntan a varios de los temas más recurrentes en su poesía: en primer lugar, cómo no, la antipoesía (“antipoesía: máscara contra los gases asfixiantes”, p. 462), y la independencia del poeta (“Hasta cuándo siguen fregando la cachimba / Yo no soy derechista ni izquierdista / Yo simplemente rompo con todo”, p. 327); o el sexo (“KAPUT: en mi delirio sólo veo catástrofes y fantasías de orden sexual”, p.371) y la religión (“QUO VADIS NICANOR? A quemar la zarza, a ver si se nos aparece Dios”, p.364); o, en fin —¿qué otro fin podría ser?—, la muerte (“la muerte es un hábito colectivo”, p.373).

El volumen, cuidadosamente editado y supervisado por el propio autor, que hasta cumplidos los noventa fue muy reacio a permitir esta empresa —en el caso del poeta chileno nada sencilla por lo demás—, cuenta con un breve prefacio de Harold Bloom, una larga introducción de Niall Binns y un prólogo de Federico Schopf, además de una cronología, un índice de primeros versos y una minuciosa tabla de contenidos. Una única contraindicación cabe señalar para quienes han de madrugar: que sin daros cuenta os den la una y media de la noche y con la luz encendida.

3 /

2007

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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