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La muerte de la esperanza

VOSA,

Madrid,

Francisco Rodríguez

En los años setenta, Eduardo de Guzmán, uno de los mejores periodistas españoles del siglo XX, publicó una importantísima obra testimonial e histórica, hoy inencontrable. Nació en Villada (Palencia) en 1908 y falleció en Madrid en 1991. En 1940 fue condenado a muerte, y en 1948, indultado. Se ganó la vida durante la dictadura escribiendo novelas del Oeste bajo distintos pseudónimos, como el de Edward Goodman.

Ediciones Vosa continúa la recuperación de este autor imprescindible y, tras haber rescatado El año de la victoria (su experiencia en los campos de concentración franquistas) ofrece ahora La muerte de la esperanza, otra de sus más sólidas aportaciones. Este libro relata, hora a hora, el acontecer del autor durante los cuatro primeros y los cinco últimos días de la guerra civil española. Los primeros en Madrid, en los que destaca la presencia de Eduardo de Guzmán en el asalto al cuartel de la Montaña, centro neurálgico de la conspiración fascista. Los últimos se abren con la entrada de las tropas facciosas en Madrid y la salida del autor hacia Valencia, primero, y luego al puerto de Alicante, donde más de quince mil personas se debatieron, arrinconadas contra el mar, a la espera de unos barcos que pudieran evacuarlos y que no llegaron nunca. La rendición o la muerte fue su única salida. Como escribe el también periodista Rafael Cid, que conoció y trató a nuestro autor: “la lectura de La muerte de la esperanza prueba que en aquella aciaga época, en una España ultrajada y torturada hubo millones de hombres y mujeres que llevaban un mundo nuevo en sus corazones.

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2007

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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