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José A. Estévez Araújo

¿Guerra civil en Irak?

El 22 de octubre apareció una noticia en el New York Times. Según informaciones en poder de este periódico norteamericano, Estados Unidos está elaborando un borrador sobre los deberes que tiene que cumplir el gobierno de Irak (entre ellos el desarme de las milicias sectarias). El gobierno norteamericano está empezando a insinuar también que si el gobierno iraquí no logra alcanzar esos objetivos, las fuerzas estadounidenses podrían retirarse de Irak. Por su parte, el día 26 del mismo mes, el diario británico The Guardian informó que el gobierno de Blair iba a presionar a Bagdad para que el gobierno iraquí asumiera el mando de las dos provincias bajo control británico.

El discurso que las fuerzas invasoras nos quieren transmitir filtrando estas informaciones a los medios de comunicación vendría a ser del siguiente tenor: “Nosotros hemos hecho todo lo que hemos podido. Pero aquí se están matando unos a otros cada vez con mayor furia (y causándonos también cada vez más bajas a nosotros). O el nuevo gobierno iraquí consigue controlar rápidamente la situación, o nosotros empezaremos a pensar en retirarnos. No podemos permanecer aquí de forma indefinida, y menos en estas circunstancias”.

Esa situación de enfrentamiento armado entre grupos religiosos y étnicos (sobre todo entre chiítas y suníes), se presenta como si fuera resultado de una enemistad larvada que ha estallado tras el derrocamiento de Saddam. El vacío de poder resultante habría hecho aflorar esta tensión a la superficie, como en el caso, por ejemplo, de Yugoslavia tras la muerte de Tito.

Y, sin embargo, nada parece estar más lejos de la realidad que esta imagen de la situación. Suníes y chiíes no son enemigos. En la historia de Irak nunca ha habido una guerra civil. Ni los chiítas ni los sunitas plantearon nunca la necesidad de un enfrentamiento entre las dos comunidades. En realidad, fueron las fuerzas ocupantes quienes hablaron en primer lugar del peligro de una “guerra civil” en Irak.

Robert Fisk, el periodista británico más riguroso y mejor informado sobre el tema de la guerra de Irak, se hace, a su vez, una serie de preguntas que oscurecen aún más el panorama. “¿Quién quiere en realidad la guerra civil en Irak? ¿Quién estuvo tras los atentados contra los santuarios chiíes? ¿Por qué iban a querer los suníes enfrentarse a los chiíes, al mismo tiempo que a las fuerzas ocupantes? ¿Quién está detrás de los escuadrones de la muerte?” Se trata, desde luego, de una batería impresionante de cuestiones que no tienen una respuesta clara y que arrojan muchas sombras sobre el pretendidamente claro panorama.

La tesis de Fisk es que alguien quiere provocar una guerra civil en Irak. Y que esa situación de enfrentamiento generalizado, o la amenaza de que suceda de forma inminente, crearían tal situación de pánico, que los iraquíes aceptarían cualquier plan que el gobierno norteamericano propusiera para Mesopotamia. Los Estados Unidos serían, pues, los principales beneficiarios de ese enfrentamiento fratricida entre iraquíes.

No se sabe si los estadounidenses son quienes están realmente provocando los enfrentamientos. Pero corre una historia por Irak, con diferentes versiones y que se ha convertido en una especie de leyenda urbana: “Un hombre iraquí joven cuenta que fue entrenado por los estadounidenses como policía en Bagdad. Cuando acabó el entrenamiento, le dieron un teléfono móvil y le dijeron que condujera hasta una zona llena de gente cerca de una mezquita y les telefoneara. El esperó en el automóvil pero no tenía cobertura dentro. Así que salió del coche y fue hasta donde captó una señal mejor. Llamó y… su automóvil saltó por los aires.»

11 /

2006

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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