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Antonio Madrid

De desórdenes públicos, supuestas guerrillas urbanas y otras cosas

En la ciudad de Barcelona, al igual que en otras poblaciones, tiene lugar una viva discusión acerca de lo que en el lenguaje al uso se está llamando: inseguridad, incivismo, alarma social… incluso se habla del surgimiento de «guerrillas urbanas». Una persona que no conociera la situación de la ciudad e hiciera caso de la imagen que crea una buena parte de los medios de comunicación, pensaría que la ciudad —las ciudades— está dominada por grupos de incontrolados subversivos que ejercen gran violencia de forma organizada sobre las instituciones y sobre el conjunto de la ciudadanía.

Esta imagen sobredimensiona determinados hechos: la rotura de un escaparate, el lanzamiento de pinturas…, al tiempo que esconde otras circunstancias tremendas en las que vive la gente. Se exaltan y criminalizan determinadas manifestaciones de violencia, mientras que se toleran otras violencias terribles que se ejercen sobre la población: la dificultad de poder vivir dignamente, el mobbing inmobiliario, la precariedad laboral, la explotación de distinto tipo… la miseria.

La sobredimensión de unas violencias supone que éstas pasan a ocupar el centro de la percepción pública, mientras que el silenciamiento de las otras, supone que se las intenta situar en los arrabales de la percepción pública. Esta manipulación de lo que ocurre y de lo que le ocurre a las personas, conduce a generar una hipersensibilidad acerca de determinados hechos, al tiempo que promociona el desinterés y la baja sensibilidad acerca de otros hechos. Y en esto estamos. Llama la atención y hay rasgadura mediática de las vestiduras ante las pinturas lanzadas contra las fachadas o la rotura de mobiliario urbano; pero no se responde de igual forma, ni con tanto ardor publicitario, ante los abusos cometidos sobre las personas y los colectivos más vulnerables, las violencias ejercidas sobre los inquilinos a los que interesa echar de sus casas por motivos económicos o la desatención que experimentan muchas personas en la materialización de sus derechos.

Ante este situación, conviene recordar lo que dice Italo Mereu, en Historia de la intolerancia en Europa (Paidós, Barcelona, 2003, pág. 344). Comenta que la insistencia sobre la gravedad del problema del orden público no es más que el estribillo, repetido desde los tiempos de Sixto V (fue papa entre 1585 y 1590) hasta hoy, para justificar disposiciones atroces que no resuelven nada y que sólo sirven para amedrentar y someter cada vez más a la mayoría «silenciosa». Tal vez, la aportación de un historiador sirva, no para aprender del pasado, sino para entender que las estrategias que el poder utiliza en la actualidad no son tan diferentes de las seguidas en el pasado.

11 /

2006

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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