La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.
El ministerio del dolor
Anagrama,
Barcelona,
301 págs.
Antonio Madrid
La autora ha elegido explicar su experiencia de lo ocurrido en la ex-Yugoslavia mediante la narración de la vida de personas que quedaron dañadas por lo que allí ocurrió. Dañadas en su dignidad, en su identidad, en su capacidad de relación, en su confianza en el futuro. Mezcla el estilo directo, descarnado, con la evocación indirecta de hechos y sentimientos. Incluso, en ocasiones, realiza pequeños ensayos sobre distintos temas, por ejemplo, sobre la condición del inmigrante.
La utilización de diferentes registros y distintos puntos de vista, hace de esta novela una lectura interesante, en ocasiones sorprendente, que plantea interrogantes no sólo acerca de la tragedia balcánica, sino también sobre la condición contemporánea de todos nosotros. El título del libro: El ministerio del dolor contiene una ironía que la lectora o el lector podrá descubrir.
11 /
2006