La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch-de-Feliu
La Rusia salvaje
El vergonzoso asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya en Moscú no hace sino recordar la profundidad de la crisis en la que continúa instalada Rusia. El país no ha resuelto ninguna de las tres cuestiones fundamentales que la reforma política se planteó hace 20 años; la estrategia de desarrollo, el establecimiento de un sistema político homologable («democrático»), y su lugar y papel en el mundo. Contemplando esos 20 años de crisis y antimodernización, aun no podemos ni siquiera responder a la pregunta de si lo peor ha pasado ya, o está por venir.
Gracias a los favorables precios del petróleo, parece que las cosas no vayan tan mal. Rusia registra un crecimiento superior al 6% anual desde 1999, pero los parámetros esenciales son inequívocos; dos terceras partes de los rusos viven en la pobreza o al borde de ella, la esperanza media de vida para los hombres es de 59 años, y el país pierde anualmente unos 700.000 habitantes.
Con Putin, la sociedad rusa ha recibido la posibilidad de descansar del enorme estrés que sufrió en los noventa, cuando todo (ahorros, precios, valores y fronteras) se desmoronó. La popularidad de Putin tiene que ver con la posibilidad de reposo que ha ofrecido su frágil y engañosa estabilización, pero los problemas no se han resuelto. La riqueza no se reparte, no hay política social y la inversión económica y en infraestructuras básicas aun está un 30% por debajo del nivel de 1990.
Las enormes cantidades de armas nucleares, químicas y biológicas, submarinos e instalaciones peligrosas heredadas de la URSS, mantienen los riesgos de grandes accidentes tecnológicos a un nivel no inferior al de la guerra fría. Habiendo abandonado el sistema de partido único, Rusia mantiene el sistema de «samovlastie», fundamentalmente hostil al pluralismo. A diferencia de otros países ex soviéticos de su entorno, como Bielorrusia, Ucrania o Mongolia, Rusia aun desconoce la rotación en el poder (cuando la oposición vence) como resultado de unas elecciones. Sus instituciones son débiles, el poder ejecutivo nombra a sus sucesores y la población ratifica ese nombramiento. Lo peor es que, en este fracaso ruso, Occidente tiene grandes responsabilidades.
En los últimos 20 años, Occidente ha hecho todo lo posible por aprovecharse de la debilidad de Rusia. Oficialmente la guerra fría se acabó, pero en realidad, todas sus relaciones siguen ahí: aunque se disimule, Rusia sigue siendo el principal adversario estratégico de Estados Unidos.
Tras la fachada de la distensión, Estados Unidos se ha comportado de la forma más irresponsable, haciendo todo lo posible por desestabilizar ese país, ocupando, militar y geopolíticamente, todos los espacios que la debilidad rusa ha ido dejando; desde los Balcanes, hasta el Báltico, pasando por Transcaucasia y Asia Central. Hasta Ucrania es hoy definida como parte de la «zona de seguridad» americana. El actual cerco militar de Rusia, es más estrecho que en la época soviética. La mitad de las catorce repúblicas ex soviéticas mantienen hoy presencia militar de Estados Unidos o de la OTAN, con aviadores de Albacete patrullando la frontera rusa en Lituania. El marco de acuerdos estratégicos en materia de no proliferación y desarme se ha destruido.
El resultado es una Rusia tanto o más antioccidental que la soviética, fuertemente nacionalista y xenófoba, autoritaria en el orden interno, profundamente convencida de que el mundo sólo respeta a los matones y dispuesta a ejercer como tal, en la medida de sus limitadas posibilidades.
Una política europea preocupada por la paz y la europeización de Rusia, debería contribuir al sosiego de Moscú, no a su cerco geopolítico. Debería contribuir a la desmilitarización, no a la remilitarización. La única terapia contra esta Rusia salvaje es desmarcarse del irresponsable hostigamiento de los últimos veinte años que agrava el salvajismo. Optar por el principio hipocrático de no agravar la afección del enfermo. No estoy seguro de que las instituciones europeas extraigan esta lección del vil asesinato de una periodista valiente y honesta en Moscú.
[Publicado originalmente en
La Vanguardia y posteriormente en La Insignia]
11 /
2006