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Aprendizaje de campaña

Voto útil
En estas elecciones he votado útil. Entendámonos: he votado al partido más próximo a mis convicciones, el cual, sin embargo, en sus objetivos políticos, en sus prácticas y en el comportamiento de su personal me resulta completamente extraño. He votado a un partido cuyas gentes a menudo me hacen experimentar eso que se llama «vergüenza ajena». Pero votar a ese partido no me ha dado vergüenza: a alguno había que votar para castigar al partido de la guerra. No he votado en unas elecciones locales, sino en función de la campaña contra la guerra y porque creo que es imprescindible echar del poder a la expresión política de la derecha social.

Pero ¿qué es votar útil? Votar útil es reconocer la pésima calidad democrática de los mediadores políticos: tanto de los partidos cuanto del sistema político como tal. El resultado del voto útil, para los partidos que se benefician de él, puede muy bien ser, paradójicamente, confirmarles en sus objetivos meramente electorales, en sus prácticas de chichinabo, en un personal que no conoce más modo de hacer política que el que consiste en manipular a los demás. El voto útil expresa la degradación de la democracia.

Otras personas opuestas como yo a la guerra o han votado en blanco o ni siquiera lo han hecho: grados distintos de pesimismo, de resignación a un juego político que se juega en campos distintos de aquéllos en los que se produce la intervención popular.

No creo que la gente vote útil mucho tiempo. Quienes se benefician del voto útil han de saber que lo tienen de prestado, y que lo perderán si no alteran sus modos de hacer: si no ponen remedio, empezando por ellos mismos, a la pésima calidad de este sistema político

Cosillas de la campaña electoral
El jefe del partido de la guerra se ha ufanado de haber acabado con el servicio militar obligatorio. Les decía a sus seguidores jóvenes, el jefe del partido de la guerra, que gracias a él no tienen la obligación de servir con las armas. Ciertamente, ahora el Estado cuenta con un ejército de mercenarios. Pasemos por alto lo repugnante de este mercadeo electoral y vayamos al fondo del asunto. La gente que se ha movilizado contra la guerra, ¿quiere un ejército de mercenarios? ¿Alguna vez alguien les ha preguntado -en este sistema político- si quieren sostener un ejército o si lo consideran necesario? ¿Ha habido algún debate serio sobre el presupuesto de toda la cuestión? ¿Lo habrá en el futuro? En este sistema político ¿quién plantea las preguntas? ¿Quién planea las políticas de las que nunca se habla en campaña electoral ­pues nadie habló nunca en una campaña de ser beligerantes en Irak­?

El propio Estado, ¿se ha excusado alguna vez ante tantos miles de jóvenes a los que encarceló, multó, procesó u obligó a trabajar gratuitamente por objetar moralmente al servicio militar?

¿Agua pasada sobre Kosovo?
En los debates de los días de la guerra de Iraq solía mencionarse la guerra de Kosovo, una «guerra humanitaria». La «guerra humanitaria» se desarrolló en Serbia, en 1999: fue Serbia, y principalmente Belgrado, la bombardeada entonces. Previamente había en la región serbia de Kosovo una guerra civil entre sus poblaciones de raíz serbia y de raíz albanesa.

La izquierda alternativa se opuso cuanto pudo a la intervención armada de la OTAN, que en cambio fue apoyada por el gobierno socialdemócrata de Felipe González y calificada de «acción bélica humanitaria»: sus patrocinadores afirmaban que con ella se trataba de detener un genocidio. La realidad, infame desde cualquier punto de vista, es que: el supuesto medio millón de kosovares desaparecidos en abril de 1999 según el Departamento de Estado de Estados Unidos ­fuente cuyo grado de fiabilidad es hoy bien conocido, pero en todo caso determinante­ se convirtieron en los supuestos diez mil desaparecidos al final de la guerra según el Foreign Office británico. Para acabar en los 2.018 cadáveres reales encontrados por los funcionarios del Tribunal Internacional de La Haya (los datos proceden de Le Monde Diplomatique, edición española, marzo 2000, pág. 12).

A diferencia de la socialdemocracia, la izquierda alternativa nunca se ha tragado la noción de «guerra humanitaria».

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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