La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
23F, la verdad
Plaza & Janés,
Barcelona,
José Luis Gordillo
El 23-F, visto con la distancia de los años, empieza a adoptar los contornos de la verdadera “agenda oculta” de la transición. Vale la pena, pues, atender a todo lo que se escriba sobre ese acontecimiento. El libro de Medina no es el trabajo de un historiador profesional, sino una crónica periodística (otra más, como buena parte de lo que se ha publicado sobre este asunto). No obstante, ofrece algunos datos nuevos y una visión de conjunto que tiene interés. Lo mejor: la narración sobre la alegría con la que algunos de los próceres más prominentes de la transición (Luis María Ansón, Alfonso Osorio, Carlos Ferrer Salat, Manuel Fraga, Juan Carlos de Borbón, Enrique Múgica, Felipe González, Gregorio Peces-Barba, Ramón Tamames, Miguel Herrero de Miñón y otros) echaron la lengua a pacer durante el verano, el otoño y el invierno de 1980. En comidas, cenas, recepciones y reuniones muy selectas, unos y otros se sondearon sobre su posible apoyo a un gobierno de concentración nacional presidido por el general Armada (fiel servidor del rey desde que éste tenía 17 o 18 años). Al parecer, sólo Carrillo dijo radicalmente que no. Lo peor del libro: Medina lo explica todo a partir de la información que, supuestamente, le proporciona un “garganta profunda” (como en el Watergate de Nixon) cuya identidad nunca llega a desvelar. Sin embargo, lo que esa misteriosa fuente explica no es tan diferente a lo que otros han contado en artículos, libros y autobiografías. Y el retrato de grupo que se puede extraer de todo ello no resulta, precisamente, muy favorable para los padres de la actual Monarquía parlamentaria. Más bien induce a pensar que entre éstos abundaron los que lo tenían claro desde el principio y los toreros de salón que se las daban de grandes estrategas y, al final, sólo resultaron ser unos arribistas engreídos, frívolos e irresponsables.
5 /
2006