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No Direction Home

Estados Unidos,

2005,

Sergio Tamayo

Hubo una época, no muy lejana, en la que se pensó que las canciones podían cambiar el mundo. Una época en la que los acordes y la palabra cantada lograron percutir en las conciencias de una generación de jóvenes y no tan jóvenes asediados por el hastío industrial y el gélido pánico nuclear. Es en los EE.UU. de este período, finales de los cincuenta y principios de los sesenta, donde se sitúa No Direction Home, un documental de Martin Scorsese que muestra los inicios de un joven expedicionario de la música, Robert Zimmerman, conocido artísticamente como Bob Dylan.

Dylan, a pesar de haberse implicado en el movimiento por los derechos civiles junto a muchos otros músicos folk como Pete Seeger, Theodore Bikel o Joan Baez y de haber criticado las pulsiones belicistas de quienes le gobernaban, jamás se sintió cómodo con la etiqueta de «cantante protesta», quizás por su complejo esquema mental o quizás por su negativa a asumir la idea de que era un ejemplo de algo para alguien. No obstante, lo cierto es que la sensibilidad moral, política, estética y lingüística que se desprendía de sus canciones constituyó la plasmación de una angustia colectiva y de un compromiso cívico y político.

La recomendación un poco extemporánea de este documental (llegó a Europa en noviembre del 2005) pretende invitar a una reflexión acerca de la figura del artista como misionero cultural en tiempos de medianoche, sin la premura de la novedad que nos aboca a una vacua competición de mitomanía (tan tentadora cuando nos encontramos ante personajes de la talla de Dylan). En poco más de tres horas, Scorsese logra condensar una etapa fértil en cantautores militantes dados a abrazar causas ajenas a la cultura mercantilizada. Hoy, éstos son una especie en serio peligro de extinción, pero es posible que los necesitemos de nuevo en el futuro. La respuesta, amigos míos, está “flotando en el viento”.

4 /

2006

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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