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Juan-Ramón Capella

Luna de noviembre. Crónica

Francia: Rebelión en la Barbarie

Escribo en la duodécima jornada de una novedad social: la “rebelión en la barbarie” en Francia. En los barrios periféricos de París y otras ciudades, en los ghettos de emigrantes, magrebíes principalmente, se han rebelado los nietos. Unos cinco mil coches incendiados, ataques a autobuses urbanos con personas dentro, a escuelas, guarderías, gimnasios, bibliotecas, centros sociales, iglesias, comercios y, por supuesto, comisarías y policías. Jóvenes armados con bates de béisbol, bolas de petanca, escopetas de caza, cócteles Molotov o tirachinas. Los coches quemados, aparcados en las periferias, pertenecen a las familias de los jóvenes o a gentes como ellas.

El gobierno reprime y detiene, promulga un toque de queda juvenil; en algunos barrios los vecinos organizan brigadas de voluntarios para proteger centros sociales. Los grupos de insurrectos, formando comandos, se comunican mediante telefonillos. Primeras víctimas: un bebé alcanzado por una pedrada, un hombre muerto; policías, y seguramente jóvenes, heridos (de los últimos no habla la prensa).

No es exactamente una “rebelión primitiva”. No hay dirigentes ni figuras carismáticas. No hay tribunos. No hay objetivos inteligibles más allá de la destrucción. No hay interlocutores con quienes dialogar o no dialogar. Acaso se parece a la rebelión negra de Watts, en Los Ángeles, en 1965: pero ésta se situaba en un contexto de luchas por sus derechos de los afroamericanos (fue reprimida con un baño de sangre) y se concentró en un barrio, mientras que la de Francia se extiende aquí y allá, como chispas que prenden una yesca territorialmente dispersa. Toulouse, Burdeos, Montpellier, Rennes, Nantes, Mulhouse, Evreux… No alcanza seriamente a las zonas céntricas de las grandes ciudades ni obtiene apoyo social.

Estos rasgos componen rigurosamente una novedad. El objeto de la destrucción juvenil es simbólico: los coches por cuya posesión han suspirado padres y abuelos; los bienes públicos, limosnas de una sociedad que les prometía igualdad. Los jóvenes carecen de propuestas alternativas, sin embargo.

Puede haber conatos de explicación de lo que está pasando. Los jóvenes rebeldes, cuyos actos parecen irracionales, son víctimas de una injusticia perfectamente explicable. Estos jóvenes son los hijos del nuevo proletariado de los países ricos. A los inmigrantes se les exigió integrarse en la sociedad francesa; se les exigió afrancesarse y se les prometió igualdad. El resultado: los jóvenes de esa “tercera generación” se sienten franceses, pero excluidos por los franceses franceses. La extrema derecha (Le Pen) les califica de “franceses de papel”. Se les dijo que iban a ser iguales y los autóctonos les tratan como diferentes por el color de la tez, por sus nombres y apellidos. Padecen el apartheid residencial y escolar y la exclusión laboral. Sus padres, cuando tienen trabajo, tienen el trabajo neoliberal: salarios de mierda, imposiciones prepotentes, discontinuidad, ausencia de perspectiva. Esos jóvenes no tienen nada que perder. Ni siquiera a alguien a quien escuchar. Para ellos sólo está la policía: la policía de la “tolerancia cero” de Sarkozy o la “policía de proximidad” del partido socialista francés. Son bárbaros porque el neoliberalismo es la sociedad de la barbarie. A fin de cuentas, ¿no imitan comportamientos aprendidos en los videojuegos y teleseries, o en los telediarios, con los ejércitos israelí o norteamericano?

Y esto sigue (un día más, 9 de noviembre): un estado de excepción y ya miles de detenidos. Pero la policía ha tardado en intervenir, ha permanecido en una extraña inactividad los primeros días de la protesta: algo que habrá que explicar.

Los “expertos” de medio mundo zumbando en prensa y radio (con errores burdos, dichos con el desparpajo de siempre), pero también con contención para no dar ideas. ¿Y el mundo académico, los “científicos sociales”? Probablemente ese mundo se relame, pues aquí hay tema de tesis: nos espera un diluvio de publicaciones sobre multiculturalismo y uniculturalismo. La cuestión real, sin embargo, es si esto es una explosión local o se atenuará para volverse endémico, o sea, un “efecto colateral” más del capitalismo salvaje de este principio de siglo. Hace tiempo que en las pseudodemocracias occidentales el voto de las gentes no puede influir de verdad en las políticas institucionales. Los jóvenes rebeldes creen con razón que su voto no vale nada, y por eso no andan con votos sino a pedradas y con gasolina.

A los poderes les preocupa “el contagio”, pues el terreno está abonado no sólo en Francia. Ahora el gobierno francés de derecha aprueba a toda prisa “programas sociales”. Y para apaciguar la revuelta se recurre a una institución no precisamente “republicana”: los “hermanos mayores”, un referente cultural para los árabes.

El “estado de emergencia”, paso previo a las disposiciones represivas que también seguirán cuando amaine la tormenta (ya se propone la expulsión de Francia de los condenados que no tengan la nacionalidad francesa en toda regla), plantea además un interrogante, el interrogante político de siempre: ¿quién saldrá ganando con todo esto?

Pues bien: los días han pasado y al final —el 20 de noviembre— está claro que la derecha dura de Sarkozy ha reforzado su posición política futura ante muchos franceses asustados pese a que su política como ministro del interior ha alimentado el estallido, y también que Le Pen se frota las manos. La sucesión de Chirac parece jugarse entre estos dos personajes mientras sigue la división en el partido socialista francés. Ahora se entiende mejor la tardanza de la policía dejando que se agravara la situación. La “clase política” vive en su propio mundo, con su propia lógica. Bourdieu decía que las políticas neoliberales se autoverifican. A la derecha la explosión social le acarreará votos de la “mayoría silenciosa”.

Y, pensando en nuestra propia casa, lo primero es señalar la inquietante distancia entre las instituciones creadas por el movimiento obrero y los inmigrados y los hijos de los inmigrados, tan a menudo objeto de agresiones xenófobas y racistas. Hay un nuevo proletariado, que es ahora un subconjunto de la clase trabajadora. Una clase trabajadora que mayormente ha perdido su consciencia política de clase en el pregnante sentido que en otro tiempo tuvieron estas palabras.

Consomé monárquico

El nacimiento de la hija del heredero de la corona ha dado ocasión para que plumíferos y demás pájaros audiovisuales, con el cerebro colonizado por la gripe del pollo, le hayan hecho a la monarquía un buen consomé legitimatorio. Un consomé feminista.

Hay que modificar la constitución para eliminar de ella la versión atenuada de la ley sálica borbónica —sostienen con argumentos pseudofeministas y progresistas—. Opino, modestamente, que es preferible modificar la forma monárquica del régimen político. Eso es lo verdaderamente anacrónico y ademocrático, y lo demás, pura anécdota en el seno de la única familia española mantenida como tal por la Hacienda pública.

La legitimación vía massmediática es muy importante para esta monarquía, descontada la legitimación franquista que la instauró. Que ahora pasará como si nada en el 30 aniversario de la coronación del monarca. La corona no ha obtenido una legitimación democrática de las urnas porque la ciudadanía jamás pudo optar o no optar por ella. Lo impidieron los sables que limitaron la voluntad política en la transición; lo impidió la última Ley Fundamental del régimen anterior, la Ley de Reforma Política, que autorizaba al Rey a disolver las cortes que elaboraron la constitución si éstas aprobaban algo contrario a la voluntad regia; lo impidió que esas mismas cortes no fueran elegidas como auténticas cortes constituyentes.

Por eso la legitimación de la monarquía de España ha dependido fundamentalmente de la revista Hola, que la mitifica en el imaginario colectivo, y de la prensa que sigue su estela, que es prácticamente toda. Bodas y nacimientos palaciegos venden prensa. Lo hemos visto hasta la náusea. Joven heredero casa con presentadora de televisión.

En mi modesta opinión, las y los antisexistas deberíamos estar por que no hubiera monarcas. De ningún género.

Las privatizaciones de Aznar

La fiscalía del Tribunal de Cuentas del Reino informa sobre las privatizaciones de empresas públicas (que pertenecían al patrimonio colectivo) entre 1986 y 2002: “en tres casos las informaciones necesarias para las valoraciones fueron aportadas por los directivos de las empresas vendidas, que finalmente fueron los compradores totales o parciales de las mismas”. Las empresas se vendían por menos de lo que valían. La cosa afecta a Red Eléctrica, Aceralia (la principal siderúrgica) e Iberia, entre otras.

En una república bien ordenada esos directivos y quienes les nombraron habrían de ser objeto de un macroproceso penal.

Negocietes (sigue)

Recomiendo echar un vistazo a las siguientes páginas web, antiguas pero ahora reactualizadas por noticias de prensa:

www.noticiasdenavarra.com/ediciones/20040210/mundo/d10mun0303.php

www.rebelion.org/medios/040220alb.htm

y en inglés a: travellingshoes.blogspot.com
/2004_04_25_travellingshoes_archive.html#108294862289520738

El sistema USA

La administración norteamericana no investiga las torturas de la CIA en mazmorras de otros países a sospechosos de ser de Al Quaeda, pero sí investiga quién proporcionó esa información al “Washington Post”.

Por desgracia las cosas van mucho más allá de farsas como ésa. La legalización de la tortura por el legislativo y el ejecutivo americanos es una realidad. Y parece que lo son no sólo numerosas prácticas de tortura auspiciadas por la CIA sino también la implicación en su realización de algunos países satélites, con el objetivo claro de evitar que en el futuro algún juez norteamericano pueda exigir responsabilidades penales a las autoridades políticas, militares y del espionaje.

El gobierno USA ya decidió saltarse la legalidad internacional con la consideración de “combatientes ilegales” a sus adversarios en Afganistán, país invadido por su ejército. Luego vino la invención de Guantánamo. Luego Abu Grahib, con sus prácticas infames. Luego el secuestro de ciudadanos en varios países europeos y su envío a otros países para ser torturados allí. Ahora parece que empaquetan a personas en aviones para enviarlos a mazmorras inencontrables en África, Asia y Europa oriental. Nunca, en los últimos 40 años, gobernantes de países importantes habían caído tan bajo ni cometido vilezas tan repugnantes. Que se complementan con el uso de armamento prohibido por los convenios internacionales contra enemigos mediocremente armados.

Generaciones de norteamericanos se avergonzarán mañana de la pasividad de sus padres. A nosotros nos corresponde hoy evitar una actitud pasiva ante estos crímenes contra las personas. No es coherente llenarse la boca de derechos humanos y permanecer sin rechazar estas prácticas abominables con toda la energía que podamos reunir.

Esas prácticas, además, animan y legitiman la barbarie en todo el mundo. En Irán se aplican penas de muerte y tremendas penas de látigo contra los homosexuales. La Carta de Derechos de las Naciones Unidas (“Nadie será sometido a tortura ni a tratos crueles, inhumanos o degradantes”) es puro papel mojado.

Manifestación derechista contra el proyecto de LOE

A la Iglesia católica española no le basta que el Estado la sirva de agente recaudador de las limosnas de los católicos, ni que le pague varios miles de millones de euros sin ninguna justificación, ni tampoco que, siendo la principal beneficiaria del negocio de la enseñanza concertada, les pague el sueldo o los complementos de sueldo a sus empleados. No le basta que siga en vigor lo esencial del Concordato que el Vaticano negoció con Franco. Quiere catequesis (la suya) en todas las escuelas, incluidas las públicas; y quiere exámenes de catecismo computables a efectos de becas y curricular. De ahí su coincidencia con el PP al manifestarse contra la Ley Orgánica de Educación que propone el Psoe.

Ese proyecto de ley no es ninguna maravilla, la verdad. Pero si la mayoría parlamentaria diera aún más su brazo a torcer sería muchísimo peor. La alianza entre la Iglesia católica y el PP resucita el nacionalcatolicismo. Eso obliga a la izquierda real a militar contra la organización eclesial. Con el mayor respeto por las personas, pues todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Pero sin ningún respeto por ideas que no se pueden respetar. No todas las ideas son respetables; las personas, en cambio, sí.

Dos vergüenzas, con ocasión del proyecto de LOE

Que el despliegue barcelonés de la policía de la Generalitat catalana se estrenara con una manera despreciable de detener a la gente causa estupor y asco. Unas personas detenidas al final de una manifestación en favor de la enseñanza pública fueron mantenidas de rodillas, esposadas con las manos a la espalda, por esa flamante madera nueva. Un trato degradante. Los mandos policiales y sobre todo los responsables políticos, en Cataluña, que no han censurado ese comportamiento, hacen así su modesta contribución al protofascismo inconsciente de sí mismo.

Otra vergüenza es que, para defender la enseñanza pública, los maestros autoconsiderados progresistas saquen “en manifestación” a niños y niñas de cinco o incluso menos años, como se pudo ver el otro día en la calle Diputació, de Barcelona, ocupando la calzada bajo la protectora supervisión de la policía municipal, que desviaba el tráfico. Con alguna pancartita de la clase de manualidades. Debería ser un delito, en cambio, la manipulación de la infancia, y tener una agravante cualificada si quien lo comete pretende presentarse como “demócrata” y “de izquierda”.

Es obvio que los niños tienen derechos, y que pueden ejercerlos autónomamente en ciertos casos: frente a padres maltratadores, en primer lugar. Deberían poder ejercerlos también frente a maestros que les usan como si fueran cosas. El fin (la enseñanza pública, etc.) no justifica los medios: en este caso, la manipulación de la infancia.

12 /

2005

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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