La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
José A. Estévez Araújo
La revuelta francesa
Durante más de dos semanas hemos estado viendo noticias acerca de una revuelta en Francia. El detonante fue la muerte de unos adolescentes. Huían de la policía y se escondieron en un transformador. Murieron electrocutados. Ocurrió en Clichy, una ciudad dormitorio de los alrededores de París.
Como protesta por la muerte de sus compañeros, grupos de adolescentes empezaron a quemar coches, escuelas, locales sociales y hasta comisarías de policía. El Ministro del Interior francés, Sarkozy insultó a los habitantes del barrio tratándolos de delincuentes y “chusma”. La protesta se extendió a otras zonas. Luego a otras ciudades de Francia. En su momento álgido llegaron a quemarse más de mil coches en una noche. Después fue amainando poco a poco.
Los medios de comunicación han presentado la oleada de violencia como una revuelta de jóvenes inmigrantes. En realidad no ha sido así. La inmensa mayoría de los revoltosos son franceses. Sus padres o sus abuelos sí eran inmigrantes. Pero ellos han nacido en el territorio de Francia. Eso les concede la nacionalidad. Tienen derecho al voto (o lo tendrán cuando cumplan 18), aunque sus padres puedan carecer de él.
Ahí está la clave del asunto: en que no son inmigrantes. Sin embargo están discriminados y son excluidos. No llegan a la universidad. No les dan trabajo porque tienen un nombre árabe. Sus hermanos mayores están en paro. Los padres, a veces, también. Pero ellos sienten que deberían tener los mismos derechos que los demás franceses. Aunque lo expresen de forma primaria y violenta. Los inmigrantes suelen estar dispuestos a aceptar las peores condiciones y los trabajos más precarios. Muchas veces eso es mejor que lo que han dejado atrás. Pero sus hijos no son tan conformistas. Ellos son tan franceses como el que más. No tienen por qué sentirse acomplejados.
La respuesta del gobierno francés ha sido fundamentalmente represiva: policías antidisturbios, estado de excepción, detenciones, registros, retirada de subsidios… Es la única política que sabe hacer la derecha. Eso y algunas vagas promesas. Pero el gobierno ha salido reforzado. Y Sarkozy también. La opinión pública le apoya. Puede que esto le convierta en el próximo presidente de Francia, en el sucesor de Chirac.
¡Vaya paradoja! Y es que la situación es muy grave. Los efectos de las políticas neoliberales son ya insoportables para muchos. Se vio en Nueva Orleáns. Pero entre esos efectos están la desagregación social, la debilitación de las organizaciones alternativas, la incapacitación de los oprimidos para que no puedan expresarse políticamente.
Por eso, lo más probable es que la revuelta no logre conseguir nada. Que sea recordada como un problema de orden público. Provocado por gentes de origen oscuro. Los franceses de derechas están diciendo ya que la culpa de todo la tiene la poligamia de los inmigrantes, que no permite a los hijos criarse en una familia estructurada con una figura paterna clara. ¡Eso sí que es echarle la culpa al oprimido de su propia opresión! Los que dicen eso no han logrado aprender siquiera que los franceses son personas de diferentes colores, maneras y culturas. Siguen pensando que franceses son sólo ellos. Los blancos, hijos, nietos y biznietos de franceses nacidos en Francia.
12 /
2005