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Una mujer en Berlín

Anagrama,

Barcelona,

328 págs.

Albert Recio Andreu

Relatar el horror debería ayudar a impedirlo. Por esto la mejor literatura sobre el tema es siempre una llamada a nuestro deber moral. Primo Levi lo hizo magistralmente en sus trabajos sobre los campos de exterminio nazis. La obra que presentamos narra otra faceta de la misma experiencia. Se trata del diario escrito por una mujer berlinesa sobre los últimos días del régimen hitleriano y los primeros meses de ocupación soviética. La guerra se presenta aquí con otra cara, con el hambre, las violaciones masivas, la desmoralización, la desorganización de la vida cotidiana. Y también por la toma de conciencia de la parte de responsabilidad de cada uno en el desenlace del proceso. En este sentido la visión de la autora no es nada exculpatoria de sus conciudadanos, que toleraron y apoyaron a Hitler, ignoraron los campos de exterminio y consideraron normal el trabajo forzado de los rehenes. No es de extrañar que la obra fracasara en su primera edición alemana. Todo el relato está, además, atravesado por una lectura conscientemente femenina del proceso, que pone en evidencia no sólo el diferente impacto del proceso bélico, sino también de cómo las mujeres reaccionan con mayor capacidad a organizar los aspectos básicos de la vida material. Todo un tratado elemental de “economía de género”.

12 /

2005

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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