La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
El método
España-Argentina-Italia,
Una película de "perdedores"
Joan Lara Amat y León
Es agradable encontrarse con una película que dependa exclusivamente del trabajo de los actores, ni lujosos escenarios ni fuegos artificiales, sólo los actores ante la cámara en una historia que se desarrolla en el claustrofóbico espacio de una sala de reuniones. Está basada en la obra de teatro de Jordi Galcerán (El método Grönholm) todavía en cartelera, y su trama gira en torno a un proceso de selección de personal de unos ejecutivos que aspiran a alguno de los innumerables puestos de dirección que existen en las interminables pirámides burocráticas de las corporaciones. Es una “metáfora de las relaciones de poder que se construyen en la sociedad contemporánea y la particularidad de los vínculos que estas relaciones producen entre los individuos”, según palabras de Piñeyro.
En las corporaciones, los métodos de selección de personal son parte del sistema de reproducción social de la administración taylorista: son pedagógicos, tanto sirven para contratar como para despedir y el seleccionador es un mero operario-ejecutor de una política de personal ya decidida en alguna fase anterior. Por ello el método es simplemente una mediación que permite dar un barniz de objetividad a una elección basada en prejuicios y estereotipos. Con ello se consigue descargar de la responsabilidad personal de la decisión y se banaliza la ejecución transformándola en un juego competitivo.
De este “juego” trata nuestra película, en él unas personas se hallan forzadas a comportarse al modo hobbesiano (como un lobo para el hombre), colaborando en el proceso de selección y decidiendo ellos mismo la expulsión de cada compañero. Todo ello en un juego cuyas cartas están marcadas y es imposible ganar con unas reglas que determinan el resultado. Y la participación de otros candidatos no sirve más que para “legalizar” la elección del elegido y ocultar la discriminación por razón de sexo, edad, creencias… Un complicado método para que al final gane el de siempre.
Por ello es una película de «perdedores» en la que la lógica de empresa arrasa contra cualquier ética personal que pudiera suponer un obstáculo en sus “objetivos” sean cuales sean. Las personas viven una contradicción entre sus ideales y las estrechas grietas que el sistema permite para llevarlos a cabo. Pierden los que la corporación considera afuncionales: se pierde por el simple hecho de ser mujer, ser “mayor”, tener una mínima conciencia ecológica o no someterse a los procedimientos de autoridad de la burocracia kafkiana. Pero hay diferentes modos de perder porque también los hay de ganar y en esta paradójica competición gana el puesto el que pierde en su vida. Todos pierden, gana la empresa.
Mientras, en la calle se desarrollaba una manifestación antiglobalización, cuyo paisaje desolado tras la represión de los antidisturbios es un reflejo del estado en el que quedan las conciencias de nuestros personajes, tan próximos. Pues día a día, en cada pequeño lugar, en cada persona, también se desarrolla una batalla política.
11 /
2005