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Dave Edwards

"Errores mediáticos" y "The Lancet"

En un artículo publicado el mes pasado en la página web de la BBC, el corresponsal de World Affairs Paul Reynolds señalaba que George Bush estaba luchando por convertir Iraq en un país estable antes de concluir su mandato en enero de 2009: “Si el presidente se sale con la suya, puede dejar el legado que ha venido tratando de hacer realidad en Oriente Medio: un Iraq ejemplo de democracia que justifique la guerra y sus costos.”

¡Bien por la información objetiva y no tendenciosa de la BBC! En realidad, Reynolds no puede tener demasiada idea de lo que se cuece en el Iraq. De vez en cuando llegan noticias de las maquinaciones estadounidenses para controlar el proceso político, pero no hay prácticamente ningún periodista que se aventure por las calles del país para obtener información por sí mismo. Una excepción es Robert Fisk, del Independent, que explica cómo el periodismo serio ha desaparecido prácticamente del Iraq: “Uno de los miembros del personal norteamericano admite que no sale a la calle ‘desde hace meses’. Un periodista árabe le hace ese trabajo. Hay un periodista norteamericano que recorre el país, pero sólo ‘encuadrado’ en las tropas estadounidenses. Ningún periodista norteamericano de esta oficina recorre las calles de Bagdad. Esto no es ‘periodismo de hotel’, como dije una vez, sino ‘periodismo de cárcel’.”

Alejados del mundo real, los periodistas de la BBC gustan de creerse las palabras de George Bush cuando asegura que aspira a hacer del Iraq un “ejemplo de democracia”. Cuando un lector de Media Lens puso en tela de juicio la afirmación de que Bush podría lograr finalmente justificar la matanza de civiles en Iraq, Reynolds respondió: “No pretendía que interpretara mis palabras como una justificación de la guerra, sino como lo que diría el señor Bush.”

Reynolds estaba dispuesto a admitir e incluso a corregir su “error”, cosa que, de todos modos, es la norma a la que suele atenerse la BBC. Así, por ejemplo, también el mes pasado, el analista de la BBC para Oriente Medio Roger Hardy escribió que George Bush estaba “decidido a ajustarse a un rígido calendario que le permitiera empezar a retirar tropas del Iraq el año próximo, pero su prisa por encontrar una ‘estrategia de salida’, ¿no le obligará a abandonar su aspiración de crear una democracia secular moderna a partir de las cenizas de la dictadura de Sadam?”

Si se le hicieran objeciones, tal vez Hardy respondiera también que se limitaba a transmitir “lo que el Sr. Bush diría” que era su aspiración; que Bush afirmaría que pretende retirar las tropas estadounidenses del Iraq al margen de la construcción de una cadena de bases norteamericanas permanentes. El 29 de agosto, el mando supremo de la fuerza aérea de los EE.UU. dijo que sus aviones permanecerían en Iraq hasta mucho después de que se hubieran retirado del país las fuerzas terrestres. El general John Jumper dijo: “Vamos a seguir con una presencia rotatoria de algún tipo en esta región de manera más o menos indefinida. Tenemos intereses en esta parte del mundo, así como un interés por permanecer en contacto con los militares de aquí.”

Gran parte del periodismo está tejido de “errores” favorables al poder. En julio, el diario The Independent –considerado uno de los más sensatos y honrados diarios británicos– rechazaba los cálculos de la revista científica The Lancet según los cuales habían muerto 100.000 civiles desde el comienzo de la ocupación del Iraq. El diario afirmaba que la muestra empleada para calcular el número de muertos había sido “pequeña”, añadiendo: “Aunque nunca completamente refutadas, dichas cifras han sido puestas muy en duda, lo que ha permitido a las autoridades estadounidenses y británicas rechazarlas como mera propaganda.”

Yo hice unas objeciones al respecto al autor, la veterana editorialista Mary Dejevsky, quien respondió: “Personalmente, creo que había un problema con la técnica de extrapolación, pues aunque la muestra puede haber sido la normal para estos casos, desde la óptica de un profano parecía pequeña para las conclusiones que se obtenían de ella y no parecía que se tuvieran suficientemente en cuenta los diferentes grados de agitación que se dan en diferentes regiones.”

Pregunté al autor principal del informe de The Lancet, Les Roberts, uno de los más prestigiosos epidemiólogos mundiales, su opinión acerca de las críticas de Dejevsky.

En su respuesta, Roberts escribió que Dejevsky se equivocaba incluso al hablar de la “técnica de extrapolación” del informe (el equipo había tomado muestras, no extrapolado datos). En cuanto a la idea de que la muestra era “pequeña”, Roberts comentó: “¡Eso es lo más desconcertante! Un total de 142 muertes posteriores a la invasión en 988 unidades familiares son un montón de muertes y, desde el punto de vista técnico, un montón de entrevistas. En 1993, cuando el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos estudió aleatoriamente 613 unidades familiares en Milwaukee y llegó a la conclusión de que 403.000 personas habían desarrollado el criptosporidio, en una de las mayores epidemias jamás producidas en el mundo desarrollado, nadie dijo que 613 unidades familiares no fueran una muestra lo bastante grande.”

Es realmente desconcertante. En el año 2000, Roberts puso en marcha la primera de una serie de tres encuestas en el Congo por encargo del International Rescue Committee, en las que utilizó métodos afines a los de su estudio sobre el Iraq. La primera encuesta de Roberts estimó que a lo largo de 22 meses habían muerto en el Congo 1,7 millones de personas como consecuencia de conflictos armados. Como dice el propio Roberts, la reacción no pudo ser más diferente: “Tony Blair y Colin Powell citaron esos resultados una y otra vez sin interrogarse para nada sobre su precisión y validez.”

De hecho, al cabo de un mes, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una resolución exigiendo que todos los ejércitos extranjeros abandonasen el Congo, y algo después, en ese mismo año, las Naciones Unidas lanzaron un llamamiento para la concesión de 140 millones de dólares de ayuda a aquel país, lo que representaba más del doble de su anterior petición anual. Posteriormente, citando el estudio, el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos anunció un compromiso por valor de 10 millones más de dólares para programas de emergencia en el Congo.

Y en cambio, significativamente, el Daily Mail informaba en octubre de 2004 del “creciente enfado de Washington y Londres” por “los métodos utilizados para elaborar” el informe de Roberts sobre el Iraq (esencialmente los mismos que se habían utilizado en el Congo).

Lo más inquietante de la respuesta de Roberts fue su contestación a las afirmaciones de Dejevsky de que los desiguales niveles de violencia comprometían la exactitud de las cifras. En realidad, el estudio no sólo tenía en cuenta esa variabilidad, sino que se decantaba hacia el lado de la cautela al excluir los datos correspondientes a Faluya, donde la mortandad fue extraordinariamente alta. Faluya fue el único caso elegido para ilustrar la extrema violencia desatada en las ciudades (como Ramada, Tallafar, Faluya, Nayaf); todas las demás quedaron excluidas de la muestra por puro azar. Ello significa que el número real de muertes supera con toda probabilidad los 100.000. Roberts le dijo a Dejevsky: “Dése cuenta, por favor, de hasta qué punto fuimos cautelosos: hicimos una encuesta por la que estimábamos que habían muerto unas 285.000 personas durante los 18 primeros meses de la invasión y ocupación, mientras que en nuestro informe nos limitábamos a hablar de un mínimo de 100.000.”

Roberts concluía: “Existen como mínimo 8 estimaciones independientes del número o índice de muertes provocadas por la invasión del Iraq. La fuente predilecta de los partidarios de la guerra (Iraq Body Count) es la que da las cifras más bajas. Nuestra estimación es la tercera empezando por arriba. Hay otras cuatro estimaciones que sitúan la tasa de mortalidad por encima de las 100.000 personas.”

Los políticos y los periodistas han recurrido a la reducida cifra aportada por Iraqbodycount para atacar el estudio de The Lancet. Se han servido también exhaustivamente de un comentario publicado en el Washington Post por Marc E. Garlasco, analista militar de alta graduación que colabora con Human Rights Watch, quien dijo acerca de las cifras de Roberts: “Esas cifras parecen infladas”.

Los medios de comunicación no han recogido, en cambio, los comentarios hechos posteriormente por Garlasco, quien ahora dice que en aquel momento no había leído el artículo de The Lancet, y califica su cita en el Post de “realmente desafortunada”. Garlasco cuenta que le dijo al periodista: “No lo he leído ni lo he visto. No sé nada al respecto, de manera que no debería comentarlo.” Pero “como todo buen periodista, me indujo a hacer el comentario.”

La mayoría de los periodistas que rechazaron el informe de The Lancet no se molestaron en exponer ni en buscar una opinión científicamente documentada. En vez de eso, prefirieron quedarse en tópicos y afirmaciones propagandísticas favorables al gobierno. Dada la gravedad del asunto que nos ocupa (la responsabilidad de nuestro gobierno en la matanza de decenas, quizá centenares, de miles de civiles) es difícil imaginar un caso de negligencia periodística más grave.

Quizá convenga dar la última palabra al propio Roberts. Hacia el final de su mensaje electrónico a Dejevsky, oímos la voz de un científico perfectamente racional que ha experimentado plenamente en su carne hasta qué punto pueden ser irracionales los medios de comunicación: “Es chocante que la lógica epidemiológica admitida cada día por la prensa en relación con los nuevos medicamentos y los riesgos para la salud cambie cuando el mecanismo letal son las fuerzas armadas propias.”

David Edwards es coeditor de http://www.medialens.org/

[Fuente: Znet, www.zmag.org.
Traducción: Miguel Candel. Artículo suministrado por: Agustí Roig]

11 /

2005

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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