La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
María Rosa Borrás
Amenazas contra la democracia
La extraordinaria e impresionante movilización popular contra la guerra ha de tener consecuencias políticas porque ha significado una consciente intervención en política que rompe con la apatía y que niega la concepción de la democracia como asunto exclusivo de los profesionales de la política. La democracia es algo más que delegar en otros. De momento esta guerra indigna la han ganado las potentes armas de destrucción arrojadas masivamente sobre Irak. Pero ello no significa la derrota de un movimiento social que ha sabido aislar a los responsables de la invasión de Irak y, además, ha dejado al descubierto sus engañosas palabras: llevar la democracia a Irak. En su gestión del día después de las bombas, queda patente qué entienden por democracia los invasores de ese país (y sus cómplices).
En nuestro país, la democracia experimenta desde hace tiempo un proceso de involución y encogimiento, según dicen quienes mandan ¡para gestionarla mejor! Corresponde, pues, prevenir aquí cuantas medidas van encaminadas a encanallar la democracia según los intereses propios del poder de la derecha política y social. Hemos de frenar ese proceso mediante nuestro voto, sí. Aunque resulte difícil elegir, aunque propiamente no sea el camino de la representación y delegación de voluntad un camino definitivo, sino sólo un ejercicio de demarcación de fronteras.
Es muy duro (o por lo menos así nos lo parece a algunos) tener que admitir, a estas alturas del dominio tiránico mundial del gran capital, que también forma parte de otra manera de entender la política participar en unas elecciones claramente circunscritas por condiciones y condicionantes que limitan gravemente su dimensión democrática. Pero inhibirse no anula el juego, de modo que negar una realidad en la que estamos involucrados puede resultar una reacción pueril y peligrosa.
Las elecciones son un momento de participación democrática en los asuntos públicos. Sin embargo, no deben concebirse como el centro de la acción política, sobre todo si no se insertan en el contexto de una política de creación de tejido asociativo capaz de impulsar una clara referencia de contrapoder. Durante las elecciones precisamente aparece en primer plano la asimetría de posición de las diferentes fuerzas políticas así como la disgregación y desarticulación de los individuos. Individualmente hemos de votar unas ofertas que, escalonadamente, sedimentan opciones previamente evaluadas y encajadas en un sistema inamovible de constricciones que impide romper el principio de la jerarquía económica, política y cultural de las clases dominantes.
Vamos a votar, pues, individualmente ante unas ofertas escasamente innovadoras y además a sabiendas de la constante usurpación de poder que significan unos programas electorales que dicen poco de los verdaderos presupuestos políticos y nada de las consecuencias reales que tendrá la aplicación de esos proyectos. La votación es un momento excepcional en el que, de manera discontinua, se expresa confianza en una acción política futura. Pero la gran mayoría de votantes queda luego excluida del control y de la determinación sobre opciones no declaradas o bien ante situaciones imprevisibles.
Sin embargo estas son las reglas de juego en relación con el poder político consolidado en las actuales macrosociedades, constituidas por enormes, complejos y potentes aparatos y mecanismos de mantenimiento de las relaciones de poder. Ciertamente, esta forma de ejercicio de la democracia en condiciones desagregadas propicia la irresponsabilidad y arbitrariedad por parte de los gestores políticos.
Ahora bien, con todo y sus fundamentales limitaciones, esas circunstancias periódicas, cada pocos años, constituyen la ocasión para hacer balance y para recordar sobre todo que otras formas de intervención y de acción políticas quedan también delimitadas e influidas por ese gran marco de la política profesional.
Ante las próximas elecciones municipales debemos ser consecuentes con el lema «no en nuestro nombre» también en relación con el insidioso proceso de recorte de libertades democráticas que, en España, ha conducido a una situación de tensión y arbitrariedad. Esa situación se concreta incluso en cambios legislativos de dudoso espíritu democrático. No sólo estamos en una situación de arbitrariedad verbal («guerra pacificadora») sino también de arbitrariedad jurídica (endurecimiento del código penal; noción ambigua de terrorismo).
La última muestra de esa acción difuminada aunque constante de erosión de los principios y derechos democráticos es el borrador de anteproyecto de reforma del Código Penal Militar del Ministerio de Defensa. Es un borrador «fantasma»; nadie se hace responsable de su existencia ni de su contenido. Por lo menos, de momento. Miembros del gobierno han declarado que no es una prioridad; que es sólo un borrador de trabajo; que no es una reforma que el Ejecutivo tenga previsto abordar en esta legislatura. Sin embargo, aunque sea en forma de borrador, es algo radicalmente antidemocrático prever cárcel (de 1 a 6 años) para actos públicos contra la guerra por considerar que tienden a desacreditar la intervención de España en asuntos internacionales. Es contrario a la democracia prever la extensión de la jurisdicción militar para sancionar conductas propias del derecho de opinión y de manifestación.
Está claro que esta reforma legislativa no la incluirá programa electoral alguno. Bush tampoco incluyó sus planes de guerra (ni del campo de tortura permanente en Guantánamo, donde hay incluso prisioneros menores de 16 años) en su programa electoral, aunque hoy es sabido que la guerra estaba proyectada desde mucho antes del atentado del 11 de septiembre. En cualquier caso, ahí queda eso; ahí queda la amenaza y ahí queda esa visión de los derechos democráticos como si fueran algo de quita y pon.
Es imprescindible votar con sentido de lo que es la acción política. Votar opciones concretas de las que quepa suponer perspectivas democráticas. Hay que votar preventivamente contra la guerra, contra la insolencia y contra la estupidez.
Cada cual habrá de decidir qué partido garantiza mejor la defensa de la democracia, pues es obvio que el voto en blanco no sirve para nada que no sea reforzar las posiciones de las fuerzas de la derecha. Es fácil saber, en cambio, quienes representan el espíritu de la violencia, de la insolencia y de la estupidez que amenaza hoy la democracia.
30 /
4 /
2003