La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Albert Recio Andreu
De papas, pobres y libertades
Este año la programación televisiva nos ha ofrecido una Semana Santa sostenida en forma de misas, entierros y momentos históricos. Ha sido un abuso en toda la regla, aunque quizás menos dictado por el poder de la Iglesia Católica sobre los medios que por la propia lógica de los mismos siempre dispuestos a concentrarse en el gran acontecimiento del momento. El que tenga un mínimo de memoria recordará situaciones parecidas, sea en la muerte de Lady Di o en el atentado del 11-S. Se trata siempre de combinar un enorme y reiterativo despliegue de medios para convocar a las masas a participar como comparsas en movidas cuando menos banales (aunque el uso de esta técnica parece que ya está produciendo frutos menos inocentes en forma de «revoluciones de colores» que están aupando al poder a amigos de los yankis en diversas repúblicas ex soviéticas). Y es que si algo sabe ofrecer la Iglesia católica es una enorme experiencia en la organización de ceremonias y ritos que (sinceramente soy incapaz de entenderlo) encandilan al personal.
Hoy es la gestión de los principales ritos de paso de la gente común lo que le garantiza su mejor capacidad de convocatoria. Y lo que ahora se ha escenificado es una maniobra a lo grande para volver a situar la «marca» en la primera línea mundial (al fin y al cabo actúa como lo que realmente es, la primera gran multinacional de la historia). Sin duda ahí los laicos y los alternativos tenemos un «handicap», ni hemos sido capaces de crear ritos de paso alternativos (y parece que estos forman parte de demandas psicológicas bien asentadas en nuestra especie) ni mucho menos podemos competir con los fastos que se montan desde el poder. Por esto resulta hoy tan difícil replantear la cuestión de la monarquía, porque el mundo mediático ha revitalizado el papel de príncipes y princesas y estos solo son atacables cuando cometen errores dramáticos. Ahí sigue existiendo de aprendizaje (sobre como intervenir en un mundo de política de la representación) pendiente para quienes pretendemos cambios sociales profundos.
Caben pocas dudas que Juan Pablo II ha encarnado un papado conservador e involucionista. Y no parece que el nuevo monarca alemán vaya a representar una ruptura. En gran parte porque, al menos en Europa, gran parte de la iglesia progresista de los años setenta acabo saliéndose de la estructura orgánica (el celibato quizás no atraiga a muchos candidatos pero seguro que expulsa a la gente más inquieta) y se han reforzado las sectas más reaccionarias. Pero a pesar de ello coexisten en muchas valoraciones de la actuación de Wojtila en clave dual, conservador en lo moral y progresista en lo social. Quizás una ambigüedad que sigue permitiendo a muchos cristianos progresistas mantenerse en la Iglesia Católica a pesar de la demoledora represión ejercida contra los partidarios de la teoría de la liberación.
Reconocer el importante papel que juegan muchos cristianos en los movimientos antiglobalización y en otras luchas sociales no debe evitar discutir abiertamente la posición de la Iglesia social. En primer lugar porque es completamente cuestionable que uno pueda ser socialmente avanzado y al mismo tiempo conservador. Las posiciones morales de la Iglesia oficial en materia de moral sexual afectan directamente a una parte de las vivencias más íntimas de los seres humanos, violentan sus comportamientos y generan un enorme sufrimiento humano. Contienen además una buena dosis de doble moral clasista, la que condena la homosexualidad y protege la pederastría de sus clérigos, la que condena el divorcio pero concede nulidades matrimoniales a los ricos que pueden pagarlos. Sin contar con la criminal oposición a los métodos anticonceptivos que significan una condena a muerte para millones de fieles en los países pobres. Uno de los legados serios del sesenta y ocho y de los movimientos sociales fortalecidos a partir de esta época (especialmente el feminista y el de liberación homosexual) ha sido precisamente el de mostrar que el control sexual forma parte de las mismos mecanismos de poder que permiten la explotación económica. Lo cual pasan por alto aquellos que aún plantean la compatibilidad entre rigor puritano y progresismo social (por ejemplo, hace pocos días pudimos escuchar en Catalunya Radio a Frai Bento, ex responsable brasileño de la campaña contra el hambre, que la crítica de la izquierda europea al Papa se debía a que sólo se preocupaba por problemas de ricos, como si la sobrepoblación, el sida o sumisión femenina no formaran parte de las vivencias cotidianas de muchos brasileños pobres).
De la misma forma que el control del dolor que trata de ejercer Roma con su cerrada oposición a la eutanasia y, por lo visto en Leganés, a cualquier sistema público de curas paliativas constituye parte de un sistema de control de las vidas humanas a partir del control de todo lo relacionado con la muerte (una muestra de impiedad en grado sumo).
Pero la Iglesia oficial es también reaccionaria en materia social, más allá de manifestaciones más o menos sinceras a favor de la dignidad del trabajo y de denuncia de la globalización. Lo que verdaderamente domina es un discurso sobre los «pobres» entendidos como agentes pasivos de la caridad (ahí está la diferencia irreconciliable con la Teología de la Liberación, en el papel de protagonismo que ésta concede a la gente de abajo) y, sobre todo sus prácticas sociales orientadas al asistencialismo interesado o propagandístico. El derribo del estado del bienestar no sólo se lleva a la práctica con las medidas neoliberales, también con la cesión (directamente o mediante un complejo sistema de exenciones fiscales y ayudas públicas) de parte de sus funciones a entes controlados por la Iglesia, en los que se borran derechos de ciudadanía y se fortalecen vínculos de dependencia. Lo que diferencia Europa de Estados Unidos. no es tanto que los pobres reciban mucho menos ayudas, como que gran parte de las mismas lleguen a través de alguna congregación religiosa, lo que está en la base de la sorprendente reelección del mentiroso y reaccionario George Bush. Preocuparse por los pobres no siempre es luchar contra las raíces de la desigualdad, de la misma forma que el amor por la infancia no es lo mismo que las prácticas de algunos clérigos.
No hay atisbos de que el nuevo papado vaya a cambiar las cosas. El tiempo de espera que pedía el teólogo progresista Hans Küng se ha empezado a agotar con el nombramiento de la Curia. Y es tarea de los laicos y ateos no dar alas a esta Iglesia reaccionaria aceptando la ambigüedad de una iglesia con vocaciones contradictorias. Nuestro esfuerzo es el de reforzar tanto una respuesta real a las nuevas y viejas caras de la explotación como fomentar la emergencia de un nuevo orden moral, realmente a la medida de hombres y mujeres, piadoso, amable y racional. Lo que no evita nuestro apoyo fraterno y nuestro trabajo codo con codo de todos aquellos cristianos que, a pesar del permanente chantaje al que están sometidos desde la jerarquía, están construyendo un nuevo espacio moral que tiene muchísimos puntos en común con los nuestros.
1 /
5 /
2005