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Deseo

Destino,

Barcelona,

234 págs.

María Rosa Borràs

Es probable que la lectura de esta autora provoque desconcierto. La concesión del premio Nobel en el 2004 ha dado lugar a escasos comentarios, más bien centrados en su personalidad que en su extensa obra.

Es cierto que su personalidad presenta rasgos excepcionales: ha pertenecido al partido comunista austríaco durante diecisiete años (se dio de baja en 1991). Pero da la impresión de que se pretende disolver la acidez de su discurso en un anecdotario sobre sus vivencias familiares y personales. En cualquier caso, ésta es la reacción sistemática de la derecha austríaca frente a esta autora: hablar de ella en lugar de argumentar o discutir sobre el contenido y valor de su creación literaria.

La obra que aquí comentamos describe, de un modo descarnado y sin contemplaciones, la absoluta y absorbente sujeción de las mujeres a unas relaciones sexuales que las destruyen como personas. A través de un relato monocorde y obsesivo sobre el proceso de destrucción personal de la protagonista, comparecen otros personajes característicos del contexto: el director de la fábrica de un consorcio (su marido), las familias de los trabajadores, los deportes de invierno que atraen a turistas y estudiantes de la ciudad para consumir naturaleza, etc. Una pequeña población austríaca de idílico paisaje constituye el marco del relato que puntualmente alude a los mecanismos sutiles de la propaganda comercial y de la educación social y familiar. Pero en realidad, a lo largo de la lectura lo que aparece con toda nitidez es la estructura profunda de lo que solemos denominar la sociedad patriarcal, es decir, el tipo de poder que define la vida e impone sus brutales reglas en las relaciones sexuales entre hombre y mujer.

El proceso de destrucción personal y sentimental de la protagonista de la obra es descrito de un modo despiadado e implacable como genérico destino de la mujer en la familia. No creo que sea el cinismo lo que caracteriza a Jelineck, como sostienen sus detractores austríacos con el neonazi Haider a la cabeza, sino más bien la valentía de enfrentarse a lo inhumano del patriarcalismo en toda su negatividad y potencia destructiva.

Es una obra de difícil lectura porque provoca desasosiego e incomodidad por su lenguaje descarado y sus transgresiones constantes, hábilmente combinadas con un lenguaje magistralmente poético; pretende decir lo indecible desde la perspectiva de la mujer. No estamos acostumbrados. Sólo los hombres se descaran en sus íntimas sensaciones y vivencias de la sexualidad. Tal y como dice la autora en una entrevista, los hombres tienen el estatus de sujeto, tienen el poder definitorio en sus manos. Son dueños de la palabra y de la escritura. Dominan el mercado, establecen el discurso y fijan sus reglas. Pues bien, Jelineck rompe con ese discurso y denuncia lo que subyace propiamente a ese dominio: la violencia y opresión sexuales. Dudo de que muchos lectores (y lectoras sumisas) sean capaces de soportar la verdad sin paliativos; seguramente pensarán que ellos son diferentes, sin entender que la obra sencillamente está hablando de todos sin excepción.

3 /

2005

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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