¿Qué otras tragedias tendremos que presenciar antes de que quienes están envueltos en cada guerra comprendan que es un camino solo de muerte, y que la idea de ser vencedores es una ilusión? Porque, que quede claro, ¡con la guerra todos somos derrotados! También quienes no han tomado parte en ella y con cobarde indiferencia se han quedado mirando este horror sin intervenir para llevar la paz.
Para que no me olvides
España,
Memoria y vitalidad
Antonio Giménez
En estos tiempos no es fácil encontrar en cartelera una película tan respetuosa con el espectador y de emoción tan perdurable como el tercer largometraje de Patricia Ferreira (Sé quién eres; El alquimista impaciente). En él se nos muestra el sufrimiento de unos personajes corrientes (magníficamente interpretados), y por tanto fácilmente reconocibles por el espectador, abocados a ayudarse a partir de un acontecimiento traumático que va a cambiar sus vidas. Y a este drama, del que emerge con fuerza la idea de que vivir no significa sólo verse, asiste silencioso un viejo olivo que acaba convirtiéndose en el verdadero protagonista del film. El árbol que evoca nuestro origen común nos lleva aquí al recuerdo de los que sufrieron represión durante la postguerra española. Un recuerdo que va a ser tomado por los protagonistas jóvenes del film que se desenvuelven en medio de un paisaje urbano hostil y actual. El juego generacional que construyen las guionistas (la propia directora y Virginia Yagüe) incentiva a reflexionar sobre la falta de curiosidad intelectual de las generaciones jóvenes y el consiguiente aplacamiento de su vitalidad consustancial en los justos términos de la adaptación pragmática por las generaciones adultas al presente que conocemos. Emocionante y absolutamente imprescindible.
3 /
2005