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Juan-Ramón Capella

Aburrimiento de la política o política del aburrimiento

No es cierto que el Partido Popular esté practicando una política de la tensión porque no ha sabido asimilar los resultados electorales. La practica con un designio político muy preciso, que es necesario comprender y calibrar.

El Partido Popular sabe que, a pesar de todo -a pesar de las manifestaciones contra la guerra, a pesar de la indignación que suscitaba en todo el país la política del gobierno Aznar-, perdió por muy poco. Sabe que dispone de una base electoral bastante estable. No por casualidad su política derechista reforzó una versión modernizada de la España de charanga y pandereta: la de los nuevos ricos de la especulación y del ladrillo; los reyezuelos locales, con sus cortes mafiosas. El PP mantiene la tensión de sus bases porque sabe bien que su oponente, el partido socialista en el gobierno, no es un enemigo fuerte y puede ser derrotado.

El Partido Popular calcula que tarde o temprano el gobierno en minoría del Psoe será herido en su tendón de Aquiles: el apoyo del nacionalismo. Calcula que ese gobierno no podrá pagar el precio exigido a cambio de apoyo parlamentario de Esquerra Republicana, en el gobierno tripartito catalán, y habrá de convocar elecciones anticipadas.

Por eso el PP refuerza su apuesta de nacionalismo españolista.

La izquierda, o sea, la gente que está a la izquierda del Psoe o en la izquierda de éste, hemos de estar preparados para lo que se nos venga encima. Y no lo tenemos precisamente fácil.

No lo tenemos fácil, en primer lugar, a causa del propio Psoe: Zapatero, que hasta ahora aparece como un jefe de gobierno ideal en democracia (por irse de Irak, por la paridad, por sus modos personales), va a imponer un feo gesto poco democrático: el plebiscito -no hay otra manera de llamarlo- sobre el tratado «constitucional» europeo. Zapatero va a imponer una votación sin discusión, pero -eso sí- con muchísima publicidad, con propaganda que permitirá a las agencias publicitarias hacer su agosto en el mes de enero. Y ése será el primer borrón del gobierno Zapatero.

No lo tenemos fácil, en segundo lugar, por causa de los nacionalismos vasco y catalán. Este último, a la chita callando, con medios poco menos que subliminales, trata de avanzar hacia una «euroregión» de Països Catalans que arrastre tras de sí a media España. Y tiene éxito. Ha conseguido que enmudezcan las voces no nacionalistas de Cataluña, que son las de sus clases trabajadoras. Éstas no cuentan ya políticamente. Sus sindicatos, incluso, apoyan al gobierno en el asunto del plebiscito «constitucional», sin que les importe que lo plebiscitado signifique la proscripción definitiva de lo que en 1978 se llamaba todavía «economía social de mercado». Estos sindicatos ciegos pagarán a la larga por esto (y no es una amenaza, sino una mera profecía basada en la experiencia).

No lo tenemos fácil tampoco por la situación de ese referente político de la izquierda real que es la organización llamada Izquierda Unida. Que no ha sabido iniciar siquiera un debate político en profundidad. Reducida a ser un partido de opinión -queda muy lejos y muy utópico el proyecto de ser un partido de masas-, Izquierda Unida sólo puede aspirar a ser un referente electoral si puede presentar un programa político verdaderamente avanzado respecto del Psoe y unos modos de hacer ejemplares. Pero ni siquiera eso parece estar al alcance de lo que es esta formación: un conglomerado de grupos heterogéneos, donde se dan cita desde auténticos impulsores de actividad cívica y social hasta políticos profesionales de los que ojalá pudiéramos olvidarnos. Hoy IU no suscita entusiasmos.

Y, a todas éstas, como suele ocurrir después de un cambio a la izquierda en el gobierno, los movimientos sociales reales experimentan un reflujo.

No es pues disparatado el cálculo del Partido Popular. Hay que rehacer alianzas y señalar prioridades, y la primera de todas es evitar la vuelta al gobierno de España de ese clan de derechistas de toda la vida, tan antidemocráticos y reaccionarios como no tuvieron reparo en descubrirse en la última legislatura.

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2005

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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