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Juan-Ramón Capella y José Luis Gordillo

No a la guerra, no a las armas

A los poderes públicos españoles y a los dirigentes de los partidos políticos atlantistas (Vox, PP, PSOE, Ciudadanos, PNV, JuntsxCat, etc.) no les ha bastado con el fracaso de su actuación en Afganistán. Allá se enviaron tropas, exigidas por el Imperio; allí dejaron la vida un centenar largo de soldados españoles y éstos, a su vez, mataron a un número indeterminado de personas o colaboraron decisivamente para que otros las mataran; allá se dijo que guardiaciviles españoles formaban a la policía de Afganistán; allá el Estado español se gastó miles de millones de euros que bien se podían haber empleado en la sanidad pública, en la educación o en las ayudas a la dependencia. Y la pregunta es obvia: ¿para qué sirvió todo eso?

A los belicistas, incluidos los belicistas que no lo son por convicción sino para caerle bien al que manda, se les acostumbra a atribuir “realismo político”. Cada vez que alguien piense así, que inmediatamente reflexione sobre la fallida aventura neocolonial en Afganistán, la cual ha durado nada más y nada menos que veinte años. Y cuando haya acabado que continúe reflexionando sobre las consecuencias materiales de las guerras de agresión protagonizadas por EE. UU. y sus aliados europeos en Iraq, Libia o Siria. Por último, también sería conveniente que no se perdiera de vista nunca que EE. UU. y Rusia (así como Francia o Gran Bretaña) son estados cuyos ejércitos disponen de abundante armamento nuclear, químico o bacteriológico.

(Y también podrían hacerse otras preguntas, en relación con la gestión por el Gobierno de España, entonces del PP, por el accidente del Yak-42, que paracolmo de ironías era un avión de diseño soviético.)

Ahora la ministra Robles, en nombre del Gobierno actual, anuncia el envío de buques de guerra y de bombarderos para colaborar en el jaque a Rusia de la Otan que propone el Gobierno norteamericano.

La expansión de la Otan hacia el este, que ya incluyó en su día el bombardeo de Belgrado, de una ciudad de civiles como nosotros, pretende ahora asociarse a Ucrania para instalar allí bases militares que amenacen a Rusia, pues este país estranguló en su día el intento occidental de cerrarle la salida al mar Mediterráneo. Cualquier instancia de análisis geopolítico no sometida a la justificación del Imperio sabe que Rusia no pretende atacar a nadie. Que su traslado de tropas a su frontera sur es una simple maniobra de disuasión. Que se puede convertir en una crisis de proporciones mundiales si los Estados Unidos prosiguen con su proyecto de avanzar hacia el este de Europa.

Desde el principio de esta crisis se vio que estaba orquestada. Lo evidenciaron las amenazadoras palabras de Borrell, algo así como el ministro de Exteriores de la Unión Europea (Alto Representante), sobre Ucrania y del secretario general de la Otan.

La participación española (y la europea) en amenazas militares a otros países es una vergüenza. Lo es la propia pertenencia a la Otan, tanto como la existencia de bases militares norteamericanas en nuestro país. El caso de la Otan es sangrante, pues para obtener la aquiescencia a la llamada Alianza Atlántica en referéndum de la población, el presidente del Gobierno español, Felipe González, del PSOE, se comprometió a la no integración de España en su estructura militar. Palabras que el viento se llevó. Ahora una ministra del mismo partido anuncia el envío de buques de guerra al mar Negro, también para amenazar a Rusia, y bombarderos (aviones) a Rumania.

En el mar Negro, obviamente, no se nos ha perdido nada.

Tal vez la sangre no llegue al río porque Rusia no está dispuesta a aceptar, en modo alguno, la instalación de misiles de alcance medio en Europa, que es el objetivo norteamericano, y acaso la Otan se la tenga que envainar porque Rusia también dispone de este tipo de armamento y podría emplazarlo. Por otra parte, los intereses económicos de diversos países de la UE en Rusia son amplios y poderosos, comenzando por lo que puede estar en el corazón mismo de esta crisis, a saber: la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2, que debe llevar el gas ruso a Alemania y al centro de Europa y que, desde el punto de vista de Washington, podría reducir la dependencia de Europa del gas norteamericano y aumentar la influencia de Rusia en los asuntos europeos. Ante la crisis energética en curso, el gas ruso es vital para las economías europeas. Frente a ese argumento se puede esgrimir que la Rusia de Putin tiene los suficientes problemas internos (su economía, por ejemplo, es altamente dependiente de la exportación de gas y petróleo, dos recursos agotables que han alcanzado ya o están cerca de alcanzar sus picos de extracción) como para dedicarse a inmiscuirse en la política interna de los países de la UE. Todas las tensiones en la frontera este de Europa se podrían solucionar con acuerdos razonables que tuvieran en cuenta los intereses de seguridad y defensa de Rusia, un país que fue invadido por la Alemania hitleriana hace ahora más de ochenta años y que pagó con veinte millones de muertos el combate contra el imperialismo nazi.

Una crisis localizada en Europa le podría venir bien a Norteamérica, siempre al resguardo al otro lado del Atlántico. Pero es absolutamente inaceptable una política que puede acabar en una “guerra de teatro”, esto es, en una guerra limitada al teatro europeo. En cualquier caso, las inquietantes noticias belicosas pueden acabar de asesinar las esperanzas puestas en una salida de la crisis económica causada por la pandemia mundial, que, por cierto, el Gobierno norteamericano gestionó pésimamente.

A los Estados Unidos España no les debe nada. Más bien lo contrario: el pacto de la Administración Eisenhower con la dictadura militar española prolongó durante doce años la falta de derechos de todos nosotros.

Esperemos que los Estados Unidos no recurran en este caso a sus viejos trucos, como la falsa cañonera del golfo de Tonkín para entrar en la guerra del Vietnam, o, si vamos a eso, a la supuesta voladura del Maine para entrar en guerra con España.

¿Por qué soportamos la tendencia norteamericana a militarizar cualquier conflicto? ¿Es que no saben negociar? ¿Se les ha olvidado, como a los matones de barrio? Armar a Ucrania, con el tipo de Gobierno que hay allí, no salido de las urnas en una situación de normalidad, ¿es siquiera prudente?

Tenemos que oponernos a la guerra tanto como podamos. A cualquier guerra, y además a los gastos militares que hacen posibles las guerras y restan recursos para cosas verdaderamente necesarias.

24 /

1 /

2022

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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