¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Mario Barcellona
Entre pueblo e imperio
Trad. de J-R. Capella, A. Giménez, J. L. Gordillo y J. Ramos
Trotta,
Madrid,
2021,
280 págs.
R. C. B.
Pocos períodos de la historia de la humanidad han presenciado cambios tan dramáticos y trascendentales como los que están teniendo lugar en estas primeras décadas del siglo XXI. No sería exagerado afirmar que la radicalidad de esos cambios es tal vez equiparable a la de las transformaciones asociadas a la revolución neolítica, la antigüedad tardía —la transición del mundo antiguo al medieval— o la primera revolución industrial. Al estudio crítico del presente momento de verdadera mutación social y a sus implicaciones ético-políticas desde una óptica marxiana renovada dedica el pensador italiano Mario Barcellona su último libro, Entre pueblo e imperio.
El ensayo de Barcellona se desenvuelve en dos dimensiones: una dimensión analítica y una dimensión normativa. El eje de la primera gira en torno al fenómeno del denominado “fin del trabajo”, es decir, la drástica reducción de la cantidad de trabajo humano requerida para llevar a cabo los procesos productivos característica de las sociedades actuales y, previsiblemente, de las futuras. La persistente desaceleración del ritmo de crecimiento económico, los procesos de concentración empresarial y, por encima de todo, la imparable y mercenaria tecnociencia contemporánea han causado esa drástica reducción del trabajo necesario para la reproducción social y la creación de excedente productivo, sobre todo en las sociedades occidentales. En consecuencia, sobra trabajo humano, especialmente trabajo humano remunerado, y dada la centralidad del trabajo remunerado para la subsistencia, el bienestar y el reconocimiento social de los seres humanos en nuestras sociedades, franjas cada vez más significativas de la población parecen estar de más. La economía de mercado capitalista globalizada y liberalizada no tiene una respuesta adecuada a este problema: además de contribuir ella misma a generarlo, no puede ofrecer nada en este punto esencial, excepto, en el mejor de los casos, beneficencia para los expulsados del mundo del trabajo, ni tampoco, por otra parte, sus elites rectoras están dispuestas a ofrecer nada más. Tal tarea habría correspondido a los partidos y movimientos de izquierdas, pero las mismas izquierdas también parecen sobrar (este término, ‘sobrar’, es usado por el autor en repetidas ocasiones): estando históricamente unida a las clases trabajadoras y a su mundo, su desarticulación, precarización y pérdida de peso social derivadas del “fin del trabajo” han redundado en una crisis existencial de la izquierda misma, que no ha sabido y, a veces, ni siquiera ha querido, defender los medios de vida y la dignidad de todos los trabajadores frente a los procesos de globalización y liberalización de los mercados, frente al absolutismo del mercado, en suma.
Sin embargo, los mencionados fenómenos de desaceleración del ritmo de crecimiento económico, concentración empresarial y tecnociencia contemporánea en el contexto de una economía de mercado capitalista globalizada no sólo suponen una amenaza existencial para las clases trabajadoras (en sentido amplio, incluyendo a las clases medias que viven de su trabajo) y para la izquierda. También plantean retos existenciales a ese sistema económico y, por lo tanto, a todo el orden social vigente. Como es sabido, su motor es la producción de un creciente excedente productivo privadamente apropiable y acumulable. Una creciente demanda masiva de bienes y servicios respaldada por dinero es el combustible que, en último término, alimenta dicho motor. Pero el “fin del trabajo” implica una decreciente masa salarial con que apuntalar esa demanda y, por consiguiente, el riesgo de que el motor que mueve el capitalismo se detenga. Este riesgo, en opinión de Barcellona, es difícilmente soslayable y los expedientes hasta ahora empleados para sortearlo, provisionales e insuficientes. A la vista de lo cual, aparecen como más probables que mera continuidad sin cambios relevantes del capitalismo globalizado, liberalizado y tecnocientífico dos opciones contrapuestas de desarrollo futuro: o bien un descenso a los infiernos que podría no desmerecer la “era de las catástrofes” de la primera mitad del siglo XX, o bien un nuevo orden social guiado por valores alternativos a los de ese capitalismo. Con ello, nos introducimos ya de lleno en la dimensión normativa de la obra de Barcellona.
En cuanto a esta dimensión normativa, el autor propugna un nuevo “horizonte de valores” centrado en las ideas de redistribución y socialización de la riqueza, el trabajo y el conocimiento y de superación del agónico individualismo exacerbado e ideológicamente meritocrático que hoy en día domina la cultura y la moralidad occidentales y que tienden a asumir sin demasiados problemas los dirigentes de las muy americanizadas izquierdas europeas [*]. En Entre pueblo e imperio, se sostiene la razonable tesis de que únicamente un nuevo ideario orientado por el principio ético sintetizado en la programática fórmula socialista “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades” puede inspirar un proyecto y un movimiento políticos que reaviven la democracia, redistribuyan los bienes sociales, incluidos el trabajo y el conocimiento, y, finalmente, establezcan unas relaciones entre individuo y sociedad más justas y libres que las existentes, un proyecto y un movimiento políticos capaces de evitar, en definitiva, la deriva autodestructiva de los mercados globales. Sin este ideario —el autor llega a hablar de “revolución espiritual” para referirse al mismo y a su difusión social—, sin esta fuente de inspiración, no surgirá, a juicio de Barcellona, el impulso necesario para que emerjan de su estado de degradación y atomización los potenciales sujetos de transformación social progresiva.
De modo complementario a la tesis acabada de señalar, Barcellona expone y valora las virtudes y limitaciones de los tres planteamientos más interesantes alternativos a la simple aceptación de los presupuestos normativos del orden socioeconómico capitalista en la fase de la globalización neoliberal, todos ellos gestados en el seno de sectores minoritarios de la izquierda (pues la mayoritaria no tiene planteamientos alternativos de ninguna clase, según nuestro autor): la doctrina de los bienes comunes, la estrategia de los derechos y la estrategia de lo común. Para Barcellona, el principal defecto o carencia de estos planteamientos es que no reconocen al estado, las instituciones públicas internacionales y las organizaciones políticas y sociales de masas el papel determinante que necesariamente habrán de jugar en la realización de cualquier ambicioso proyecto progresivo de transformación social, una vez reconstituidos, o recreados, reconquistados para el bien general y revitalizados.
Naturalmente, los aspectos anotados no agotan la profusión de ideas del ensayo de Barcellona, pues sólo se han querido apuntar en estas líneas algunas de las más sobresalientes con el objeto de ilustrar el tipo de asuntos tratados en su Entre pueblo e imperio. Se invita encarecidamente al lector a trabar conocimiento cabal de dichas ideas mediante su atenta lectura.
[*] En España, el izquierdismo ha dedicado la mayor parte de su tiempo a cuestiones culturales identitarias por lo general ajenas a lo que constituía el núcleo de la tradición de las izquierdas: el conflicto en torno a la redistribución de la riqueza entre grupos sociales desiguales.
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