¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Rafael Poch de Feliu
Una alianza por la supervivencia
La salida de esta crisis de civilización pasa por un acuerdo de sentido común entre Estados Unidos y China, las dos principales potencias mundiales. Su gran impedimento está en Washington.
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En verano vimos a los ejércitos de China, Estados Unidos, Alemania, Holanda, Grecia, Turquía, Rusia y Argelia, ocupados en gestionar incendios, inundaciones, sequías y movimientos de población relacionados con los efectos del cambio climático. En Siberia, California y Australia, los incendios devastadores se hacen endémicos y en el África del Norte y subsahariana, como en Centroamérica, se activan los flujos migratorios. En China, Zhengzhou, la capital de Henan (100 millones de habitantes en 167.000 km.2), recibió en dos días de julio la lluvia de un año, arrasando infraestructuras, agrietando presas y arruinando cosechas, con más de 300 muertos. Miles de efectivos militares fueron movilizados para prevenir y reparar daños en las presas del río Jialu en un ambiente de movilización general.
Sabemos que las consecuencias del calentamiento global van a complicar sobremanera el futuro del mundo actuando como multiplicador de la inestabilidad, pero sus efectos y consecuencias serán más graves en algunas regiones del planeta. China tiene todos los números que la hacen particularmente vulnerable. La combinación de sequías e inundaciones, un clásico en la milenaria historia china, se hará más frecuente en el marco del anunciado incremento de los fenómenos climatológicos extremos. Seguramente regiones enteras se harán inhabitables. Unido al aumento del nivel de las aguas del mar, que afectará a varias de las mayores de sus ciudades (Cantón, Shanghái, Tianjin y Shenzhen), esa dinámica va a mantener muy ocupada a la potencia china.
Nos pasamos el día analizando y calculando el auge y declive de las diferentes potencias, comparando su potencial tecnológico, militar y científico, y señalando los focos y teatros más probables de la creciente rivalidad militar de Estados Unidos y China, olvidando que el calentamiento global puede convertir en anecdóticas esas estimaciones.
Como apunta Michael Klare, lo más probable es que para mediados de siglo el ejército chino esté mucho más orientado a combatir los efectos del calentamiento en su propio territorio que en la contención de su adversario. Sin embargo, ni el último “Libro blanco” chino de la defensa (edición 2019), ni la Estrategia de Defensa Nacional del Pentágono (2018), su equivalente americano, mencionan el calentamiento global. Todo apunta a que en el futuro los ejércitos —y desde luego muy especialmente el Ejército Popular de Liberación chino— deberán ocuparse mucho más de las dramáticas consecuencias del calentamiento global que de contener, disuadir o guerrear contra sus adversarios de otras potencias.
La gran cuestión del siglo es si esta amenaza, que por más diversificada que sea su manifestación regional es general y planetaria, logrará unir a la humanidad. No lo sabemos, pero lo que es obvio es que el primer movimiento para un enfoque racional de la cuestión pasa por un entendimiento general de Estados Unidos y China en la materia.
China es el primer consumidor de carbón (54% del total mundial, frente al 11% de India y el 6% de Estados Unidos), mientras que Estados Unidos es el primer consumidor de petróleo (19%, seguida de China 16%). Los dos países son también los mayores consumidores de gas natural. Sumándolo todo Estados Unidos y China representan el 42% del consumo mundial de recursos energéticos fósiles. Los demás (Unión Europea, 8,5%, India 6,2%) van muy por detrás. En cuanto a emisiones de CO2, China es responsable del 30,7% y Estados Unidos del 13,8%. Ningún otro país alcanza una cifra de dos dígitos (en su conjunto la Unión Europea es responsable del 8% de la emisión).
Esos números sugieren que sin una alianza climática entre Estados Unidos y China, capaz de arrastrar al resto, la catástrofe global será inevitable. En palabras de Klare, “el calentamiento planetario no puede ralentizarse y eventualmente pararse si Estados Unidos y China no cortan drásticamente sus emisiones en las próximas décadas e invierten masivamente —en una escala comprable a los preparativos de una guerra mundial— en sistemas de energía alternativos”.
Para defenderse de la principal amenaza, ambos países deberían invertir no en submarinos, misiles, bombarderos y satélites militares, sino en prevenir los aumentos del nivel del mar en sus ciudades costeras, protección ante los tifones, inundaciones y sequías, reforestación y prevención de incendios, regeneración de la superficie agraria para hacerla resistente, etc., e implicar a sus ingentes fuerzas armadas en esta prioridad de supervivencia. Por desgracia, la tendencia actual pone la militarización y la competencia comercial claramente por delante de la supervivencia.
Que el arranque para un acuerdo de supervivencia sea, fundamentalmente, un asunto de dos, no significa, sin embargo, que los impedimentos para lograrlo sean parejos. Mientras en China puede imaginarse un consenso institucional enfocado a la supervivencia —de hecho la “civilización ecológica” y la integración mundial forman parte de los objetivos últimos del discurso oficial— en Estados Unidos los impedimentos institucionales, estructurales e ideológicos son manifiestos. Noam Chomsky menciona en primer lugar al Partido Republicano, “dedicado al bienestar de los superricos y de las empresas y completamente ajeno a la suerte de la población y al futuro del mundo”, seguido de la industria petrolera y los bancos, “instituciones diseñadas para maximizar el beneficio e indiferentes a todo lo demás”.
El presidente Biden está continuando claramente la política de Trump de confrontación con China, con el apoyo de los dos partidos. Una política de restricción de tecnología, inversiones, comercio, militarización con formación de alianzas militares antichinas con Japón, Australia, India y Reino Unido, gravamen de las exportaciones chinas e incremento de los contactos oficiales con Taiwán. La salida de esta crisis de civilización pasa por una alianza por la supervivencia entre Estados Unidos y China, pero su principal impedimento está en Washington.
[Fuente: Ctxt]
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2021