¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Josefina L. Martínez
Black Friday y huelgas obreras en el otoño del descontento
En medio de la fiebre consumista del Black Friday, trabajadoras esenciales exigen sus derechos. La huelga del metal de Cádiz y otras protestas son un altavoz para un malestar general contra la precariedad. De plataformas digitales a piquetes de huelga, de eso va esta columna.
Hace días que nos bombardean con técnicas agresivas de marketing, ofertas increíbles si compras ya, la felicidad a golpe de click. Parece que se acaba el mundo si te quedas fuera de la fiesta: del Black Friday al Cyber Monday, en noviembre se dispara el consumo mundial. El capitalismo es un sistema productivista y consumista. La competencia impulsa a producir más, en menos tiempo y a costos más bajos. El capital alimenta la llama del consumo porque necesita colocar una cantidad cada vez más grande de mercancías, más allá de que tengan o no alguna utilidad social. La obsolescencia programada, la industria publicitaria, el crédito y las plataformas de venta digitales potencian esas tendencias. Marx señalaba que la producción determina no solo el objeto de consumo sino el modo de consumo, la producción capitalista crea al consumidor y sus necesidades artificiales.
Black Friday es sinónimo de Amazon, crecimiento del transporte de mercancías por tierra, por aire y por mar junto con la proliferación de grandes nodos logísticos en las periferias urbanas. Esto ha permitido a los capitalistas deslocalizar la producción y utilizar mano de obra barata en todo el globo, pero ese modelo está muy cuestionado. En primer lugar, porque la crisis de suministros y la crisis energética muestran las contradicciones profundas de un sistema económico irracional. Por otra parte, porque Amazon es sinónimo de explotación laboral y precariedad.
Activistas de diferentes países preparan huelgas y protestas en 20 países para este 26 de noviembre y han lanzado el hashtag #MakeAmazonPay. La jornada incluye paros de los camioneros que hacen entregas para Amazon en Italia y huelgas en almacenes de Francia, además de acciones en Sudáfrica, Bangladesh y Camboya. “En cada eslabón de esta cadena de abusos, estamos luchando para que Amazon pague. Somos trabajadores y activistas divididos por la geografía y por nuestro papel en la economía global, pero unidos en nuestro compromiso de hacer que Amazon pague salarios justos, pague impuestos y pague por su impacto en el planeta”, aseguran en un manifiesto unitario.
Los trabajadores de la logística han adquirido un papel clave en el capitalismo actual. Así como los mineros de comienzos del siglo XX tenían la capacidad de paralizar la producción y distribución del carbón –lo que a su vez afectaba al resto de la producción–, los trabajadores de la logística tienen hoy una posición estratégica para interrumpir la circulación de mercancías. Tal como señala el sociólogo Razmig Keucheyan, esa posición les permite combinar una crítica simultánea a la producción y al consumo. No es casualidad que las huelgas en Amazon sean acompañadas de campañas solidarias de boicots para no comprar durante el Black Friday y otras iniciativas similares. También es significativo que los trabajadores no solo exijan salarios dignos, sino que también denuncien el impacto ecodestructivo de Amazon.
El regreso de la voluntad de huelga
Una vez superado el momento más duro de la pandemia, en algunos países está en curso una reactivación de la conflictividad laboral. Esto es notorio en Estados Unidos, pero no solo allí. “Considerados esenciales en 2020. Demuéstrenlo en 2021” era el lema con el que salieron a la huelga 10.000 trabajadores de John Deere en ese país durante octubre, denominado #Striketober (una fusión de las palabras huelga y octubre, en inglés). Una oleada de huelgas contra la precariedad, bajos salarios y largas jornadas laborales que soportan los trabajadores esenciales. Un descontento profundo que se expresa también en la masiva ola de renuncias laborales.
El investigador Kim Moody, especialista en conflictos laborales en Estados Unidos, sostiene que “millones de trabajadores mal pagados han descubierto, si es que aún no lo sabían, que eran ‘esenciales’ para el funcionamiento de la sociedad, incluso cuando sus jefes continuaban abusando de ellos, haciéndolos trabajar en exceso y pagándoles mal. Esto también contribuyó a la voluntad de huelga. Además de eso… las ganancias corporativas no financieras nacionales se dispararon en un 70% en el segundo trimestre de 2021… sus trabajadores toman nota y toman posición.” Moody considera muy probable que esta ola de huelgas y el activismo laboral continúen creciendo ya que son “resultado no solo de condiciones pandémicas y coyunturales, sino de la acumulación de agravios durante un largo período.”
“Orgullosas de ser el proletariado”
La acumulación de agravios es el combustible que alimenta muchas de las huelgas que estamos viendo en el Estado español, desde la huelga del metal en Cádiz a las protestas de las cuidadoras y trabajadoras esenciales.
La lucha del metal tiene gran impacto subjetivo. Trabajadoras y trabajadores, desde Euskadi a Andalucía, envían su apoyo y colaboran con la caja de resistencia, porque “si ganan en Cádiz, ganamos todas”. Tal vez desde las huelgas mineras del 2012 no se veía una lucha de este tipo, que marca a fuego la sensibilidad colectiva. Mientras la derecha y los medios de comunicación criminalizan e inventan bulos, los trabajadores responden: “No somos delincuentes, somos clase obrera”. Un mensaje que también deberían escuchar en los despachos del gobierno “progresista” donde estos días piden levantar la huelga para “no hacer el juego a la derecha”. Como si reprimir los piquetes de huelga y defender los intereses de las grandes empresas no fuera, justamente, lo que le hace el juego a la derecha.
La huelga del metal no es un fenómeno aislado, en los últimos meses se han desarrollado otros conflictos importantes. Las limpiadoras del Museo Guggenheim de Bilbao salieron a la huelga el 11 de junio, y llevan ya 163 días en lucha. Un récord superado por los trabajadores y trabajadoras de Tubacex, que tras 236 días de huelga lograron la reincorporación de los 600 trabajadores de Álava (incluyendo 129 que iban a quedar en la calle por un ERE). “No es covid, es codicia” señalaron los trabajadores, y lograron concitar un gran apoyo social para la defensa de los puestos de trabajo. La caja de resistencia fue una herramienta clave en su huelga, una de las más largas de la historia reciente. Trabajadores de diferentes empresas se acercaban al piquete para entregar un sobre con una colecta, grupos de vecinos hacían una donación, colectivos solidarios aportaban lo suyo.
La huelga de Airbus contra el cierre de la planta de Puerto Real, la huelga general en A Mariña (Lugo), la lucha de Alcoa, de las trabajadoras de residencias en Euskadi, del personal sanitario en varias comunidades, entre muchas otras, vienen dando forma a una nueva conflictividad obrera, aunque esta no se encuentre en el foco mediático. Según el Ministerio de Trabajo, entre enero y julio hubo unas 400 huelgas, pero desde aquel momento se han multiplicado. Algo que contrasta con la pasividad de las direcciones de los sindicatos mayoritarios –recordemos que llevamos casi una década sin huelga general, como si faltaran los motivos–.
Como parte de estas luchas, las cuidadoras del SAD (Servicio de atención a domicilio) están realizando manifestaciones y una acampada frente al Ministerio de Trabajo en Madrid. Trabajadoras “esenciales” que son tratadas como descartables. “Quiero hacer llegar nuestro apoyo a los trabajadores de la huelga del metal en Cádiz, porque somos la clase trabajadora y tenemos los mismos problemas. Así que, tomemos las calles, plantémosles cara, que si nos unimos somos más, y damos miedo”, nos dice Teresa, trabajadora del SAD. La solidaridad es una tendencia que siempre brota desde abajo, a pesar de las divisiones impuestas desde arriba.
En las huelgas, trabajadoras y trabajadores toman conciencia de su propia fuerza y logran identificar amigos y enemigos. Contra la resignación de la izquierda institucional y las cúpulas de los sindicatos burocratizados que repiten que “no se puede”, las huelgas están mostrando un camino alternativo. Kim Moody señala que las crisis, las guerras y las pandemias evidencian las fisuras en el sistema. La pandemia ha aumentado las desigualdades y los agravios acumulados, pero también ha desvelado la vulnerabilidad del capital. Sin trabajadores y trabajadoras no funciona nada. Las huelgas muestran ese poder potencial. Y que ya es hora de que el miedo cambie de bando.
[Fuente: ctxt]
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11 /
2021