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Albert Recio—Redacción

Recuerdo de urgencia de Agustí Roig

Hace pocas horas he recibido la triste noticia del fallecimiento de Agustí Roig. Con él tuve a la vez poca y mucha relación: poca porque coincidimos personalmente, que tenga constancia, en un par de ocasiones —aunque los dos hemos participado en este espacio amplio de la izquierda alternativa, no nos encontramos directamente—, pero a la vez mucha porque fue durante muchos años una persona crucial que hizo posible que mientras tanto llegara a bastante gente. Era un trabajo nada vistoso que asumió motu propio. Se ofreció a llevarlo a cabo por la simple voluntad de que la revista saliera adelante cuando lo digital sustituía al papel. Una de las pocas veces que tuvimos contacto personal fue en una charla para explicarnos la importancia de las redes sociales y ofrecerse a realizar la labor de difusión en Facebook y administrar la lista de suscriptores. Este tipo de generosidad es rara. Pocas personas ofrecen trabajo gratuito en tareas oscuras. Por amor al arte, por solidaridad con un proyecto, por pura generosidad. Me consta que era una persona brillante, pero creo que son cosas como las que comento las que explican mejor que nada la calidad moral y las convicciones profundas de una persona. En los últimos tiempos nos encontrábamos en Facebook, donde solía aportar comentarios críticos a mis “paridas”. Pero el encuentro personal ya no será posible. La vida, lo aprendí en un filme de Truffaut, es una sucesión de entierros de gente querida. Y casi siempre llegamos tarde a mostrar nuestro reconocimiento y cariño a personas que se lo merecen. Y, demasiadas veces, solo apreciamos su importancia cuando es demasiado tarde. Agustí, gràcies per tantes coses.

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9 /

2021

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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