La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Alberto Mira
Crónica de un devenir
Egales,
Madrid/Barcelona,
2021,
302 págs.
José M.ª Camblor
Cualquier proceso de subjetivación de las personas se construye a través de la mirada del otro, que siempre condiciona y transforma la propia. Esa mirada, la de los demás, algunas veces configura un mundo que nos coloca en una situación de vulnerabilidad. Un mundo cuyos términos nos son hostiles y en el que podemos llegar a sentirnos casi como intrusos. En esos casos, solo nos cabe refugiarnos en una máscara (o, si se quiere, en un armario). También podemos buscar apoyo en otros que se hallen en nuestra misma situación. Con ellos tal vez logremos formar un “nosotros” que nos ayude a resistir. Que nos permita ser. Pero en el momento y el lugar en que empieza la historia que cuenta Crónica de un devenir, es decir, en la España de los setenta del siglo pasado, ese “nosotros” (al menos el “nosotros” visible, los homosexuales, los mariquitas) era algo de lo que nadie quería formar parte, y tampoco parecía que un “nosotros” más amable existiera en ningún lugar. El niño que era en aquellos años Alberto Mira tendrá, pues, que buscar refugio en otra parte. Deberá recurrir a una subjetividad alternativa, y la encontrará en la lectura, en la cultura, en la música, en el cine, en la palabra. Mira podrá huir a un lugar fantástico, el de la ficción, en el que —allí sí— se verá representado. En las historias, en las películas, en los personajes, en los actores (y sobre todo en las actrices) encontrará ese “nosotros” que no encontraba en la vida real. Posteriormente, sin abandonar nunca más ese mundo acogedor, ese “nosotros” cultural que fue su primer refugio, “huirá”, esta vez a través del mapa, en busca de geografías menos asfixiantes que le permitan por fin llegar a ser. El lugar que encuentra, la Inglaterra de los ochenta, lleva varios años de adelanto a su país de procedencia. Allí tendrá acceso a una tradición que contempla de una manera muy diferente la homosexualidad. Esa tradición ampliará su perspectiva y le dotará de una nueva manera de mirar.
Dos cosas acreditan a Alberto Mira como cronista autorizado de esta Crónica de un devenir. La primera es que tal vez sea quien mejor ha explicado la historia cultural, política y sentimental de la homosexualidad en nuestro país en su ya clásico De Sodoma a Chueca. La segunda es que en este nuevo libro no nos habla solo como académico, sino, sobre todo, como testigo privilegiado y a la vez protagonista de los acontecimientos que narra. Mira traza para nosotros una vez más el arco histórico-cultural de “lo homosexual” (sea esto lo que sea), pero esta vez el recorrido temporal es diferente al dibujado en De Sodoma a Chueca. Ahora coincide con su propio arco vital, que se entrelaza inevitablemente con el primero. Es así un ejercicio de memoria, un relato de las propias vivencias, comprendidas y matizadas a posteriori por esa mirada más sabia que concede la experiencia y el paso del tiempo.
Si en De Sodoma a Chueca se analizaron los tres modelos de resistencia (malditista, homófila y camp) que la tradición cultural homosexual opuso a las representaciones homófobas que se originaron en el siglo XIX y se consolidaron en el XX (la condena moral y penal, la patologización y la burla), en el nuevo libro se exploran los cuatro periodos históricos que acompañan la trayectoria vital del autor: desde su formación infantil a mediados de los años setenta hasta el presente. Cada periodo se corresponde con una concepción diferente de la disidencia sexual: lo homosexual, lo gay, lo queer y lo LGTBI. Mira aborda también, pues, los cambios acelerados que se han producido desde la publicación de su De Sodoma a Chueca, pero se centra en la subjetividad homo/gay/queer masculina. No solo por ser su propia vivencia, de la que él puede hablar en primera persona, sino para evitar que, al extender su crónica a otras subjetividades, como la trans, estas pudieran quedar asimiladas a la propia, perdiendo así su singularidad.
Es la historia de una evolución en la que sus protagonistas —casi se podría decir que como los personajes de un videojuego que van avanzando pantallas o niveles, en los que las reglas del juego mutan— atraviesan diferentes marcos históricos que encuadran también de manera diferente su deseo, la comunidad en que se insertan, sus aspiraciones y luchas políticas, así como la manera en que la sociedad los enuncia y ellos se ven y se narran a sí mismos. Las fronteras entre periodos no están, no obstante, claramente definidas, sino que se mezclan y confunden como las aguas del río y el mar. Tampoco la aceptación de quienes forman parte de ese río es homogénea. Algunos se sienten en consonancia con la corriente; otros, la viven a contrapelo, como disidentes de la disidencia. Mira se reencuentra con su pasado y no puede mirarlo sino con ternura, sabiendo que es el pasado quien mejor arroja luz sobre la reflexión del presente. Y se descubre en ese pasado en un continuo proceso de construcción en el que él no siempre es el artífice, sino también receptáculo, y en el que los materiales que lo forman no solo están hechos de voluntad, sino sobre todo de vida, de experiencias, de emociones, de textos. Ese saberse en continuo cambio le hace mirar con recelo las identidades fijas, que, a pesar de cumplir quizá un papel necesario en el ámbito político y del activismo, acaban encerrando y excluyendo.
Mira es consciente de que su propia historia le impide ver el mundo de hoy con la perspectiva de los últimos milenials y no digamos de los de la generación Z, en cuya socialización han jugado un papel central internet y las redes sociales. Y también que alguien de las nuevas generaciones, cuya identidad no se ha formado a partir de la injuria, del aislamiento y la invisibilidad necesariamente mirará al mundo desde otro sitio. El autor señala que posiblemente la suya fue de las últimas generaciones en que las mitologías homófobas no tenían alternativas. El niño queer actual no es —no puede ser— aquel niño queer que fue él. No necesita buscar en los personajes Disney aquello que puede encontrar en la realidad, a un par de clics en el ordenador. Sabe que no está solo, que ese “nosotros” positivo que el niño Mira buscaba en vano, se encuentra, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Puede defenderse mejor de la estigmatización. Así que Mira contempla a los nuevos LGTBI (y, en general, a los posmilenials) con una mezcla de curiosidad, distanciamiento, ironía y, a veces, estupor. Pertenecen —nos dice— a la generación más libre e informada que haya existido jamás, y, sin embargo, se muestran impenetrables a lo que les es ajeno. El autor no puede dejar de preguntarse si pesan más las rupturas o las continuidades entre generaciones, si existe la posibilidad de entendimiento.
De “nosotros” y “ellos”, de deseo, de identidad, de cultura, de injurias, de orgullo, de iniciación, de invisibilidad, de capitalismo, de cuerpos, de internet, de sexo, de fantasía, de miedos, de narcisismo, de aspiraciones, de soledad, de intolerancia, de amor. De eso va este libro. Pero, sobre todo, de historia. De vidas concretas. Vidas narradas con ternura, erudición, inteligencia y sensibilidad. Una lectura necesaria, a mi parecer, para quien quiera saber lo que pasó y así, quizá, poder entender mejor lo que está pasando.
18 /
7 /
2021