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Francesc Bayo

Una lectura sobre el aumento de la actividad política de la extrema derecha

Esta nota es una visión aproximativa sobre el aumento de la actividad política de la extrema derecha en nuestras sociedades en los últimos años, y se ha elaborado con unas ideas extraídas de la lectura conjunta de tres libros que se han publicado recientemente. Los autores de estos textos formulan una combinación interesante de diferentes enfoques, que inciden en los aspectos históricos, en los políticos y en los sociales, y también se ha estudiado el fenómeno en varios países, proporcionando perspectivas comparadas [1].

Para ello, en una primera sección, se expone brevemente el contexto histórico donde se produce el avance de las ideologías de derechas en las últimas décadas, en medio de unas crisis continuadas, un retroceso de las izquierdas y un vaciado de la participación política popular en las democracias. Después, en una segunda sección, se explica sintéticamente la evolución de las radicalizaciones de las extremas derechas y las mutaciones en los últimos tiempos, siguiendo los esquemas de cada uno de los libros en que se basa esta nota. En una tercera sección se revisan algunos de los ámbitos temáticos donde se ha manifestado esa radicalización de la extrema derecha, empezando por el originario que consiste en la asunción de las desigualdades sociales como un fenómeno natural. En la cuarta sección se muestran algunos resultados de la progresiva incorporación de partidos políticos de extrema derecha al escenario político institucional de los países europeos, con la influencia en las ideas y en las políticas en el momento actual. Por último, en una quinta sección se hace un breve repaso a las fórmulas de respuesta de algunos partidos políticos y de organizaciones sociales para frenar el aumento de la influencia de la extrema derecha.

I

La proliferación y consolidación de ideologías, movimientos y partidos radicalizados de derechas en las últimas décadas tiene lugar a la sombra de sucesivas crisis como la que detonó a finales de los años setenta, cuando arraigó la era del capitalismo neoliberal, o la que se fraguó a finales de los años ochenta y se consolidó a lo largo de los años noventa, que se visibiliza primero con la caída del Muro de Berlín —un fenómeno que afectó de una forma u otra a todos los países europeos situados a un lado y al otro del llamado Telón de Acero— y que tuvo unas consecuencias importantes tras la implosión de la antigua Unión Soviética en 1991, hasta llegar a la crisis más reciente, la que estalló en el año 2008, que ha tenido un alcance mundial con una profunda sacudida a los fundamentos del capitalismo neoliberal globalizado y las graves consecuencias consiguientes.

En torno a esas crisis se ha producido una combinación de la ofensiva ideológica de las posiciones de derechas y a la vez del poder de las élites privilegiadas, reforzando la hegemonía de una ideología que asume las desigualdades como un fenómeno natural, con unas consecuencias sociales que truncaron el futuro de mucha gente y que empujaron a la precariedad a grandes masas de población. Según explica Jessica White, siguiendo una pauta inspirada en los principios morales que han dado históricamente cobertura ideológica al sistema capitalista, la ideología neoliberal se expandió como proyecto civilizatorio y se convierte en hegemónica al dotarse de unos valores que conciben los derechos humanos bajo el prisma exclusivo de la libertad individual de elección. Para ello, desde la posguerra, pero especialmente a partir de los años setenta, el neoliberalismo despliega una batalla sin cuartel para abatir cualquier forma de Estado que intervenga en los asuntos económicos y sociales con el objetivo de favorecer de forma colectiva a la población en general [2].

Por otra parte, se ha insistido también en la capacidad de la ideología neoliberal para trasladar el eje de los conflictos políticos y sociales al plano de la identidad. Por esa vía se ha fomentado la búsqueda de soluciones desde el individualismo, por un lado, y a la vez se han levantado muros entre las diferentes condiciones identitarias, socavando de ese modo uno de los pilares de la acción colectiva, que para afrontar los conflictos sociales se sostiene en la reivindicación de la conciencia de clase ligada a la de ciudadanía igualitaria [3].

Mientras tanto, la respuesta de la socialdemocracia ante ese avance de una ideología reaccionaria, y con un discurso que incluso acaba culpabilizando a los perdedores de las crisis por no saber reinventarse, ha sido débil y confusa. Con el paso del tiempo, y a pesar de haber estado gobernando en varias ocasiones, el proyecto socialdemócrata se ha ido sumiendo en una crisis de identidad, entre otras razones por su mal resuelta cohabitación con el sistema capitalista que pretendía domesticar mediante un pacto social, cayendo en un lánguido deambular ideológico que aún dura.

Por otro lado, los partidos de izquierda de tradición comunista entraron en decadencia y se fueron desgajando, en parte por rupturas internas y también por el derrumbe de la utopía del llamado “socialismo realmente existente”. Luego varios se acabaron reconvirtiendo en otras formaciones de izquierda, que han sobrevivido conjugando con el proyecto socialista temáticas como el ecologismo y el feminismo, pero su fuerza social no ha alcanzado los hitos de otros tiempos [4].

En paralelo, según explica Peter Mair, en las últimas décadas se ha afianzado una forma de gobierno controlada desde las élites de los partidos mayoritarios, que se fueron desprendiendo poco a poco de los canales y de las conexiones que en otro tiempo propiciaron la participación política popular, ya fuera a través de los propios partidos o de otras organizaciones con las que se mantenían vínculos (entre ellas los sindicatos o los movimientos vecinales), y cada vez más la democracia se fue reduciendo a poco más que un ritual electoral.

Pero por ese camino no sólo se fue difuminando la capacidad de acción mediante la participación popular a través de los partidos, sino que la actividad de los partidos se fue vaciando de parte de sus contenidos políticos diferenciales. Así prosperó el modelo de gobierno de gestión bajo un orden neoliberal establecido, que cada vez distinguía menos a unos partidos de otros. También ha sido importante otra capacidad de ese modelo neoliberal para controlar de alguna forma el bloqueo político del sistema, mediante el enroque tras unos candados constitucionales fortificados que impiden avanzar cualquier reforma que pretenda alterar el orden establecido, y en consecuencia este orden se ha ido volviendo cada vez más reaccionario. Con esa tendencia la situación ha derivado hacia una paradoja democrática en que en cada partido los dirigentes tienden a distanciarse más de los votantes, a los que supuestamente representan, al tiempo que se relacionan más estrechamente con los liderazgos rivales, con los que supuestamente compiten.

Otro de los resultados que apunta Mair ha sido un aumento del poder de algunas estructuras institucionales que tienen una influencia cada vez mayor en muchos aspectos, pero que por su naturaleza están menos sometidas a un control democrático estricto, e incluso pueden escapar totalmente a él. Un ejemplo habitual ha sido la creación de bancos centrales u otro tipo de agencias con una gran autonomía de poder en el interior de los estados. También ha sido el caso de organismos internacionales relevantes como la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional o la misma Unión Europea, que actúa como una especie de liga de naciones [5].

Otra consecuencia para la izquierda, según Enzo Traverso, consiste en que en ese contexto, donde se difuminan las identidades políticas, “los partidos políticos de masas con centenares de miles de afiliados y profundamente arraigados en la sociedad civil, que además habían sido un gran vector de formación y transmisión de una memoria política colectiva, desaparecieron o declinaron. Así, socialmente descompuesta, la memoria de clase se desvaneció en un contexto donde los trabajadores y las trabajadoras habían perdido toda visibilidad pública. El resultado fue una mayor presencia de partidos ‘atrapalotodo’, que son mayoritariamente aparatos electorales sin identidad política fuerte” [6].

En ese contexto ha sido difícil evitar el riesgo de caída en la anomia política y social de buena parte de las clases populares perdedoras de las crisis, con el resultado de una merma de la confianza popular en el sistema democrático y en los gobiernos. En ese caldo de cultivo también se movieron los partidos de derechas radicalizados, propiciando de paso una especie de asidero vital a muchas personas que se sintieron abandonadas al albur de su suerte en esas crisis, y de ese modo esos partidos fueron incrementando su espacio de influencia social y política.

II

Para establecer el campo de análisis hemos de entender cómo funciona ese espacio que comúnmente llamamos “la derecha” o “las derechas” (o “el conservadurismo” y “la reacción”, según dos expresiones de Corey Robin), que implica algo bastante amplio y complejo. Y todavía más complejo cuando el análisis se refiere a momentos de radicalización de las derechas y con gran impacto popular, que a menudo se ha simplificado con etiquetas confusas como el concepto de “populismo”, sin mayores explicaciones.

Así nos lo advierten Barry Cannon y Patricia Rangel en la introducción a un estudio de varios autores sobre el resurgimiento de los gobiernos de derechas en América Latina en los últimos años, que se produce en gran medida por una recomposición del poder del capital frente al avance anterior de las izquierdas en ese continente. Sobre ese espacio político nos dicen que “la derecha no sólo es un conjunto de partidos políticos, sino que integra unas clases sociales e instituciones relacionadas que brindan apoyo electoral, logístico, estratégico, financiero e intelectual a las ideas de derechas”. Además, hay que contar con lo que se ha denominado la “guerra de posiciones” en el terreno cultural, siguiendo la estela de la Nouvelle Droite que Alain de Benoist popularizó en Francia hace años, y que posteriormente recuperaron algunos ideólogos para articular una especie de visión gramsciana para el avance de las posiciones de derechas [7].

Otro factor relevante consiste en seguir la evolución e incluso las mutaciones de las radicalizaciones de las derechas a lo largo del tiempo, hasta llegar al momento actual. En su libro, Corey Robin es el que aplica una visión histórica más general, y se ha centrado en los grandes debates teóricos suscitados por el pensamiento reaccionario. Para ello inicia su estudio en el momento originario de la independencia de Estados Unidos, con los primeros movimientos reaccionarios americanos y europeos ante las propuestas igualitarias de la Revolución francesa, para hacer luego una revisión teórica de la evolución hasta nuestros días del conservadurismo en Estados Unidos (que a veces también llama “reacción”), con un capítulo final dedicado a la época de Donald Trump.

Mientras tanto, Cas Mudde se refiere en su libro a tiempos más recientes y se ciñe a la acción política de las derechas más radicalizadas, estableciendo primero una clasificación en diferentes olas después de la posguerra en 1945.

La primera ola se produjo entre 1945 y 1955, y la denomina “neofascismo” porque se prodiga entre antiguos colaboradores de la ideología fascista, cuya visión se orienta mayormente hacia un retorno a un pasado antes que a proyectarse hacia el futuro. Su influencia fue muy débil y la mayoría de estas organizaciones tuvieron una prédica menor, o incluso fueron perseguidas y hasta proscritas, pero los mussolinianos del Movimiento Social Italiano (MSI) consiguieron entrar en el Parlamento en 1948.

La segunda ola se genera con una variante de populismo de derechas que se despliega entre 1955 y 1980, y surge como contestación desde una posición corporativista que se sentía marginada ante la consolidación de los sistemas políticos y económicos de la posguerra, que se habían instituido mediante el denominado “pacto social” entre el capital y el trabajo. El populismo de derechas europeo se manifestó de forma significativa entre los pequeños campesinos y entre los pequeños comerciantes y artesanos, que, por ejemplo, respaldaron el movimiento que en Francia se conoció como poujadisme. Mientras tanto, en EE.UU. la base que sostuvo al populismo de derechas se la repartieron entre los anticomunistas seguidores de McCarthy y los segregacionistas raciales que apoyaron la candidatura presidencial del gobernador de Alabama George Wallace.

La tercera ola, que abarca de 1980 a 2000 y que el autor denomina de la “derecha radical”, surge en un momento en que el neoliberalismo está avanzando posiciones para destruir el Estado de bienestar, donde confluyen primero un aumento importante del paro, que luego deviene estructural, y un posterior incremento significativo de la inmigración. Es en este momento cuando se consolida definitivamente el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen en Francia, además del auge de partidos similares en Austria, Holanda, Suecia o Suiza.

Finalmente, la entrada en el siglo XXI inaugura una cuarta ola en la que la ultraderecha se ha aprovechado, para ampliar de una forma extraordinaria su implantación electoral, de tres crisis recientes que se encadenaron en el tiempo. La primera derivó de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 (y los posteriores), luego vino la crisis económica y financiera de 2008, con todas las secuelas sociales que estamos arrastrando, y les siguieron las sucesivas crisis de refugiados que tuvieron un momento extremadamente excepcional en 2015. Al estudio de esta última ola dedica Cas Mudde la parte central de su libro, siguiendo un esquema de ámbitos temáticos que trataremos de sintetizar más adelante.

Por su parte, los autores de Patriotas indignados, que se centran fundamentalmente en la evolución hacia la extrema derecha en toda Europa (incluyendo a Rusia) desde los años ochenta hasta la actualidad, para estudiar este momento marcan distancias teóricas respecto a las características del periodo del nacimiento y la expansión del fascismo entre 1919-1945, que tuvo luego sus derivadas en la posguerra mundial. Como consideran que son contextos históricos con contenidos diferentes, en la perspectiva del momento nuevo que estudian entienden que se ha producido una mutación en comparación con el fascismo anterior.

En la primera parte del libro analizan la tendencia inicial hacia la derechización en varios países de Europa del Este y en Rusia, tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el posterior colapso de la Unión Soviética en 1991. Después, en la segunda parte, se han dedicado a analizar la proliferación de varios movimientos ultraderechistas en toda Europa y en Rusia (con una pequeña incursión en el caso de EE.UU.), en el periodo que han denominado “el marasmo en el mundo feliz neoliberal”, como consecuencia de todas las secuelas de la crisis económica y financiera que estalló en 2008 y que abarca hasta nuestros días.

En la tercera parte del libro, se estudia primero con gran detalle la evolución reciente en Italia de diferentes variantes populistas, que avanzaron como respuesta a la proliferación de crisis económicas y sociales, analizando un ejemplo que consideran un caso de laboratorio. Luego, en ese mismo apartado, se estudia también la profusión de élites de poder, sin base representativa electoral, que operan fuera de los márgenes de las instituciones de cada uno de los sistemas democráticos en diversos países. Entre otros ejemplos de esas élites se encuentran los oligarcas enriquecidos por las privatizaciones, los llamados “señores de la guerra”, los mafiosos y otros componentes varios de lo que se ha denominado la “economía canalla”, los gurús de la seguridad y el control ejercidos a través del manejo del espacio cibernético, o los magnates de algunos clubes de fútbol.

Finalmente, en el epílogo tratan de explicitar un fenómeno que denominan “posfascismo”, que fue macerando lentamente en el marco de la concatenación de crisis después de la posguerra fría, y que en la actualidad sobrevolaría como un asidero en esa situación de anomalía social que ha generado la más reciente crisis del capitalismo neoliberal globalizado. Una crisis que ha tenido graves consecuencias en la pérdida de derechos ciudadanos y en la precarización de la vida de las personas, con el resultado de una situación donde se acumulan los pobres, que además parece que sobran.

En esa situación de anomalía comparten destino una gran cantidad de perdedores, que pueden ser tanto los que creyeron en las posibilidades de prosperar entre las clases medias del capitalismo mal llamado “popular”, y que fracasaron en el empeño, como la gran masa de parados y/o trabajadores pobres que ha generado el progresivo desmantelamiento del Estado de bienestar. También se pueden considerar participantes de esa masa de perdedores las generaciones que se están incorporando al mercado laboral en condiciones muy precarias, una circunstancia que condiciona mucho el desarrollo de su proyecto vital. En definitiva, la suma de todos estos perdedores puede llegar a componer una masa amorfa de desilusionados y desclasados, que se consideran los olvidados de la democracia y que viven a su vez una grave crisis de identidad.

III

Una vez determinados mínimamente el contexto histórico y la evolución general del espacio de las derechas hacia la radicalización, en esta sección repasaremos algunos de los principales ámbitos temáticos donde se expresa actualmente. Para empezar, se podrían resumir en uno originario que antecede e impregna a todos, que consiste en asumir con naturalidad la desigualdad que surge del poder ejercido desde el privilegio sobre otro —al que se considera subordinado— en cualquiera de las manifestaciones de las relaciones humanas. Ésta sería sintéticamente la tesis definitoria de la ideología del conservadurismo reaccionario según Corey Robin.

De ese modo, como en el origen está también la necesidad de justificar la naturalidad de esa desigualdad, para ello se precisa de un entramado ideológico de principios y valores. También se emplean unos mecanismos institucionales y unas acciones que permitan a las élites de poder la gestión de ese conflicto latente, a ser posible manteniéndolo en unos cauces de control por una aceptación más o menos implícita desde la parte subordinada de la relación. Pero sin renunciar tampoco a una eventual violencia cuando el control de la docilidad no funciona, una violencia que, por la propia naturalidad de la desigualdad, se considera legítima.

Obviamente, las personas en posición subordinada no siempre han aceptado mansamente su situación y han luchado de diferentes formas por subvertirla, produciéndose avances sociales en determinados momentos. En ese sentido, para Corey Robin es falso el dilema entre la preeminencia de la libertad defendida por la derecha y la búsqueda de la igualdad defendida por la izquierda. El pensamiento conservador o reaccionario oculta sus intenciones reales amagando con una denuncia sobre una supuesta amenaza a su libertad de privilegios, cuando en realidad no quiere que las libertades se extiendan a todos por igual.

En definitiva, la redistribución de libertades, de recursos y de bienestar va en contra de las restricciones de las que se benefician los privilegiados, que así pueden ejercer su poder. Entonces, el peligro para el pensamiento reaccionario es que no sólo se pueda producir una falta de acatamiento de la situación por parte de los subordinados, sino que también aspiren a una emancipación que lleve a una demanda de ejercicio del poder, que los conservadores consideran una prerrogativa de la élite. En consecuencia, según Corey Robin, esa pugna entre avances progresistas y retrocesos reaccionarios conforma el desarrollo de la historia política de la democracia moderna.

Desde el momento en que se asumen la desigualdad como un rasgo ideológico originario y la necesidad de naturalizarlo, las variantes de ideologías de derechas han impregnado su pensamiento y su acción en ámbitos temáticos como la relación capital-trabajo, el modelo educativo, las relaciones de género, el nacionalismo así como los factores culturales que conlleva la identidad nacional, la libertad de expresión y de pensamiento, y la propensión a una organización jerarquizada y estratificada de la sociedad, encabezada por un poder fuerte que dicte normas y asegure su obligado cumplimiento.

De todos modos, no es tanto una cuestión de establecer una clasificación jerarquizada de los ámbitos temáticos en los que se manifiestan las ideologías de las derechas en la actualidad, como de entender la transversalidad que se puede generar entre ellos, y que además se refuerzan entre sí. De ese modo se acaba proporcionando un marco mental no sólo para los privilegiados, sino también para las personas corrientes que buscan el abrigo de estas ideologías. Además, como hemos visto en el desarrollo del contexto histórico, es en los momentos de crisis cuando hay una tendencia mayor a la radicalización hacia la extrema derecha, entre otras razones porque hay mucha gente que ve como su situación social se va debilitando.

Entre esos ámbitos, para empezar, está la persistencia de un modelo familiar tradicional que perpetúe una relación de género no igualitaria y que subordina la mujer al hombre. En estos parámetros de consolidación del modelo patriarcal, suelen manifestarse también contrarios a avances como el derecho de la mujer al control sobre su propio cuerpo, y por ello acostumbran a ser firmes detractores de la regulación del aborto. Igualmente, muy a menudo son condescendientes con la violencia machista, e incluso pueden llegar a ser negacionistas al respecto. Tampoco aceptan con naturalidad las diferentes expresiones de la realidad LGTBI y su reclamación de derechos, y por supuesto son muy contrarios a la emancipación de la mujer que desde hace años está ambicionando el movimiento feminista.

También hay una tendencia a adoptar un nacionalismo de corte nativista en lo que respecta a la afirmación de la identidad nacional/cultural, con sus consecuencias en la relación con los inmigrantes, que suele estar condicionada a las exigencias de adaptación a unas sociedades con diferencias de clases muy arraigadas, sin excluir el rechazo xenófobo. En ocasiones ese rechazo también se mezcla con la fobia hacia las expresiones religiosas de esos mismos inmigrantes. En este sentido, las manifestaciones antisemitas tradicionales que tuvieron su máxima expresión en la época efervescente del fascismo, en las décadas más recientes han derivado con mayor fuerza hacia la islamofobia.

En cuanto a la educación y los sistemas educativos, no son partidarios de los principios igualitarios de una escuela pública y laica, mostrando preferencias por una escuela segregadora en varios aspectos. En general suelen esgrimir una supuesta libertad de elección del modelo educativo por parte de las familias, con frecuencia ocultando las intenciones bajo el manto de unas preferencias religiosas, y así se acaba defendiendo desde la segregación por clase social hasta la segregación por género, sin excluir una mal disimulada xenofobia (que suele tener también un alto componente clasista).

Asimismo, los elementos radicalizados de derechas expresan una demanda de soluciones particularistas en el ámbito nacional propio ante lo que consideran amenazas que alteran y devalúan su vida cotidiana, y de este modo se suelen mostrar contrarios a la globalización y también a la intervención de las regulaciones de organismos supranacionales como son las instituciones de la Unión Europea. Además, se empecinan en manifestar que esas amenazas devaluadoras que vuelven más precarias sus vidas proceden de los inmigrantes extranjeros, que ocupan puestos de trabajo y consumen recursos que deberían ser privativos de los ciudadanos autóctonos. Por ello apoyan las políticas migratorias restrictivas en sus países, tanto en número de personas como en los derechos que puedan adquirir [8].

Por este camino también se abre una puerta al avance de un autoritarismo asentado en un poder fuerte y de amplio alcance, que debería cuidar de los ciudadanos autóctonos, y basado en un discurso de “ley y orden” que puede llegar a tener como consecuencia la aceptación de un poder arbitrario. El resultado puede ser la limitación de la libertad de expresión de las personas, y también de la independencia de los medios de comunicación, a la vez que se difumina la separación de poderes, asistiendo a un intento de control sobre la judicatura, y en algunos casos se produce hasta una cierta remilitarización de los países. Del mismo modo, se aprecia una tendencia a la búsqueda de la mano dura como modelo de seguridad si aumenta la delincuencia, que por lo general se considera que se debe a las acciones de los inmigrantes extranjeros.

Por otro lado, desde una perspectiva de clase, como las ideologías de derechas asumen con naturalidad las desigualdades, la organización social jerarquizada y los privilegios de las élites de poder (en particular el económico), se promueven el individualismo y la búsqueda de soluciones particulares a la situación vital de cada cual, o a lo sumo de un núcleo relacional relativamente corto y próximo como la familia.

Alrededor de esta idea se construye el discurso que enaltece el emprendimiento individual con un resultado de ganadores o perdedores, que dependerá de tener mayor o menor fortuna en la vida. Y además se fomenta como horizonte vital esencial la exaltación consumista y la exacerbación de la cultura de la propiedad. Como correlato de esta preeminencia de la búsqueda de soluciones individuales e insolidarias, se apoyan las demandas de bajadas de impuestos y a la vez se muestra escaso interés por defender un Estado de bienestar que proporcione servicios públicos universales, sin importar tampoco la mercantilización o las privatizaciones de éstos.

Finalmente, en el ámbito identitario/cultural se producen algunas singularidades cuando en un país coexisten otros nacionalismos, que se sustentan en identidades nacionales y culturales diferentes a la mayoritaria y predominante. Si esa diversidad no se sabe gestionar bien, ello puede llegar a dificultar la convivencia (o la conllevancia), y en ocasiones incluso puede llevar a pugnas por ostentar una mayor o menor supremacía, como está ocurriendo por momentos en Bélgica, el Reino Unido o España.

En ese contexto, si la situación se descontrola se puede acabar cayendo en una espiral de acción/reacción, que puede atrapar y condenar a ambas posiciones a la radicalización extremista de unos contra otros, donde también se cultiva un nacionalismo excluyente y por momentos arrogante. El ejemplo más conocido por nosotros sería la conjunción del aumento del nacionalismo independentista en Catalunya con la radicalización nacionalista y centralizadora del Partido Popular y de Ciudadanos, que ha llegado a propiciar en buena medida el crecimiento de la extrema derecha representada por Vox, que es a la vez una consecuencia y un foco de incremento exponencial de esa espiral.

IV

Con todos los antecedentes mencionados más arriba, un elemento que interesa analizar ahora es el resultado de la progresiva incorporación de partidos políticos de extrema derecha al escenario político institucional de los países europeos en términos organizativos, además de la influencia en las ideas y en las políticas en el momento actual. Ese resultado muestra que con el paso del tiempo se ha ido consolidando su participación en la vida política institucional, tanto en la de ayuntamientos y gobiernos departamentales como en la de parlamentos regionales y nacionales en varios países o en el Parlamento Europeo, con un grado muy alto de representación.

Ese aumento de la presencia y de la actividad en diferentes instituciones es muy preocupante porque con frecuencia estos partidos están condicionando la agenda política gubernamental allí donde tienen incidencia, especialmente en aquellos países donde la capacidad de maniobra política es mayor porque tienen sistemas políticos fragmentados. Lo más frecuente es hacer oír su voz mediante una oposición ruidosa y furibunda, pero, además, en algunos casos están incluso formando parte de coaliciones de gobierno y hasta gobernando en exclusiva. También se han mostrado activos en el Parlamento Europeo, donde algunos se han incorporado al grupo parlamentario de los Conservadores y Reformistas Europeos, y otros al grupo Identidad y Democracia, y alguno, como el húngaro Fidesz, incluso forma parte del grupo del Partido Popular Europeo.

La progresiva incorporación de la ultraderecha al escenario político empezó a manifestarse con mucha fuerza a lo largo de la década de los noventa, especialmente en los países de Europa del Este, y luego continuó avanzando hasta alcanzar posiciones muy relevantes en los años recientes. Con los datos que ha recopilado Cas Mudde sobre el conjunto de los 28 países de la UE, en la última década han proliferado una variedad de 34 partidos que han consolidado su representación parlamentaria, y la cuota promedio de voto es del 7,5%. Otro elemento significativo es la presencia institucional de estos partidos en países donde históricamente habían encontrado resistencias sociales a su participación, como Alemania o Suecia, o en países donde habían sido partidos bastante marginales, como Hungría o los Países Bajos.

Además, con el paso del tiempo algunos partidos ultras se convirtieron en referentes importantes del espacio de las derechas en sus países. Entre ellos están el Partido Popular Danés (DF), el Frente Nacional (FN) en Francia (ahora llamada Agrupación Nacional, AN), la Liga Norte italiana (LN), la Unión Cívica Húngara (Fidesz), Ley y Justicia (PiS) en Polonia, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), el Partido por la Libertad holandés (PVV), Vlaams Belang (VB) en Bélgica y el Partido Popular suizo (SVP). Algunos de estos partidos han dado apoyo o han entrado en coaliciones gubernamentales en sus países en momentos concretos, y alguno incluso ha llegado a constituir gobiernos por sí mismos, como Fidesz en Hungría o PiS en Polonia.

En el caso español, hasta hace poco parecía que la ultraderecha no existía, aunque se ha considerado que vivía agazapada dentro del Partido Popular desde hacía tiempo. De todos modos, desde la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas en el año 2018, el partido ultraderechista español se ha convertido en un alumno aventajado que sostiene diferentes gobiernos regionales y municipales, entre ellos la Comunidad de Andalucía, la de Murcia, la de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid, aunque todavía no gobierna directamente en ningún sitio. También entraron con fuerza en el Congreso de los Diputados en las elecciones de abril y de noviembre de 2019, y en el Parlamento Europeo tras las elecciones de mayo del mismo año.

Toda esta presencia política institucional en aumento en todos los países europeos está teniendo unas consecuencias importantes en la opinión pública, incidiendo en que su perspectiva sobre determinados temas, como el nacionalismo, las migraciones, la xenofobia o la confrontación con el feminismo, formen parte permanentemente del debate público y de la agenda política. Además, como están consiguiendo un amplio eco en los medios de comunicación y también tienen un gran impacto en las redes sociales, el discurso populista de la ultraderecha está calando fuerte hasta en algunos sectores populares en detrimento de las ideas de izquierda.

Asimismo, los partidos de ultraderecha han intentado minar las estructuras de los sistemas políticos arremetiendo contra la independencia de algunos espacios institucionales, como el sistema judicial, o atacando a los medios de comunicación que consideran enemigos porque denuncian sus acciones.

Por último, la ultraderecha está intentando influir en las políticas de los gobiernos de sus países, procurando arrastrar a los partidos de la derecha convencional hacia sus postulados. Aunque hasta el momento parecía que en la mayoría de los países era mayor la influencia en el nivel discursivo que en la aplicación real de políticas, la ruta está trazada y la presión por la radicalización está siendo muy alta.

Una muestra general ha sido el giro que se produjo en toda Europa respecto a las políticas de asilo y refugio tras la gran crisis de los refugiados del año 2015, con el resultado de un cierre de fronteras aún más estricto. Además, a rebufo de esta crisis y también de la crisis económica, las políticas migratorias se volvieron aún más restrictivas, tanto en los volúmenes de llegadas aceptadas como en lo referente a la adquisición por parte de los inmigrantes de los derechos plenos de ciudadanía en los países de acogida.

Otro ejemplo ha sido una respuesta generalizada ante la alarma social desencadenada por las amenazas del terrorismo yihadista, que ha consistido fundamentalmente en el reforzamiento de los mecanismos policiales. Por el contrario, se obviaron otras alternativas de carácter preventivo para tratar de reducir la conflictividad por la vía de la integración social igualitaria, y tampoco se actuó de forma consistente para contrarrestar las imágenes estigmatizadoras respecto a los inmigrantes.

En el contexto europeo también tenemos otros ejemplos particulares de políticas extremas, como los protagonizados por el gobierno de Victor Orbán en Hungría, tanto en el ámbito interior como en el exterior. A nivel interno ha restringido la independencia de los tribunales o de la agencia tributaria, y también desplegó mecanismos para debilitar a los medios de comunicación y a las organizaciones críticas con el gobierno, a la par que se reforzaban los medios y las organizaciones afines. Y, en cuanto a la política exterior, Orbán ha sido uno de los más firmes detractores de la posibilidad de organizar una política europea de distribución de los refugiados, llegando a bloquear los planes comunitarios tras la crisis de 2015.

V

Como corolario de esta nota haremos un breve repaso a las fórmulas de respuesta de algunos partidos políticos y de algunas organizaciones sociales para frenar el aumento de la influencia de la extrema derecha. En principio, como afirma Cas Mudde, dado que en las democracias occidentales la política institucional se canaliza fundamentalmente a través de la acción de los partidos políticos, el trato que proporcionen los partidos establecidos desde hace tiempo en el sistema a los de la ultraderecha, es crucial para la cuestión más amplia de cómo articular una respuesta general al aumento de la influencia de las ideas y del poder de las organizaciones de ultraderecha. Para ello distingue cuatro enfoques principales, que se han ido aplicando de forma escalonada o alternadamente en diferentes momentos y contextos, que consisten en la demarcación, la confrontación, la cooptación y la incorporación.

La demarcación, o también llamado “cordón sanitario”, se ha estado aplicando en aquellos momentos en que ha sido factible una política de ignorancia porque la fuerza de los partidos de extrema derecha ha sido baja o testimonial. De todos modos, esa demarcación ha sido más estratégica que ideológica, y por ello, cuando la fortaleza electoral de los partidos de ultraderecha ha ido en aumento, se han ido rompiendo algunos de esos cordones sanitarios, aduciendo que no se puede marginar la voluntad popular porque es antidemocrático.

Una estrategia de confrontación implica una oposición activa a los partidos de ultraderecha y sobre todo a sus políticas. Esta estrategia es habitual en los partidos de izquierda, mientras que los partidos de derecha convencionales en principio la aplicaron más fácilmente con partidos muy pequeños y que eran extremistas en términos racistas, o con aquellos que tenían algunas características antisistema. Pero, al igual que ha ocurrido con la estrategia de demarcación, a medida que algunas ideas de ultraderecha han tenido mayor recepción entre los votantes, o cuando esos partidos de ultraderecha han aumentado su fuerza electoral y podían ser necesarios para un apoyo externo o formar parte de un gobierno de coalición, las barreras impuestas por algunos partidos de la derecha convencional se han ido levantando. Y, en el caso de los que aún han mantenido la confrontación con los partidos de ultraderecha, han tenido cuidado de focalizar la problemática en sus liderazgos, pero a la vez han reconocido algunas demandas de sus votantes, considerándolas como legítimas y a esos votantes como confundidos.

Esta última parte de la estrategia anterior ha sido uno de los mecanismos para desarrollar un enfoque de cooptación. Los partidos de derecha establecidos han procurado excluir a los de ultraderecha, pero en algunos casos se han dedicado a apropiarse de algunas de sus ideas a medida que iban teniendo mejor acogida entre el electorado en general. Esta estrategia oportunista ha llegado por momentos hasta el punto de labrar carreras políticas denunciado postulados de ultraderecha, que luego son aplicados una vez que se accede al gobierno. Otra vez los ejemplos más claros se han producido en el tratamiento de las políticas migratorias, en las antiterroristas o en la confrontación al feminismo.

La última de las estrategias es la incorporación, que consiste en ir un paso más allá de la cooptación de las ideas de los partidos de ultraderecha, haciendo a estas fuerzas partícipes de las tareas del gobierno, bien como apoyo externo o formando parte de él. Esto ha ocurrido en aquellos países donde la fuerza electoral de los partidos de ultraderecha ha sido suficiente para que los partidos de derecha convencional tuvieran que negociar y contar con ellos, porque los costes de no hacerlo eran mayores si querían retener el poder. Por otro lado, el desplazamiento de los partidos de derechas hacia los postulados de la ultraderecha en varios aspectos que se han señalado reiteradamente, implica que se ha ido difuminando cada vez más la frontera ideológica entre ambos espacios, y por tanto puede haber mayor compatibilidad y aumenta la movilidad del electorado entre esos espacios contiguos.

Ante este panorama sombrío en el ámbito político institucional, según Cas Mudde una de las pocas esperanzas que quedan es el papel que puedan jugar las organizaciones y entidades de la sociedad civil, especialmente desde la izquierda, ya que muchas de ellas todavía se caracterizan por estrategias de demarcación y confrontación. Un ejemplo son los cordones sanitarios que aplican los sindicatos u otras organizaciones sociales respecto a la prohibición de aceptar afiliados que tengan vínculos con la ultraderecha. Y esta prevención cautelar es muy importante que se tenga en cuenta en aquellos ámbitos profesionales vinculados con la seguridad, ya sea la pública —que ejercen la policía o los militares— o la privada. En cuanto a la estrategia de confrontación, en los últimos años han sido frecuentes las manifestaciones y otras acciones promovidas desde organizaciones y entidades de la sociedad civil, denunciando las políticas machistas, racistas, xenófobas o incluso fascistas de los movimientos y partidos de ultraderecha.

Para finalizar, es muy importante ahondar en el conocimiento de las razones del avance de las ideas y de las organizaciones de extrema derecha para poder hacerles frente entre todos [9]. En este aspecto son fundamentales tanto el trabajo académico como el debate en las organizaciones y en los movimientos sociales, y en particular en los espacios de la izquierda, porque muy a menudo constituyen el último reducto de organización y acción frente a la extrema derecha.

Asimismo, también es muy importante el papel de los medios de comunicación, tanto en lo que respecta al tratamiento dado a su discurso como a su amplificación en la sociedad. Por ello es imprescindible proveerse de los filtros informativos de comprobación adecuados, tanto para hacer un ejercicio de máxima alerta ante las noticias falsas como para elaborar una necesaria contextualización que contribuya a situar en su justo lugar a la información y el conocimiento.

Tampoco se deben despreciar las capacidades que proporcionan las conexiones internacionales que mantienen los movimientos y partidos de extrema derecha. Para empezar, está la difusión de los mensajes ideológicos, pero también son muy importantes las aportaciones financieras y la cooperación organizativa, además de la colaboración en la diseminación en las redes sociales de las noticias falsas y del discurso del odio.

Notas

[1] Corey Robin, La mente reaccionaria. El conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump, Capitán Swing, 2019; Cas Mudde, La ultraderecha hoy, Paidós, 2021 (versión catalana: Ultradreta, Saldonar, 2020), y Francisco Veiga, Carlos González-Villa, Steven Forti, Afredo Sasso, Jelena Prokopljevic y Ramón Moles, Patriotas indignados, Alianza Editorial, 2019.

[2] Uno de los primeros hitos de esa batalla tuvo lugar en 1973 en Chile, cuando, tras el golpe militar contra el gobierno socialista de Salvador Allende, se despliega un proyecto ultraliberal bajo la dictadura del general Pinochet. Véase Jessica White, The Morals of the Market. Human Rights and the Rise of Neoliberalism, Verso, 2019. Véase también David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, 2007.

[3] En la posguerra fría se incrementaron los esfuerzos para convertir el eje identitario en el factor preeminente de la conflictividad política y social, un fenómeno que acabó potenciando los nacionalismos patrióticos. Uno de sus gurús más relevantes fue Samuel Huntington, autor de El choque de civilizaciones (Paidós, 1997) y de ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense (Paidós, 2004).

[4] Sobre la ideología reaccionaria que culpabiliza de su suerte a los precarizados, y que opera junto con la visión condescendiente del New Labour, que les acusa de faltos de ambición para ascender socialmente, véase Owen Jones, Chavs. La demonización de la clase obrera, Capitán Swing, 2013. Asimismo, Thomas Piketty, en Capital e ideología (Deusto, 2019), expresa el desdén de la socialdemocracia hacia los sectores populares de rentas bajas y menor formación. Véase también Ignacio Sánchez-Cuenca, La izquierda. Fin de (un) ciclo, Los Libros de la Catarata, 2019.

[5] Véase Peter Mair, Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental, Alianza Editorial, 2015.

[6] Véase Enzo Traverso, Melancolía de izquierda. Después de las utopías, Galaxia Gutenberg, 2019.

[7] Barry Cannon y Patricia Rangel, “Introducción: resurgimiento de la derecha en América Latina”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 126, diciembre de 2020, pp. 7-15.

[8] No hay espacio para desarrollar el argumento sobre las propuestas nocivas desde la extrema derecha para solucionar los problemas de la globalización, o las falencias de la Unión Europea, mediante el desarrollo de políticas particularistas nacionales. Así, por ejemplo, ante el debate sobre el vaciado del Estado de bienestar que están produciendo las políticas austericidas globales en cada uno de los países, en vez de reforzar la lucha colectiva para defender unas políticas solidarias favorables a todos los sectores populares, desde la extrema derecha se traslada el conflicto hacia el refuerzo de un eje identitario nacional mediante el cual se acaba sublimando el apoyo a soluciones particularistas y con frecuencia xenófobas, como puede ser el caso del Brexit.

[9] Para más detalles sobre la breve síntesis de estos últimos párrafos véase Steven Forti, “Manual de instrucciones para combatir a la extrema derecha”, Ctxt, 10-1-2021. En línea: https://ctxt.es/es/20210101/Firmas/34701/combatir-extrema-derecha-donald-trump-steven-forti.htm

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2021

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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