¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El Lobito
Discutiendo con mi tío Feroz
Fui a ver a mi tío y le encontré enfrascado en la lectura. Había escrito algo y lo leía y releía. Quiso saber mi opinión. La verdad es que yo no quería opinar porque siempre te pide que seas crítico con él pero si le contradices se pone hecho una furia. Y sí: no pude evitar leer lo que titulaba «Deterioro simbólico-político».
— Deterioro no pega. Nadie dice deteriorar.
— ¿Qué quieres que diga? ¿Jodimenta? Anda, lee.
Y he aquí lo que leí allí mismo (transcrito al pie de la letra, que luego me lo envió por mail):
Los símbolos políticos son tan importantes que por eso los de los países figuran en las constituciones o en leyes básicas. Tanto el anarquismo como la III Internacional se dotaron de símbolos —la Varsoviana, la Internacional— que aún hoy suscitan adhesión, lo que muestra que los símbolos políticos no son sólo una necesidad de los estados, sino también de los movimientos de la sociedad civil. A través de un símbolo como la hoz y el martillo, por ejemplo, o el yugo y las flechas, o la cruz gamada nazi, se suscitan afectos y odios contrapuestos. Clubs de fútbol como el Real Madrid y el F.C. Barcelona tienen himnos propios. Las personas estamos vinculadas a los símbolos por lazos de emotividad, lo que incluye tanto el afecto como el rechazo activo.
[Están claras dos cosas: que mi tío no sabe ir al grano y que tiene cierta confusión, pues los himnos del Madrid y del Barça no son políticos. Cuando se lo dije en seguida se subió por las paredes: «¡Pues claro que son políticos, animal, que no entiendes nada!”]
Los símbolos más destacables de un país son el llamado «himno nacional» y la bandera, a lo que se suele añadir la Corona en las monarquías parlamentarias. Esos símbolos pueden no solo ser aceptados, sino aparecer en cierto modo como intocables para los ciudadanos. Basta observar las celebraciones británicas de 2012 en homenaje a su reina (puede verse en internet) para comprender hasta qué punto ese símbolo del país, la Corona de Inglaterra, es, pese a críticas puntuales, no sólo respetada sino aclamada por grandes mayorías cívicas. Los presidentes de repúblicas pueden ser también un símbolo si carecen de poder ejecutivo, aunque son símbolos menores.
Otros símbolos, como la Marsellesa (cuyo inicio procede por cierto, igual que el Oriamendi, de un tema de Mozart), entusiasman no sólo a los franceses, pues es un himno de libertad. Los símbolos surgen de momentos de verdadera unidad social, de experiencias o referencias compartidas.
[Al preguntarle yo de dónde había sacado lo de la Marsellesa y el Oriamendi (que ni sé lo que es) me dijo que escuchara el principio del Concierto nº 20 para piano de Mozart y su sonata para teclado nº 18. He oído lo primero, y podría ser.]
— ¿De veras no te sabes el Oriamendi?
— Ni flowers
— Pues hubo tres o cuatro guerras civiles con él. Sigue leyendo.
— Espera un poco. Te he dejado pasar lo de la Internacional y la Varsoviana: fueron importantes, pero ya no hay izquierda que las coree: queda medio-izquierda, izquierda más o menos, pseudoizquierda, grupusculines, y Unidas Podemos, que es alguna de las cosas anteriores…
— ¿QUIERES HACER EL FAVOR DE SEGUIR LEYENDO?
— ¿Todo eso para hablar disimuladamente de la monarquía?
— ¿Te doy un capón? Lee.
Leo:
¿Qué ocurre con los principales símbolos políticos públicos españoles? Pues la verdad: hay que decir que parecen bastante averiados. La Corona, por los procederes de Juan Carlos y de su abuelo; la bandera, por haber sido utilizada por el franquismo; la II República la modificó y el modo en que fueron pisoteadas las libertades que simbolizaba le creó afectos incluso más acá del franquismo, y restó aceptación —o sea, legitimidad— a la bandera tradicional de Carlos III. Que ahora porte un escudo no franquista no ha arreglado las cosas: casi mejor dejarla, al menos, sólo en sus colores. ¿Qué otra bandera lleva un escudito? En el siglo XXI los escuditos son para la ropa de marca
Del himno casi no vale la pena hablar. La Marcha de Granaderos para pífanos y tambores —habría que volver a eso para no avergonzarnos más— [los pifanos, según mi tío, son flautas agudas] quedó desnaturalizada por orquestaciones espantosas. Además se le quiso adjudicar unos textos que nunca cuajaron —tampoco en el caso del Himno de Riego—, de modo que hoy es música «militar» con el añadido perfectamente hispánico del «Oe, oe, oe» de creación popular.
— Déjate de rollos y dí lo que piensas de esta monarquía.
— ¿No puedes esperar? ¡LEE!
— Espera un poco. ¿A ti te gusta esa bandera?
— ¿Cómo me va a gustar?
— No; no digo políticamente, sino estéticamente.
— Estéticamente también es espantosa: sangre y bilis. ¡Puaf! Pero ¿quieres leer? Tu opinión me importa.
Mi tío cree que soy tonto y me trago sus halagos. Lo único que quiere Don Feroz Inseguro es que le tranquilice diciéndole que lo que ha escrito está bien. Leo:
A estas alturas quizá sea ocioso preguntarse si un país necesita símbolos. El «Oe, oe, oe», a su manera, parece decir que sí. Pero no creo que valga al margen del fútbol. La sociedad se ha atomizado y privatizado tanto que se vive en un individualismo incluso emocional. La solidaridad real y efectiva, como muestran las oleadas sucesivas de la epidemia de coronavirus, está por los suelos. Es claramente insuficiente. Los símbolos expresan justamente unidad e inducen a ella. Unidad de la ciudadanía, agregación de los habitantes de un país. No es de extrañar que los símbolos pierdan su poder —que lo tienen— con la polarización completa de la sociedad. Y, al mismo tiempo, es lamentable que dejen de ser útiles para cohesionar una sociedad, que sean más bien símbolos de su división, como ocurre cuando se queman banderas o efigies.
— Me parece un pelín retórico —osé observar.
— ¿Por qué retórico?
— Por «atomizado y privatizado», «real y efectiva», «oleadas sucesivas» (todas lo son), «lamentable», «justamente», «claramente»…
— No todas las oleadas se repiten. Puliré el párrafo. ¿Estás de acuerdo en lo de quemar banderas?
— Yo ni me molestaría… Bueno; podría quemar la norteamericana
Si una sociedad polarizada tiene dos banderas, ¿por qué no reconocerlas públicamente a las dos? Si un himno llamado nacional no es tal himno, sino una marcha, ¿por qué no reconocerla como marcha sin ponerle bisoñés orquestales?
He señalado dos «reparaciones» de los símbolos públicos: volver a los pífanos y tambores de la Marcha de Granaderos, eliminar el escudo o pluralizar la bandera. ¿La corona? La reparación simbólica de la corona es más difícil. Si se pretende que sea un símbolo político democrático aceptado creo que no le queda otra que solicitar el escrutinio popular.
— ¿Tanto ir y venir para llegar a esta obviedad?
— No tan obvio. Está aguantando por el ejército, no por lo que dicen los políticos del sistema… y tal.
— Los de tu edad le tenéis miedo al ejército.
— Y los de la tuya deberíais. Ni tú ni los indepes sabéis qué es eso, cómo piensan, qué poderes tienen en este jodido país…
— ¿Y lo de las dos banderas? ¿Tú andas bien del coco?
Ahí me llegó el capón. Disimuló, dándome otro flojito, de tío cariñoso a sobrino preferido. «Bueno; ahora leeré yo», dijo. Y así:
Un elemento simbólico son también las ceremonias. Pero ¿cuáles son las principales ceremonias públicas? En España están bastante limitadas. Las generales se reducen a los rituales de toma de posesión de cargos ministeriales, a los funerales de Estado…
— Demasiado pocos, me atreví a interrumpir.
— …funerales de estado, a las paradas militares
— Desfiles, hay que decir.
— …a entregas de premios de varia naturaleza (desde medallas militares y cívicas a premios artísticos, literarios y científicos), a ceremonias de recepción de miembros de las academias. Cierto que hay también ceremonias no generales, propias de instituciones determinadas (las universidades, p.ej., con sus doctorados honoris causa). Pero la verdad es que al ser esas ceremonias de poca solemnidad, ritos no muy atrayentes y, salvo el caso de los desfiles militares y funerales de estado, sin participación siquiera pasiva de la gente, el valor afectivo de esos ceremoniales es muy pequeño [yo le dejaba seguir; estaba cansado del juego] …no inducen a la unidad y a la solidaridad. Sin duda necesitan revisión: ser más cuidados, solemnes y explicativos a un tiempo; las ceremonias han de ser bellas. El modelo ceremonial de los Juegos Olímpicos de Barcelona, con la flecha ardiente para encender el pebetero de la llama olímpica, es inolvidable para los barceloneses. Y tiene un valor simbólico, de cultura compartida, el regalo de un libro y una rosa el día de san Jorge —pues conmemora la muerte de Cervantes— que algunos politizan estúpidamente y lo envilecen al añadirle a la rosa un símbolo político.
Cabe concluir provisionalmente que no hay símbolo social valioso si no es hecho suyo por las personas. A buen entendedor…
Lo del pebetero me había despertado. Aquel lejano día mi tío, que no quería saber nada de los juegos olímpicos, se fue al cine, con las calles completamente vacías, sin un alma, compró una entrada y al rato le echaron, pues por un espectador no iban a pasar la película.
— ¿Qué opinas? —preguntó mi tío.
— Quita lo de «Cabe concluir». Demasiado largo para publicarlo. ¿Adónde lo vas a enviar?
— Los de mientras tanto me lo permiten casi todo —contestó un poco apurado.
— No te preocupes; yo me ocupo.
[© ElLobitoFeroz, febrero 2021]
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