La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Gregorio Morán
El derecho a la fiesta
Ha aparecido un nuevo derecho supuestamente constitucional y a no tardar irán saliendo ilustres juristas y flamantes políticos de la última hornada que harán de él motivo de campaña. Habrá que incluir entre las reivindicaciones el derecho inalienable a la fiesta, no taurina, en libertad, sin ninguna norma que limite la libertad personal de hacer con su cuerpo y el de sus amigos aquello que ha sido hasta ayer costumbre: reunirse en grupo, beber en grupo y bailar en grupo. Efecto rebaño. Aunque no hay estadísticas que lo refrenden, en eso está un tercio de la población, especialmente jóvenes. Esto sí que es un cambio de paradigma. Nada que ver con verbenas y romerías pueblerinas.
Se podrá sancionar con multitas, aliviar con intervención policial, estigmatizarlo en los mismos medios que viven de alimentarlos con alfalfa cultural, pero eso no hay quien lo pare. Podemos ponernos serios y abrir secciones de vídeos borrosos bajo la denominación genérica de “Los Irresponsables”, pero eso va a seguir y no será un epifenómeno para gente con posibles, como lo fue antaño saltarse la ley seca, que era una invención de connotaciones pietistas. Esto es otra cosa; interclasista y sale casi gratis.
No tiene en apariencia rasgos políticos y lo único que se percibe son unos policías desbordados ante lo insólito de decir a sus hijos y a los amigos de sus hijos que deben quedarse en casa. ¡En casa! Llevamos décadas diciéndoles que son libres, que se busquen la vida por más que no se olviden de venir a comer en familia, que el futuro será suyo, aunque no acabe de llegar nunca, y sobre todo que la vida en manada es un estado ideal, detectable en el fútbol; no creen en los partidos políticos, por corruptos, y lo entiendo, pero tienen una fe ciega en su equipo de fútbol que es un nido de corrupción mafiosa con preferencia por el blanqueo de capitales. Desde que salir a un escenario pasó de ser una “actuación” a denominarse “un concierto” la apreciación de la música bajó mucho. No abundan los concertistas, pero hay sobredosis de conciertos. Las palabras se deterioran con el uso.
No es que la pandemia esté cambiando el mundo que conocimos: es que no conocíamos el fondo del mundo en el que vivíamos, y ahora se nos aparece en su faz más hirsuta.
He vuelto a escuchar palabras que no oía pronunciar desde los tiempos del cólera. “A mí, la política me importa un carajo… todo son mentiras”. Entonces era el recurso del temor ante la represión de una dictadura; sin embargo, ahora es una letanía de gente en su mayoría en el precariado, con menos futuro que los pasteles de los niños, y además jóvenes. Convivimos con una generación, conformada como una tribu, que afirma sólo creer en ellos y en sus derechos, que nadie, empezando por ellos mismos, saben cuáles son y ni siquiera cómo los consiguieron. Quizá, como escribió el pomposo poeta, les llegaron por derecho de nacer.
Sociedades como la holandesa, donde parecía que te concedían el privilegio de contemplarles tan seguros, tan respetuosos de lo suyo, tan piadosos de sus creencias inmutables, tan ejemplares, un mal día saltan por los aires demostrando que los hábitos racistas y usureros de antaño han sobrevivido hasta hoy, extorsionando a los nuevos emigrantes con un rigor digno de usureros de la estafa, y al tiempo esos jóvenes de la sensatez y la gloria no quieren dejar la fiesta y arrasan las tiendas. ¡Robar en los emporios de la propiedad holandesa que parecía indestructible, en las tiendas, en el país donde la seguridad de los negocios es un principio más arraigado que la monarquía! No es que la pandemia esté cambiando el mundo que conocimos: es que no conocíamos el fondo del mundo en el que vivíamos, y ahora se nos aparece en su faz más hirsuta, la que se escapaba tras las hazañas de los hooligans, de los mercados no regulados y las agresiones puntuales de los xenófobos. Hasta que Donald Trump no se nos apareció como un mafioso el día de su derrota muchos no quisieron admitir que lo había sido siempre. Se busca en su biografía y no se encuentra más que odio y basura, pero fue necesario el final para iluminarnos. ¿Acaso no sucedió algo parecido con otros líderes aclamados por las masas?
Estamos metidos en un pozo al que llamamos pandemia y estamos obligados a escuchar las letanías de un payaso científico, dicen, que nos asegura que hoy vamos mejor que ayer pero menos que mañana. Un presidente que se jactaba de “la mejor sanidad pública del mundo”, que había vencido al virus y que ya podíamos seguir con él felices y seguros. Entiendo que la gente esté harta de tantas mentiras, pero sacar como conclusión que debemos emborracharnos y bailar montando un botellón para olvidar es un recurso de pedestre literatura, y promovido además por gente que no lee.
Las palabras, esas son las medicinas con las que se trata de conjurar el miedo. Algo que se practica con las devociones a santos, vírgenes y religiones varias, pero como nuestra sociedad es laica por más que se incline al paganismo, debemos contemplar esta realidad alucinante con cara de memos. Oiga, ¿lo de AstraZeneca y las vacunas no tiene ese aire de capitalismo buitre que habíamos barnizado de neoliberalismo? No se trata sólo de una multinacional que juega fuerte con su negocio. Es todo lo que la rodea. La Unión Europea dio miles de millones a fondo perdido para la investigación y firmó contratos secretos. ¿Secretos? O sea que la máxima instancia de la democracia europea, el modelo de transparencia, firma contratos secretos. Tan secretos que aún se chalanea con publicarlos, si bien tras tachar párrafos enteros. Las palabras. Ahora se llama “pobreza severa” a la miseria (16 euros al día), y “pobreza”, a secas, a “disponer de menos de 24”. Todo pesado y medido, como corresponde al rigor científico. Nosotros tenemos más de un tercio de la población en ese estado. En fin, una especie de compensatorio de otro tercio que exige el derecho constitucional a la fiesta. Quedaría, pues, otro tercio de ciudadanos angustiados ante lo evidente, que se niegan a leer las noticias. Nada se construye con mentiras, salvo los gobiernos, que son efímeros, mientras la ciudadanía no diga lo contrario.
Bueno, bueno, bueno… dejémonos de demagogias y seamos objetivos. La curva se va aplanando. No es que ceda, pero se nota un cierto descenso que empezará a ser significativo en los próximos meses, aunque cabe pensar que el próximo mes de marzo será el peor de la pandemia. Para entonces llegarán las vacunas. Aún no sabemos cuántas. Pero llegarán, no sea pesimista.
[Fuente: blog del autor, 1 febrero 2021]
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