¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Ramon Arnabat
Pandemia, crisis ecológica, capitalismo y elecciones catalanas
La pandemia de la Covid-19, cual fantasma que recorre el mundo, ha provocado diversas crisis entrecruzadas (sanitaria, económica, social, política y cultural) y ha dejado una huella profunda en todo el planeta durante este año 2020. Los datos en el momento de escribir este artículo son dantescos: 1.800.000 personas han muerto a causa de la Covid-19 y 77.000.000 se han infectado, con una población mundial de 7.700.000.000 personas. Datos estremecedores, aunque lejos de los de la pandemia de gripe de 1918-1920 que causó la muerte a unos 50.000.000 de personas, cuando la población mundial era “solo” de 1.700.000.000 habitantes.
La mayoría de las voces entendidas y sensatas coinciden en que debemos buscar el origen profundo de la actual pandemia en la crisis ecológica que la acción humana, en general, y la del capitalismo depredador, en particular, han provocado. Algunas de estas voces son las del activista y periodista Andreas Malm (El murciélago y el capital, 2020) y la del historiador y economista Jason W. Moore (El capitalismo en la trama de la vida, 2020).
Esta pandemia, como la citada de la gripe de hace cien años, ha afectado a unos países más que a otros, a unos barrios (los pobres) más que a otros, a unas clases sociales (las trabajadoras) más que a otras, a unos grupos de edad (los mayores) más que a otros, y a un género (el femenino) más que a otro. La crisis económica y la crisis pandémica que estamos padeciendo durante los primeros decenios del siglo XXI han puesto en evidencia que las clases sociales siguen existiendo, a pesar de los cambios que han experimentado nuestras sociedades, como ha analizado y explicado el sociólogo recientemente fallecido Erik Olin Wright (Comprender las clases sociales, 2018). De hecho, la aceleración de la globalización, la concentración del poder (económico, político, social y cultural) en pocas manos y el capitalismo de las plataformas que disecciona la economista y socióloga Shoshana Zuboff (La era del capitalismo de la vigilancia, 2020), han acentuado las desigualdades sociales entre los países y dentro de ellos entre los diversos grupos sociales, tal y como ha estudiado el economista Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI, 2013, y Capital e ideología, 2019).
Miradas y propuestas
La mirada corta de la mayoría de gobiernos a la hora de afrontar la quíntuple crisis es “pan para hoy y hambre para mañana”. Es poner parches, necesarios sin duda, para afrontar los efectos inmediatos de las múltiples crisis en que estamos inmersos, pero sin atacar las causas que han generado la actual crisis pandémica y pueden generar otras parecidas en el futuro. Tenemos ante nosotros dos retos enormes: avanzar hacia el equilibrio ecológico y hacer sostenible y equitativa la vida humana en el planeta, y debemos afrontar este doble reto desde la mirada humana en conjunto, como especie, y desde las miradas subalternas, ya sea la de las clases trabajadoras o la de las mujeres.
Las medidas de contención son necesarias, pero no deberían ser las únicas. Las políticas keynesianas adoptadas por la Unión Europea, a diferencia de las políticas austericidas adoptadas en la crisis del 2007-2008, son, sin duda, mejores para la mayoría de la población europea. Pero son insuficientes si no van acompañadas de la voluntad transformadora ecológica, social y cultural. No basta, aunque es imprescindible, con aumentar la inversión pública, levantar un escudo social, mejorar la salud pública o dar un tamiz verde a la política industrial y agraria. Algunas experiencias históricas de reformas profundas, como la del gobierno laborista británico entre 1945 y 1950 o la de los gobiernos socialdemócratas suecos durante las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo XX, deberían ayudarnos a reflexionar.
Hay que ir más allá, al menos en cuatro campos: apuesta radical por la sostenibilidad y la economía circular; avanzar decididamente hacia la equidad social y de género mediante la Renta Básica Universal; situar a las personas y a la vida en el centro de las políticas públicas; y fomentar la participación de la ciudadanía en la vida política y en la gestión de los bienes comunes y de los servicios públicos. Las propuestas están formuladas y están disponibles, por ejemplo, en el excelente trabajo de Kate Raworth: Economía rosquilla. 7 maneras de pensar la economía del siglo XXI (2018).
No podemos esperar a “mañana» para iniciar estas transformaciones profundas, debemos trabajarlas y hacerlas posibles desde ‘hoy’”. Debemos seguir Construyendo utopías reales como plantea el ya citado Erik Olin Wright (2014), es decir, proyectos emancipadores que podamos desarrollar en ámbitos diversos, combinados con la acción y la movilización social. Y para ello es imprescindible la autoorganización de las clases subalternas para defendernos de las agresiones del capital y avanzar hacia una sociedad más libre, más democrática, más igualitaria y más comunitaria. En una tarea incansable que, como decía Karl Marx (1856), es parecida a la de los topos anticapitalistas que agujerean la tierra capitalista: “En todas las manifestaciones que provocan el desconcierto de la burguesía, de la aristocracia y de los pobres profetas de la regresión reconocemos a nuestro buen amigo Robin Goodfellow, al viejo topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, a ese digno zapador que se llama Revolución”. Una tarea que debe integrar la lucha por la hegemonía de las culturas políticas transformadoras, como insistía Antonio Gramsci.
Las iniciativas locales y los ayuntamientos tienen mucho que decir y aportar en todos estos campos y prácticas transformadoras, siempre que cuenten con los recursos y la autonomía suficientes, cosa que no ocurre actualmente. La ciudad de Barcelona, entre otras, ha mostrado las posibilidades, y también los límites, de las políticas transformadoras a nivel local. De hecho, son diversas las ciudades que, a nivel mundial, han implementado proyectos transformadores en urbanismo, movilidad, vivienda, gestión energética, gestión de residuos, etc., desde Porto Alegre a París.
Avanzar en la unidad táctica y estratégica
Tradicionalmente, los proyectos transformadores se han dividido y enfrentado en base a tres líneas de actuación: reformista (socialdemócrata profunda), revolucionaria (comunista y anarquista) y aislacionista (hippies, comunas). Todas ellas han contribuido a mejorar la situación de las clases trabajadoras y a plantear proyectos profundamente transformadores. Pero seguir planteando hoy estos proyectos transformadores como incompatibles es un inmenso error político que resta fuerza a la transformación social, tanto a corto como a medio y largo plazo. A nuestro entender y en el mundo actual, las propuestas reformadoras para frenar los efectos más negativos del capitalismo y mejorar las condiciones de vida y trabajo no son excluyentes de las propuestas más radicalmente transformadoras. Al contrario, las sinergias entre unas y otras contribuirían enormemente a mejorar la vida de millones de personas en todo el mundo y avanzar hacia una transformación radical de la economía, la sociedad, la política y la cultura. El compromiso de avanzar hacia la unidad táctica y estratégica de las organizaciones transformadoras y los movimientos sociales debería ser ineludible para todos.
Demasiado a menudo y lamentablemente, las organizaciones transformadoras y/o revolucionarias del presente desconocen o dejan en el olvido las trayectorias, los proyectos y las experiencias emancipatorias del pasado. A menudo las “nuevas vanguardias” quieren hacer tabla rasa con el pasado y creen, ingenuamente, que su luz es la única luz, que su mirada es radicalmente nueva, que sus propuestas y proyectos son los mejores. Pero “echar en el olvido” los proyectos emancipatorios del pasado es un inmenso error político. Es mucho más sensato construir proyectos que dialoguen desde el presente con el pasado y con el futuro. Proyectos que se construyan desde el hoy, pero sin olvidar el ayer y pensando en el mañana. También es necesario recuperar voces revolucionarias, como las de Rosa Luxemburgo o de Alexandra Kollontai, invisibilizadas durante décadas por las “versiones oficiales”, que no originales, del socialismo y del comunismo.
En esta dirección es muy interesante la reflexión que hace el filósofo y activista Sercko Horvat (Poesía del futuro, 2019), relacionando los proyectos europeos contemporáneos emancipadores y las luchas actuales. Horvat hace hincapié en el caso yugoslavo, el único país ocupado por los nazis que consiguió echarlos gracias a la gran movilización partisana y sin necesidad de intervención militar extranjera. Movilización partisana encabezada por el comunista Josip Broz, Tito, voluntario de las Brigadas Internacionales que lucharon por la República en la guerra civil española. Catalunya y España son ricos en trayectorias transformadoras y sería recomendable no “echarlas en el olvido”: desde el republicanismo, al anarquismo y el cooperativismo, pasando por el socialismo y el comunismo, en sus diversas vertientes.
Mientras tanto, elecciones en Catalunya
La monarquía española se tambalea y la posibilidad de una república plurinacional deja de ser una utopía para convertirse en un proyecto político. De hecho, la posibilidad de que España pueda convertirse en una República depende de los propios errores de la monarquía (corrupción, ligazón con la derecha y la extrema derecha, cortedad de miras políticas…). Pero, sobre todo, depende de la capacidad de las fuerzas republicanas de convencer a la mayoría de la población de las mejoras que debería comportar su proclamación. Una República que debería ser plurinacional, social, sostenible y feminista, valores incompatibles con la monarquía en general, y con los borbones en particular, como ha mostrado ampliamente la historia de nuestro país.
Por otro lado, de momento, la derecha y la extrema derecha no han tenido éxito en su intento de tumbar al gobierno progresista. Al contrario, el gobierno se ha consolidado con la aprobación de los presupuestos generales del estado, que contemplan una importante inversión social. Además, la presión de Unidas Podemos ha conseguido que el gobierno y la mayoría de izquierdas y plurinacional del Congreso de los Diputados sacaran adelante leyes y medidas que, sin ser revolucionarias, son profundamente reformadoras: como la nueva ley de educación, el escudo social, el ingreso mínimo vital, el freno a los desahucios y los cortes de suministros durante la crisis, la eliminación de la regla del gasto, las mejoras de las becas o la nueva Ley de Memoria Democrática. Es cierto que algunas de estas medidas se han quedado cortas y que quedan reformas y compromisos pendientes, como derogar la ley Mordaza y la de la Reforma Laboral, o realizar una profunda reforma progresiva del sistema fiscal, entre otras. Podemos ver el vaso medio lleno o medio vacío, pero lo cierto es que el agua llega a la mitad del vaso, lo cual en el contexto actual estatal y mundial no es desdeñable.
Es evidente que sin la presencia en el gobierno de Unidas Podemos y los Comunes habría menos agua en el vaso. El esfuerzo realizado por el espacio político del cambio para escorar el gobierno de Pedro Sánchez a la izquierda no tiene, de momento, el reconocimiento de los electores, ni de los movimientos sociales alternativos. Aunque, a medio plazo, el principal problema del espacio político del cambio es que la movilización y la acción transformadora fuera de las instituciones es muy débil, en parte debido a la descapitalización de dirigentes progresivamente integrados en las instituciones locales, autonómicas o estatales y, en parte, debido a la división de los propios movimientos y la confrontación de muchos de estos con el gobierno. La falta de propuestas confluyentes dificulta enormemente la presencia de los movimientos alternativos en la calle y en el espacio público, progresivamente ocupado por los sectores conservadores y reaccionarios. Y todos sabemos que sin autoorganización y sin movilización social no hay cambio posible.
Y, mientras tanto, llegan las elecciones al Parlament de Catalunya donde se dirime la continuidad del gobierno “procesista” de ERC y Junts o la formación de un nuevo gobierno progresista amplio. Según las encuestas, las dos opciones, además de un gobierno en minoría del partido ganador y con apoyos puntuales a uno y otro lado, serán posibles. De momento, Junts, ERC y la CUP han manifestado públicamente que optan por un gobierno “independentista”; Ciudadanos por un gobierno unionista; el PSC y los restos de la UDC no saben o no contestan; y los Comunes apuestan por un gobierno de izquierdas. Para hacer viable esta propuesta, los Comunes necesitan la colaboración de ERC y del PSC, pero estos no dirán nada al respecto durante la campaña electoral y se excluirán mutuamente.
La realidad es que durante los tres años de gobierno “procesista” Catalunya se ha estancado. Ni la independencia ni el autogobierno están más cerca; ni se han revertido los recortes en derechos sociales, educación o salud, a pesar del esfuerzo de los Comunes para pactar el presupuesto del 2020; ni han mejorado la economía, la equidad social y el equilibrio territorial. Estamos donde estábamos en 2017 o un poco más atrás. El gobierno de Junts y ERC ha actuado erráticamente y con negligencia durante la pandemia, especialmente los departamentos de salud, trabajo y economía, lo que ha provocado un alto coste humano, social y económico. Ambos partidos han utilizado la Generalitat de Catalunya, una institución de todos los catalanes, para sus intereses partidistas.
A pesar de la pérdida de frescura y de diversidad, En Comú Podem parece la única opción para las personas que quieran cambiar el gobierno de la Generalitat en un sentido progresista. Los Comunes, sin embargo, necesitan ganar músculo social y presencia territorial para mejorar sus resultados electorales y poder ser decisivos en la política catalana. Y el primer paso que deben dar es fidelizar a sus votantes municipales y estatales, especialmente entre las clases populares y los movimientos sociales. Deben conseguir que estos sectores entiendan que las elecciones catalanas son importantes para ellos, porque la Generalitat decide sobre los principales aspectos que afectan a su vida, como la salud y la educación, los derechos sociales, el transporte o la vivienda.
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12 /
2020