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La máscara democrática de la oligarquía. Un diálogo al cuidado de Geminello Preterossi

Trotta,

Madrid,

116 págs.

Antonio Giménez Merino

La coyuntura económica y ecológica actual —y sus temibles derivaciones— hace inevitable preguntarse, una vez más, si esta situación será por fin aprovechada para conseguir un sistema de reparto más justo de la riqueza que el que ha dado lugar, en el neoliberalismo, a la consolidación de un poder oligárquico de dimensiones gigantescas. El sentido común induce a pensar que sí, pero el decenio posterior al crack del 2008, y los movimientos especulativos del capital durante la pandemia, así como la irresponsabilidad campante en gran parte de gobiernos y entre la población misma, nos alejan de esa perspectiva. En cualquier caso, más allá de la expansión del gasto público durante la crisis —que muestra un camino alternativo—, lo que parece claro es que los poderes antidemocráticos que gobiernan tras las bambalinas de la política no van a renunciar por sí solos a sus expectativas de multiplicación del beneficio a corto plazo.

En este contexto, hay que congratularse por la aparición en castellano de La máscara democrática de la oligarquía: una importante reflexión filosófico-política construida a tres voces acerca de —en palabras de los autores— «la sustracción al conflicto político de la redistribución de la riqueza y el poder» (Preterossi) como consecuencia de la consolidación de «un agregado de poder elitista [compuesto por] estructuras financieras movidas por la inexorable lógica interna del medio que es fin [el dinero]» (Zagrebelsky). Estas coordenadas marcan las lindes de un rico debate sobre la mutación del sistema de legitimación política al que llamamos ambiguamente «democracia», fruto de una larga labor de desmantelamiento de los mecanismos de mediación real entre las personas y el Estado y su sustitución por un poder vertical cuya organización supranacional habría hecho «aflorar otro tipo de mando, de carácter no democrático representativo» (Canfora).

El análisis histórico de la forma política «oligarquía», sin embargo, permite hacer aflorar a lo largo del libro el carácter parcial de dicha sustitución, que es donde radica justamente su novedad. Lo cual es debido a que la lógica de amasar riqueza y poder como fin en sí mismo, más allá de la fascinación que puede producir en una parte considerable de la población —de la que forman parte singularmente los intelectuales que han abdicado de su función crítica—, carece todavía de un sistema legitimatorio capaz de substituir el ideal democrático. De ahí la caracterización de la oligarquía contemporánea, en este libro, como un poder dotado de una máscara democrática meramente instrumental: un aspecto que por un lado la blinda, pero por otro muestra su flanco débil.

Con los ojos puestos en el futuro inmediato, puede presentar un particular interés el tratamiento de estos problemas que se hace en el ámbito de la Unión Europea, donde la oligarquía se manifestó en toda su amplitud en 2011, con la imposición del «mecanismo de estabilidad» que pasó a condicionar toda obligación de los países rescatados al pago de la deuda pública. E igualmente la reflexión, calada de sentido histórico, sobre el término «populismo», que es ampliamente cuestionado en el libro en tanto que forma reactiva de la ciudadanía sin un asidero real en la participación.

28 /

12 /

2020

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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